Premio Nobel El novelista es parte de una generación
de escritores chinos que ha vivido dramas intensos
Albino Chacón alanax@ice.co.cr 12:00 a.m. 14/10/2012
Buena parte
de de los escritores chinos actuales nacieron en el período previo a la
Revolución Cultural (1966-1976), o bien durante ella. La referencia histórica
no es casual pues es una marca ineludible, que actúa como línea divisoria,
histórica y social –sobre todo, cultural– de la China contemporánea, la de la
segunda mitad del siglo XX y de inicios del siglo XXI.
Para darnos
cuenta de ello basta con mirar la pintura que se encuentra en las modernas
galerías de Pekín, como es el caso del centro artístico 987, o las galerías de
Shanghai.
El arte
chino de hoy pasa por la mirada que los artistas lanzan sobre la Revolución
Cultural, absolutamente ineludible. La literatura no podía ser la excepción, y
ahí tenemos no solo obras de Mo Yan (1955), sino también de autores como Geling
Yan, Anchee Min, Yan Lianke y otros.
Mo se
inscribe en esa tendencia, con la característica de que lo hace de una manera
indirecta, evasiva, a través de una recreación de las costumbres y espacios de
la China tradicional (Sorgo rojo, 1987), de una mirada a períodos y
acontecimientos históricos (Grandes pechos, amplias caderas, 1996), o de
espacios “alucinantes” (La república del vino, 1992) –para utilizar el
término empleado por la Academia Sueca, que otorga el Premio Nobel– fuera de
las grandes urbes que constituyen Pekín y Shanghai.
Sátira implacable. La narrativa de Mo no es urbana en sus referencias
concretas, y recurre continua y placenteramente al mundo de las tradiciones y
leyendas del campo; a los motivos y técnicas de la oralidad; en fin, a lo que
la imaginación colectiva china considera las bases de su identidad primigenia,
cosmogonía en la que Mo se mueve y se siente completamente a gusto.
Se siente a
gusto en ese universo –vale aclarar– en cuanto a estrategias narrativas; en ese
mundo campesino, primario, elemental, cuyos referentes puede recrear
magistralmente porque pertenecen a su propia experiencia.
Sin embargo,
a partir de esa base –en la que todo chino puede reconocerse por su fuerte
apego a la cultura y su respeto ritual a las costumbres–, Mo elabora
metafóricamente una sátira implacable contra los vicios de la China
contemporánea; contra la corrupción imperante en sectores ligados a la política
y a la economía; contra las antiguas supersticiones.
Mo no duda
en presentar las supersticiones como una especie de experiencia surrealista,
alucinante, violenta, de una China en la que conviven muchos mundos simultáneos
y en la que a menudo cuesta diferenciar entre lo real, lo mágico, lo
extraordinario y lo inconcebible, y lo hipermoderno y lo primitivo.
No es
casual, entonces, que se haya señalado la relación –alimentada por el mismo Mo–
de este autor con las raíces más reconocibles del realismo mágico
latinoamericano, de manera particular con Gabriel García Márquez.
Tampoco
sorprende que su ácida crítica política y de inermidad individual ante los
aparatos políticos dominantes haya sido ligada con la obra de Kafka –crítica
adobada con fuertes dosis de sexo, violencia, política y muerte–.
He allí una
mezcla letal, con la que, en ocasiones, los aparatos chinos de control político
no han sabido muy bien qué hacer, por lo que algunas de sus obras fueron
inicialmente censuradas y sacadas de circulación; tal fue el caso de Sorgo
rojo y de La república del vino.
Premio generacional. ¿Consecuencias políticas y culturales del Premio Nobel
otorgado? Sin duda, los chinos están felices por esta nueva medalla de oro,
ganada ahora en el campo cultural. El mundo verá que China no es solo éxito
económico, proezas deportivas ni la gran fábrica de chucherías, sino que –al
lado de la admiración que sus construcciones milenarias despiertan– hay un arte
y una literatura pujantes como pocas, imposibles ya de ignorar, en un mundo que
hoy no puede prescindir de vivir la experiencia china, como dijo el escritor
hebreo David Grossman.
Además, se
trata de un premio políticamente muy oportuno para la actual coyuntura china
pues los libros de Mo –como hemos intentado mostrar– son profundamente críticos
de muchos aspectos de la China contemporánea.
La gran
diferencia con otros escritores chinos es que Mo no es –estrictamente hablando–
un disidente: es alguien que ha escrito su literatura desde dentro, desde la
misma China, bajo los mismos aleros del Partido Comunista. Eso lo distancia,
vale decirlo, de Gao Xinjian, premio Nobel del 2000 y a quien el gobierno chino
no dio entonces ningún crédito ni reconocimiento.
Otros
escritores chinos se verán beneficiados con el premio, que no es solo para una
figura individual, sino para toda una generación de escritores. El premio habrá
de producir un “gran paso adelante” –para utilizar la expresión de Mao Zedong–
en las políticas culturales, y en consecuencia, una mayor apertura de China
hacia sus creadores. ¿Es este también un objetivo “colateral” del premio otorgado
a Mo? Por lo menos es válido pensarlo.
Mientras
tanto, con una frase muy china, Mo Yan ha dicho que se esforzará más en la
creación de nuevas obras y que trabajará más para agradecer al mundo el premio
recibido.
Ese es Mo,
tímido, quien, más que con palabras, habla con sus obras, pero del que de hoy
en adelante se habrá de hablar mucho, y muy bien, para beneplácito de la
república universal de las letras.
El autor es profesor en la Escuela de Literatura
y Ciencias del Lenguaje, y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional. En el 2009 y el 2010 fue profesor invitado de la
Universidad de Estudios Internacionales de Pekín.
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