Diferencias sí, división no
En otras ocasiones hemos señalado que la esencia de la democracia es la tolerancia frente a las discrepancias, la aceptación de la legitimidad del derecho a la diferencia de opiniones, y que la prueba superior del espíritu democrático es la capacidad de alcanzar acuerdos a pesar de esas discrepancias y diferencias. Todo lo contrario del totalitarismo, ya sea capitalista como el caso del fascismo, o socialista como en el caso del comunismo, en que se pretendía la unanimidad de opiniones, llegándose al extremo de exterminar a quienes se consideraba diferentes, o contrarios, como fue el caso de Hitler y Stalin.
Señalamos lo anterior, porque a propósito de las diferencias que han surgido en la Alianza PLI en cuanto a cómo gestionar un eventual diálogo con el gobierno para recuperar la institucionalidad democrática, desde el oficialismo y sus allegados han tratado de ver en esas diferencias de opinión divisiones insuperables. Es lógico que así sea por el talante obviamente totalitario del Orteguismo, dónde la menor discrepancia, por ligera que sea, es intolerable, al extremo ridículo que en días recientes enviaron un proyecto de reforma legal entre cuyos objetivos está eliminar de los billetes en circulación la firma del recién defenestrado Presidente del Banco Central, quién se atrevió a manifestar una discrepancia técnica con Ortega en cuanto al manejo de las reservas monetarias del país.
Pero sería ingenuo no darse cuenta que incluso voces de incuestionables credenciales democráticas se han alzado manifestando preocupación frente a lo que desde sectores de la Alianza PLI luce unilateralismo demasiado solícito de un diálogo al cual, hasta ahora, el gobierno ha prestado oídos sordos, cuando no lo ha tratado con sorna y espíritu burlón. Como también sería ingenuo no darse cuenta que la gestión no democrática de las diferencias arriesga que las mismas se conviertan en división, y cuestiona seriamente la calidad del liderazgo de quién así actúa. Fabio Gadea y yo hemos sido categóricos sobre el tema: respeto a las diferencias de opinión, sí, división de la oposición, no.
En mi comentario de la semana pasada decía que “han sido numerosas las voces nacionales e internacionales que se han alzado reclamando transformaciones profundas en el sistema electoral, incluyendo autoridades del mismo, como paso primario e indispensable en el proceso más amplio de rescate de la institucionalidad democrática”.
Reclamar lo anterior hace todo el sentido del mundo, porque de los escombros en que está la institucionalidad democrática lo que requiere atención con mayor urgencia es la recuperación de la confianza y credibilidad del sistema electoral. Pero el sentido de esta demanda no termina aquí: en torno a la misma concurre una amplia correlación de fuerzas, incluyendo las que dentro y fuera de Nicaragua respaldan las recomendaciones de los informes de la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos (OEA).
Finalmente, y si del sentido de esa demanda de reforma del sistema electoral se trata, una manifestación categórica del gobierno en la dirección de atenderla, sería una de las “medidas de confianza” que normalmente se acostumbran para hacer viable cualquier diálogo y negociación orientado a la solución de conflictos y controversias.
El gobierno, entonces, tiene la palabra.
Agua potable y basura
Esta semana hicieron noticia dos hechos íntimamente relacionados. Se conmemoró el Día Mundial del Agua, y el diario La Prensa publicó una serie de reportajes sobre los lugares más contaminados de Nicaragua por el desecho no seguro de la basura y otros factores, como la infiltración de agroquímicos en las fuentes de agua.
Especialistas en temas de agua destacaron que pese a nuestro gigantesco potencial hídrico, uno de cada dos nicaragüenses no tiene acceso a agua potable. Vergonzoso.
Y los reportajes de La Prensa ilustran, en dimensión nacional, lo que cada nicaragüense atestigua en su entorno local, especialmente en la capital, Managua. Nicaragua se ha convertido en un gigantesco basurero. También vergonzoso.
Las limitaciones en el acceso al agua potable se explican por la carencia de inversiones, y por la ineficiencia con que se gestionan las inversiones realizadas. En casi todas las ciudades hay limitaciones en cuanto al suministro y/o la calidad del agua. En Managua es un problema mayúsculo que impone un gran costo a las familias, especialmente a las pobres. Son limitadísimos los barrios de la capital en los cuales no escasea el agua durante muchas horas del día y/o de la noche.
Pero la contaminación de las fuentes hídricas está poniendo limitaciones adicionales al acceso al agua. Es decir, se da la combinación perversa de pocas inversiones en agua potable, ineficiencia en la gestión de las existentes, y más y más contaminación de las fuentes hídricas, a lo que se suma el despale despiadado que progresivamente seca esas fuentes.
Pocas cosas atentan más contra la salud de la población que esos dos factores: la limitación en el acceso al agua potable y la basura. Un programa masivo y sostenido en ambos frentes, dónde pueden combinarse esfuerzos de gobierno central, alcaldías, empresas, organizaciones de la sociedad civil y ciudadanos, daría resultados a corto plazo. Al menos en cuanto a la basura, un esfuerzo como el indicado parece llevar adelante la Alcaldía de Estelí con la campaña “Echémosle la vaca a la basura”, algo relativamente semejante a la campaña sobre “las bolas más grandes”, que en su oportunidad impulsó el exalcalde de Managua, Dionisio Marenco.
Con un programa como el que propongo, en pocos años el perfil sanitario del país mejoraría notablemente, y cuantiosos recursos dedicados a la medicina curativa podrían ser destinados a otros fines.
Y que conste, que quienes más sufren las consecuencias de esa combinación perversa de factores son los pobres, para quienes atender las consecuencias de la insalubridad -como una diarrea- absorbe una proporción significativa de sus ingresos.
Si de soluciones y no de propaganda se trata, ahí tiene el gobierno un desafío relativamente fácil de enfrentar. Si no lo hace, es porque no quiere.
(Se autoriza y agradece su reproducción y circulación)
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