Han pasado ya diez años desde que Rumi Tani y yo estuvimos tres años enfrascados en la traducción del monumental Heike monogatari. No podía imaginar entonces, ni siquiera cuando esta colaboración produjo la versión española de otro clásico publicado por Trotta (Kojiki, 2007) y con notable éxito de difusión, que el siguiente turno sería la obra que ahora presento. Tras estos diez años del imperio de Haruki Murakami en las librerías españolas en cuanto a literatura de Japón se refiere y de la afortunada proliferación de autores contemporáneos de este país, la aparición de un clásico de los siglos XIV-XV es extraordinaria. Por varias razones.
Historia de los hermanos Soga (Soga monogatari, en el original) forma, al lado de La historia de Genji y del mencionado Heike, la tríada de obras temáticamente más influyentes de la literatura japonesa posterior. La historia de los Soga, dos jóvenes samuráis empeñados en la búsqueda obsesiva de la venganza contra el asesino de su padre, va a merecer ser asunto literario de las artes escénicas de Japón, como el teatro noh y el kabuki, y de decenas de adaptaciones.
El segundo motivo del valor de Historia de los hermanos Soga explica esa sostenida popularidad. Es una historia ─basada en un hecho real ocurrido a finales del siglo XII─ que encandilaba a la sociedad japonesa dominada por sucesivas oligarquías de samuráis a lo largo de ochocientos años. Encantaba por ilustrar con dramatismo los valores de lo que después se llamaría bushido ─el Camino del guerrero o código ético del samurái, los valores neoconfucianos imperantes sobre todo en el Japón de Edo (siglos XVII-XIX) y todavía decisivos en las relaciones sociales de los japoneses de hoy, los valores budistas, los valores sintoístas─. Las cuatro patas de la mesa en torno a la cual se han sentado generaciones de japoneses para nutrirse de alimento espiritual y mental. Y es que Historia de los hermanos Soga cautivaba a todos.
A los primeros ─los samuráis, «la gente del arco y las flechas»─ porque el desprecio por la vida de que hacen gala los protagonistas ilustraba la virtud más estimable en un hombre de su clase. A los segundos porque la conducta de los dos hermanos es un ejemplo de una virtud cardinal en la ética confuciana, la piedad filial, que demuestran estos hijos al buscar durante diecisiete años cómo vengar a su padre. A los terceros, los budistas, porque la obra, especialmente sus últimos capítulos, es una exaltación del budismo amidista dominante en la sociedad japonesa de los siglos en que se gesta la obra. La abundancia de apólogos y relatos edificantes sobre las verdades del budismo con que se sazona la historia es una prueba adicional. En cuanto a los valores sintoístas, ocurre como en muchas obras literarias japonesas, están en el aire que respiran los personajes: son invisibles como invisible pero sustancial es el valor de makoto, la sinceridad, la limpieza interior, que define al guerrero japonés y que le hace buscar en la punta de la espada la purificación necesaria para mantenerse interiormente limpio.
Una tercera singularidad de esta obra, que, por emplear referentes bien conocidos en la tradición literaria de Occidente, está a medio camino entre los cantares de gesta y los exempla, es su transmisión. A diferencia del Heike monogatari, su hermana mayor, que era propagada oralmente por los bonzos ciegos al son de un laúd, la transmisión de Historia de los hermanos Soga se produjo principalmente por medio de las contrapartes de estos: monjas budistas ciegas llamadas goze que se acompañaban en su recitación de un pequeño tambor. Este hecho, que puede reflejarse en la prominencia de las mujeres en el texto y de episodios líricos, explica que la obra sea frecuentemente clasificada en los manuales de literatura japonesa como onnakatari bungaku o «literatura narrada por mujeres». Es interesante recuperar este eslabón de la fecunda literatura femenina japonesa, aunque el tono y el contenido difieran tanto de la típica literatura de mujeres de la época de Heian. Conviene, en efecto, relacionar este protagonismo femenino en la recitación de esta obra con la vieja literatura oral de la sociedad japonesa, todavía ágrafa hasta el siglo VII de nuestra era.
Una cuarta causa de celebración de este texto en español es el valor documental de la obra. Las estampas, palpitantes y llenas de animación, de la vida de los samuráis, de sus pasiones y temores son uno de los firmes valores de este libro. En sus páginas se observan las costumbres de caza ─una actividad que muy pronto el budismo va a enterrar─, los hábitos de beber sake, las luchas de sumo, las rencillas, debilidades y ambiciones de este grupo social, los nuevos amos del país desde 1185. Vemos incluso cómo habla el «señor de todo Japón», el gran Yoritomo, reciente vencedor de las guerras Genpei (1180-1185) e instaurador de una forma de gobierno que habría de perdurar ocho siglos. El noventa por ciento de los personajes que aparecen pertenecen a la clase de los guerreros (otro ocho por ciento, a las mujeres de la vida). Por esta razón, y sobre todo por el gran tema de la obra, la venganza, Historia de los hermanos Soga es una obra que se inscribe plenamente en la literatura de samuráis. Tradicionalmente y a pesar de ciertas reservas, en la literatura japonesa se la ha adscrito al llamado género de «relatos de hechos de armas» (gunki monogatari).
La venganza de los hermanos Soga ─asunto central del libro─ no es, desde el punto de vista de los valores de su época, la vulgar historia de una represalia sangrienta, sino la historia ejemplarizante de unos buenos hijos, fieles, además, a los valores de su clase. Esta es, tal vez, la clave del éxito popular de la obra y del favor de que gozó en los siglos siguientes. La originalidad en el tratamiento de la venganza que ejecutan los protagonistas descansa en la infracción, extraordinaria en su época, de una de las virtudes cardinales del samurái: la obediencia al señor, a favor de un alarde de piedad filial como es cumplir la venganza contra el asesino del padre de los dos hermanos.
El Japón del siglo XIII, el Japón de samuráis indomables y de monjas ciegas, en una lectura para hoy.
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