“Diálogos”
contra constitucionalidad
Onofre Guevara López
La Alianza-PLI es un ente unitario, y podría seguirlo siendo
mientras sea multipartidaria, multiideológica, amplia y de aspiraciones
democráticas, pero dejaría de serlo si, en la práctica, negara su respeto y
fidelidad hacia estos cuatro pilares sobre los cuales se estructuró. Lo indica
la más simple lógica. Y toda lógica se rompe cuando lo “aprobado por la razón
como bien deducido y pensado”, deja de reflejarse en los hechos.
Para la Alianza-PLI, ¿ha dejado de ser lógica su aprobada
unidad multipartidaria por cuanto Nicaragua aún no alcanza categoría de país
democrático? ¿Acaso el bien deducido y pensado hecho de que Daniel Ortega fue
un candidato ilegal y se impuso por medios inconstitucionales, no lo convierte
en un presidente ilegítimo? La primera interrogante tiene respuesta negativa: no,
su unidad sigue siendo necesaria, porque la situación de Nicaragua lo reclama; la
segunda tiene respuesta positiva; si, por haber sido un candidato ilegal, Ortega
es un presidente ilegítimo.
Hasta hoy, ni el MRS ni los otros componentes de la
Alianza-PLI han dejado de señalar la candidatura y la elección de Ortega como
dos hechos fuera de la ley. Entonces, ¿por qué discrepan sus integrantes con respecto
al diálogo?
Todos los sabemos: porque no existe causa que lo justifique. Para Fabio
Gadea Mantilla –lo ha repetido muchas veces— con el “diálogo” se busca “exigir
los cambios de los magistrados, tanto de poder electoral como judicial, por
personas idóneas”, y “no cuotas partidarias de cambio, sino gente honorable”. Para
el MRS –lo declaró oficialmente—, “El régimen (…) no ha dado muestras de ningún
interés en negociar constructivamente sobre los aspectos fundamentales del
restablecimiento democrático en Nicaragua, ni hay razón creíble que permita
pensar que tenga es voluntad.”
Entre tanto, Ortega sigue en su olímpico silencio. Pero es
un silencio táctico, pues ha lanzado a sus portavoces a jugar sombra con el
“diálogo” y la Alianza-PLI. Es que a nadie más que a él le conviene un “diálogo”
para seguir “de victoria en victoria”. Primera victoria: a cambio de reconocer
su ilegitimidad –que, además, le es imposible ocultarla— cambiaría a varios
individuos, pero quedándose con el control de los poderes del Estado; segunda: con
esos cambios cosméticos, agradaría a sus aliados vergonzantes de la burguesía
(Cosep, etcétera); tercera: le restaría armas críticas a los jerarcas
católicos; cuarta: ganaría puntos a favor de su Cardenal privado, pues, una vez
más, gustoso, le daría su bendición a otra “victoria” orteguista; quinta: lograría
desprestigiar a la Alianza-PLI ante sus votantes; sexta: metería una cuña envenenada
en su estructura.
Con el hecho de aceptar
“el diálogo”, Ortega, ¿quedaría legitimado automáticamente, como
presidente de Nicaragua? No ante la Constitución, pero sí, internacionalmente. Y
ese es el milagro que Ortega espera se lo haga la Alianza-PLI, sin necesidad de
tener que rezarles a sus santos.
¿Quién ignora esto?: Ortega ha construido su pedestal en la
cumbre del poder con sentido de propiedad, violando todas las leyes. Y pedirle que
destruya su pedestal, cuando ya lo está disfrutando a plenitud, no parece muy
sagaz. En términos comparados –y no tan
despistados— sería como pedirle a alguien que ha robado en tu casa, que se
arrepienta y se siente a “dialogar” con vos, para pedirle que te devuelva lo robado.
Además de inútil, es triste. Incluso, viendo esta situación
con sentido de caridad pública, el único argumento para justificarlo es: que no
hacer nada –es decir, no dialogar con Ortega— “le haría más daño al país.” Lo
que haría más daño al país, sería destruir la unidad lograda a través de la
Alianza-PLI por causa del “diálogo”, acomodarse a la situación irregular que
vive el país y renunciar a la lucha franca.
La historia es imborrable, y la han recordado ya muchos
ciudadanos: no ha habido pactos, componendas, arreglos o diálogos políticos que
no se hayan hecho esgrimiendo los intereses del país, pero la experiencia histórica
dice que le han causado tanto daño, que hasta hoy no se ven las soluciones para
sacarlo del sótano del desarrollo centroamericano, ya no digamos
latinoamericano.
Y no es que los diálogos sean malos por sí mismos, sino
que se han utilizado para favorecer mezquinos intereses de los oligarcas de
todos los colores y origen social (el clan Ortega-Murillo, es ejemplo de eso). Lo
que queda en el fondo, es un problema vital para la democracia: que los pactos
políticos, abiertos o disfrazados, se han montado al margen, en contra o sobre las
constituciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario