Cuando en Francia se propuso la paridad en el parlamento, o sea la cuota de 50-50, hombres-mujeres, no hubo suficientes mujeres para llenar la cuota. Mejor dicho, no hubo suficientes mujeres que quisieran llenar esa cuota.
El principio de la paridad es interesante: parte, no de aceptar la igualdad entre hombres y mujeres, sino precisamente de reconocer la diferencia. Somos diferentes y por tanto tienen que existir voces que hablen por ese 50% diferente que son las mujeres en cualquier país.
No es posible, si uno es progresista, oponerse a la paridad. A mí me parece una medida sana, justa y necesaria, venga de donde venga. El problema no está en el principio sino en la ejecución del mismo.
La experiencia francesa es interesante porque lo que demostró es que siglos de marginación, de menores oportunidades en la educación o en el ejercicio pleno de la ciudadanía y la autonomía, no se remedian con el enunciado de una cuota de poder. Más aún, lo que se reflejó en el ejemplo francés, fue que incluso las mujeres educadas rechazaban la participación en estructuras de poder hechas a la imagen y semejanza de los hombres y donde las reglas del juego seguían siendo las de la tradicional política masculina, con sus trampas, su competencia desleal, su combinación de mentiras y medias verdades.
En el terreno minado de nuestra política nacional, ¿cuánta mujeres habrá que quieran lanzarse a ese campo de guerra? El Orteguismo, con su sistema interno de disciplina partidaria y de obediencia a las órdenes superiores, no tendrá demasiados problemas para llenar su cuota. La llenará, no porque tenga más mujeres, sino porque esas mujeres no tendrán la alternativa de negarse a aceptar semejante “deber militante”. Para los partidos que no obligan a sus partidarias a tomar sino las responsabilidades que ellas mismas quieran en pleno uso de su libertad, completar las cuotas será mucho más difícil. Y es en esto donde reside precisamente el carácter demagógico y retórico de esta supuesta demostración de feminismo de nuestro actual gobierno.
Esta medida que, en apariencia fue hecha para incorporar a las mujeres, tiene entonces un doble propósito: lucir bien utilizando un discurso pro-mujer, y debilitar a los partidos que no imponen puestos a sus militantes como “sagrados deberes partidarios.”
Vivimos en un país machista, además. ¿Cuántos hombres no armaran Troya para que sus mujeres no participen? ¿Cuántos no las amenazarán de muerte, golpearán o dejarán a las valientes que quieran proponerse como candidatas?
Dadas las realidades que vive la gran mayoría de mujeres en nuestro país, tanto en el campo como en la ciudad, cargando solas con la responsabilidad de los hijos, la comida, la lavada, la planchada y la limpieza de sus casas, ¿cómo se las arreglaran las electas para cumplir sus tareas municipales? ¿Acaso el gobierno les solucionará sus problemas domésticos? ¿Les pondrán guarderías a la orden?
¿Y cómo se compensará a las mujeres por la educación que no recibieron? ¿Quién las dotará de los instrumentos para ejercer dignamente su papel en los municipios?
Si este gobierno es serio en su propuesta tendrá que legislar tan pronto sea posible y aprobar leyes paralelas y presupuestos que mandaten a las oficinas municipales a establecer guarderías con personal preparado en el cuido de los niños, en cada uno de sus locales, además de mandar a construir dentro de los mismos, espacios reservados para que las madres con niños lactantes puedan alimentar a sus bebés.
También debe poner a disposición de las mujeres, en horarios especiales, en las escuelas públicas, clases básicas de historia, de geografía, de ciencias ecológicas, de economía y enseñarles a leer a las muchas que, por cumplir con sus maridos y sus hijos, no han logrado alfabetizarse.
Y si consideran aptas a tantas mujeres para ejercer el poder local, ya es hora de que revisen sus propios criterios sobre el aborto terapéutico y le den a la mujer el derecho sagrado a decidir sobre su propia vida.
Si no hacen estas cosas, están tapando el sol con el dedo y ofendiendo, una vez más, nuestra inteligencia.
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