David Sánchez
www.rebelion.org/060212
Los cultivos transgénicos se introdujeron en nuestra agricultura y
alimentación hace ya más de 15 años, con la promesa de ayudar a solucionar
muchos de los problemas de la agricultura. En aquel momento, grupos ecologistas
y movimientos campesinos se opusieron de forma frontal. Se invocaba el
principio de precaución, la incertidumbre que suponían liberar a estos nuevos
seres vivos al medio ambiente, sus potenciales impactos ambientales, sobre la
salud, sobre el modelo agrario, el peligro de autorizar patentes sobre la vida…
Quince años después, el tiempo ha confirmado
todos los temores. A pesar de las
dificultades para realizar una investigación independiente, existen ya sobradas
evidencias científicas como sobre el terreno de sus graves impactos sociales,
ambientales y económicos; además de su incompatibilidad con un modelo de agricultura
social y sostenible en el marco de la Soberanía Alimentaria.
El pasado mes de noviembre, tuvimos la oportunidad de compartir muchas
de estas nuevas evidencias en unas jornadas científicas internacionales
organizadas por Amigos de la Tierra, la Confederación de Consumidores y
Usuarios (CECU), COAG, Ecologistas en Acción, Greenpeace y Plataforma Rural.
Algunas de las personas más relevantes y expertas de muchas disciplinas
afectadas por los transgénicos se acercaron a Madrid para debatir sobre estos temas.
Porque aunque el debate sobre los transgénicos es un debate social, ya que la
sociedad en su conjunto se ve implicada por su introducción, el componente
científico es fundamental. Pero no un debate centrado sólo en la biotecnología.
Para abordar el problema en su conjunto hay que hablar de ecología, de
economía, agronomía, sociología, derecho…. Y por supuesto de los impactos en el
campo y en el medio rural.
Oponerse a los
cultivos transgénicos no es oponerse a la ciencia
Es común que
cuando se defiende una postura contraria a la introducción de transgénicos en
la agricultura, se hagan acusaciones de posturas anticientíficas. Christian
Vélot, profesor de genética molecular en la Universidad de París, planteaba la
falsedad de este argumento. «Oponerse a las semillas transgénicas no supone
estar contra otros avances científicos, como las medicinas producidas a partir
de transgénicos en el laboratorio (insulina para diabéticos) o a la
investigación básica en ambientes cerrados.
No es lo mismo la
investigación médica en ambientes cerrados para investigar el funcionamiento de
tejidos y células, que liberar nuevos seres vivos al medio ambiente. Una vez
liberados los organismos modificados genéticamente al medio ambiente, se
presentan riesgos ambientales, socioeconómicos y sanitarios situados en un
plano del todo diferente a la aplicación de estas tecnologías en laboratorio.
Son dos mundos».
La biotecnología
genera mucha incertidumbre
Mientras que la
doctrina oficial nos dice que los transgénicos son los alimentos más evaluados
y seguros de la historia, Christian Vélot nos reconocía que aunque las empresas
hablan de una «precisión quirúrgica, si
los cirujanos manejasen lo quirúrgico como los biólogos moleculares manejamos
las técnicas de ingeniería genética, yo no aconsejaría a nadie que entrase en
el quirófano jamás».
Michael Antoniou,
del Departamento de Genética Molecular y Médica de la Facultad de Medicina del
King’s de Londres -que también trabaja con ingeniería genética en ambientes
confinados- nos planteaba la imprudencia de confiar en los resultados de una
ciencia sesgada y orientada por los intereses de las multinacionales como
Monsanto. «Los nuevos descubrimientos
sobre genética revelan que el funcionamiento a este nivel es mucho más complejo
de lo que nos quiere vender la industria, y que los cultivos transgénicos en el
mercado se basan en unos conceptos científicos ya superados y anticuados».
Impactos
ambientales demostrados y no adecuadamente evaluados
Durante los
últimos años hemos conocido muchos de los impactos ambientales de los
transgénicos. Mientras países como
Alemania han prohibido su cultivo, entre otros motivos por sus impactos sobre la biodiversidad, la fauna del suelo o los ríos o porque aparecen cada vez más
plantas resistentes al herbicida glifosato; o incluso EEUU reconoce la
generación de resistencias en los insectos que algunos maíces transgénicos
quieren combatir; en países como España no se le está dando seguimiento a este
tipo de impactos.
Sin embargo,
investigadores como Mª Carmen Jaizme, Coordinadora de Programas de
Investigación y Directora del Departamento de Protección Vegetal del Instituto
Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA), corroboraba los impactos de los
cultivos transgénicos sobre la fertilidad de los suelos, al interferir con los
microorganismos y hongos que viven en ellos.
Angelika Hilbeck,
investigadora suiza del Instituto Federal Suizo de Tecnología planteaba las
carencias de la evaluación ambiental que de los transgénicos se hace en Europa.
«Según como formulamos los problemas, en
muchos casos, llegaremos a conclusiones diferentes. Si de entrada se excluyen
de la investigación cierta clase de posibles efectos adversos, evidentemente no
se encontraran evidencias de los mismos.
Por ejemplo, si no se consideran los efectos sobre la biodiversidad de
los herbicidas de amplio espectro, como el glifosato asociado a la agricultura
transgénica; o los efectos crónicos, subletales o indirectos de la proteína
insecticida Bt que expresan muchas variedades de plantas transgénicas, no
tendremos respuesta a estas preocupaciones. La actual evaluación de riesgos
realizada por las autoridades y promovida por las empresas cubre un margen muy
estrecho».
