Gioconda Belli
El reciente fraude electoral en Nicaragua creó una suerte de “tierra de nadie” en nuestra vida política. Quienes consideramos ilegítimo el gobierno que actualmente rige el país nos vemos forzados, por la realidad impuesta, a existir bajo las reglas del partido en el poder. Hacer oposición en esas condiciones nos sitúa en una trampa de principios: aceptar las políticas del presente estado equivale a reconocerlo; limitar nuestra crítica a la fuente del problema, o sea el fraude, nos sitúa fuera del ámbito cotidiano de la problemática que vive la población. Esta ambigüedad se expresó de manera clara en la controversia alrededor de la participación o no en la Asamblea Nacional de los diputados del PLI que resultaron electos. Se condenó el fraude, se denunció la ilegitimidad del gobierno que resultó de éste, pero la realidad creada de facto impuso la disyuntiva de actuar dentro de esa irregularidad, o quedarse totalmente fuera de cualquier posibilidad de incidencia ciudadana en el único gobierno posible en las actuales circunstancias.
Forzar a la oposición actual en Nicaragua a regirse por las demandas de la “real politik” en vez de los principios, es quizás el arma más letal del Orteguismo; un arma que éste conoce bien y ha usado innúmeras veces. El efecto se vive desde hace mucho tiempo en nuestro país y es nefasto. Una vez que quien se ha regido por el idealismo dobla su rey y acepta violentar sus principios, lo que sobreviene es un derrumbe de la moralidad. Se acepta el pragmatismo y se produce la metamorfosis del individuo en un ser amoral que se justifica ante sí y los demás con la máxima de Maquiavelo de que “el fin justifica los medios.” Negarse a este juego, por otro lado, trae aparejado el aislamiento. El apego a los principios, hoy por hoy, en la política criolla conlleva un alto costo. El balance del ejercicio suele ser la desilusión política, la desesperanza y la pérdida de motivación.
Lo que ha sucedido en estos meses post-fraude, indica que existe una suerte de estado de choque en la psiquis ciudadana, un descorazonamiento y sentido de futilidad que se expresa en cierta dispersión de la sociedad civil y de la alianza que se constituyó bajo la bandera del PLI. Esta alianza que, sin ser monolítica, logró con pocos recursos y a pesar de sus debilidades innatas, un triunfo sustantivo en las elecciones del 2011, corre el riesgo de que sus logros no alcancen a consolidarse. La concesión de principios a la que me referí antes es, sin duda, un factor que afectó la beligerancia de sus miembros. ¿Cómo recuperar la credibilidad y moralizar la oposición cuando sus representantes han sido colocados en ese peligroso interregno donde el pragmatismo se les ha impuesto como única avenida de supervivencia? ¿Cómo superar esta trampa y retomar la iniciativa? He ahí la cuestión.
Vivimos una época de crisis global en la que el rol de los partidos y su capacidad de responder a las aspiraciones de los ciudadanos están siendo fuertemente cuestionados. Podríamos, sin embargo, aplicando la creatividad nicaragüense, plantear que estas debilidades tienen el potencial de tornarse en fuerza si nos propusiéramos un modelo diferente de organización política, una re-ingeniería que nos permitiera conservar la mirada puesta en objetivos.
A mi manera de ver, la bancada del PLI tendría que convertirse en el eje de un frente ciudadano que incorpore en su programa de lucha, no sólo los grandes temas de la pobreza, la institucionalidad y la democracia, sino las leyes y propuestas ciudadanas más propias de la juventud y las clases medias. Con los jóvenes, por ejemplo, la relación podría desarrollarse a través de instrumentos como las redes sociales que, actualmente, sólo se utilizan para convocatorias a marchas o movilizaciones. La democracia utilizada con gran éxito por el Partido Pirata en Alemania, la llamada “open source democracy” –democracia abierta- es una posibilidad moderna facilitada por la internet y sus medios para determinar las áreas donde se requiere la intervención organizada de un partido y brindar a la juventud más oportunidades de protagonismo y participación en la construcción de alternativas e intercambios políticos diferentes.
Generar una dinámica de “frente amplio”, donde diversas fuerzas y organizaciones utilicen el vínculo partidario como una vía para resolver o comunicar sus intereses, cambiaría la desgastada relación tradicional en la que el partido se activa solamente en períodos electorales o es una fuente de requerimientos, sin ofrecer ningún servicio práctico a la ciudadanía. Campañas ciudadanas para eliminar la basura de las ciudades, para demandar una tributación más justa, para requerir zonas públicas donde el acceso a la internet sea gratis, son maneras de reelaborar la dinámica política y salir del estancamiento de una oposición entrampada en luchas que, si bien son necesarias y deben continuar, no brindan a la ciudadanía otra posibilidad de participación que las marchas de protesta en las calles.
Los objetivos claros y modestos ayudarían a sostener un activismo político sano y puntual que vaya sustituyendo la romántica –y a menudo peligrosa- idea de que la revolución, las luchas callejeras o los grandes tsunamis sociales son la única manera de ganar adeptos o de construir alternativas. Es preciso construir unidad en la acción y vencer el peso inmovilizador de una historia que ha dejado a la mayoría de los actores políticos atrincherados sicológicamente, ya sea en rencores, ya sea en nociones románticas de cómo debía ser lo que nunca fue.
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