Y más teniendo en
cuenta lo que nos enfatizaba Antonio Gómez Sal, Catedrático de Ecología de la
Universidad de Alcalá de Henares: «los
graves impactos que los cultivos transgénicos pueden suponer pérdida de
biodiversidad y, en definitiva, de estructura y complejidad en los agrosistemas».
Impactos sociales
y económicos ignorados
Rosa Binimelis,
investigadora del Centre de Recerca en Economia i Desenvolupament
Agroalimentari (CREDA) de la Universidad Politécnica de Cataluña mostraba cómo
los impactos socioeconómicos de los transgénicos, que en el Estado Español son
enormes, no son tenidos en cuenta en la evaluación de los mismos. Sólo en un
país, Noruega, se consideran aspectos como la sostenibilidad, el interés
público y la ética, tanto en los países productores como los importadores. Y
evidentemente, Noruega no ha autorizado
ningún cultivo transgénico.
Denunciaba Rosa lo
que denominaba la ‘presión modernizadora’: Según un técnico de una cooperativa
agraria entrevistado para sus investigaciones «Pioneer es quien más vende ahora, porque el gen de Syngenta es viejo y
la gente siempre quiere lo último en tecnología». Y en este sentido Julio
César Tello, Catedrático de Producción Vegetal de la Universidad de Almería,
nos instaba a distinguir entre modas comerciales y auténtico progreso, y
marcaba la importancia de la sostenibilidad y el principio de precaución como
marco ético dentro del cual movernos. Es el marco ético el que debe encauzar el
progreso.
Desde el punto de
vista de un productor ecológico, Antonio Ruiz, ex presidente del Comité
Aragonés de Agricultura Ecológica, nos recordaba los numerosos casos de
contaminación genética que han sufrido los agricultores aragoneses y catalanes
que apostaron por el maíz ecológico, con sus consecuentes pérdidas. Una
alternativa que es rentable, ambiental y socialmente, es marginada y maltratada
por las autoridades públicas en favor de los intereses de unas multinacionales.
Y desde un punto
de vista de la cadena alimentaria en su conjunto, Julien Milanesi, economista e
investigador asociado a la Universidad de Pau, Francia, nos explicaba que «el
incremento de costes que suponía el cultivo de transgénicos en Francia -cuando
estaba permitido- recaía directamente sobre aquellos productores y productoras,
procesadores o empresas que querían ofrecer alimentos libres de transgénicos.
Indefensión jurídica
Hay una materia a
menudo olvidada en el análisis de la situación de los transgénicos, y este es
el análisis jurídico. Ana Carretero, profesora de Derecho Civil y Vicedecana de
la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Castilla – La
Mancha, nos recordaba «la increíble e
intolerable indefensión jurídica que sufren en el Estado Español tanto
agricultores y agricultoras como las personas consumidoras frente a la
imposición de los transgénicos». Y animaba a utilizar las herramientas de
las que aún disponemos en la legislación para hacer frente al poder de estas
multinacionales.
Daños sobre la
salud
Una de las grandes
incertidumbres de los cultivos y alimentos transgénicos son los potenciales
riesgos para la salud. Siempre han faltado estudios independientes, estudios a
largo plazo. Ha sido una de las áreas mantenidas más oscuras por
multinacionales y gobiernos. Se sospechó de posibles generaciones de alergias,
de toxicidad a largo plazo…
Pero las
investigaciones de personas como Gilles Eric Serallini, Catedrático de Biología
Molecular de la Universidad de Caen han encontrado efectos inesperados
significativos en los experimentos hechos por la propia Monsanto. Los animales
con los que se experimentó reflejaron toxicidad renal y hepática, entre otros
efectos. «Con pruebas nutricionales en
animales, no hay cultivos transgénicos rentables. Sólo lo son si no se le piden
estas pruebas… que sin embargo serían esenciales para poder hablar de seguridad
sanitaria. Sólo se comercializan transgénicos porque la evaluación científica
es deficiente» concluía Serallini.
Y acusaba a la
Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) de ser, más que una autoridad
científica, un lobby. Y no es de extrañar después de todos los casos de
conflicto de intereses y paso constante desde esta agencia que evalúa los
transgénicos a la industria.
Una ciencia más
democrática y socialmente comprometida
Uno de los
aspectos fundamentales de todas las jornadas fue la patente necesidad de una
ciencia más democrática, y de una mayor implicación social de científicos y
tecnólogos. Cuando hablamos de alianzas en la lucha contra los transgénicos y
en la construcción del movimiento por la Soberanía Alimentaria, la parte
académica es fundamental. La Red Europea por una Ciencia Social y
Ambientalmente Responsable (ENSSER en sus siglas en inglés), a la que
pertenecen muchos de los participantes de las jornadas, es un buen ejemplo.
La necesidad de un
cambio de modelo
Para cerrar las
jornadas, se insistía en la necesidad de apostar por una mayor conciencia
ecológica y un modelo de agricultura respetuoso con el medio, alejado del
modelo de agricultura industrial que representan los cultivos transgénicos.
Un modelo que pasa
por la agricultura campesina. O como nos recordaba Jeromo Aguado, campesino, «queremos seguir siendo campesinos y
campesinas, no queremos ser dependientes, queremos ser autónomos, queremos
producir alimentos sanos, para las personas, y no para los mercados. Queremos
producir nuestras semillas, que siempre han sido muy productivas, no
productivistas. Y queremos vivir en los pueblos. Viviendo en los pueblos es la única forma de mantener nuestras culturas».
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