Siempre
se mantiene la misma pasta del sándwich: los serviles que solo pueden
sobrevivir alrededor del tirano de turno y los miles de empleados públicos que
son obligados a llenar las plazas para gritar las consignas partidarias que le
agradan al dictador.
Anastasio
Somoza Debayle, general sin batallas enfundado en su uniforme de opereta
cuajado de condecoraciones huérfanas de audacia y luciendo galones regalados
porque por ser hijo del fundador de la dinastía nació coronel y pasó a general
al cumplir la mayoría de edad y Daniel Ortega Saavedra, comandante sin comandos
enfundado en su uniforme de guerrillero sin las manchas de sangre del enemigo y
sin lodo de la montaña, que se quedó con el poder por practicar la virtud del
silencio, son dos exponentes, cada quien en su época y en su ámbito político,
que llegaron a la cúpula del poder mediante acciones que no tienen nada que ver
con el riesgo de perder sus vidas al frente de sus tropas en el fragor del
combate.
No
te vas, te quedás le gritaban al general de pacotilla a menos de dos meses de
abandonar el poder y el país, derrotado por las fuerzas de los descamisados,
que no llegaron a gozar la victoria
porque regaron con su sangre el camino de los que si llegaron solo para
convertirse en los nuevos opresores, que hoy ya son dictadura y que están en
camino de ser dinastía. Así como al general lo repuso el comandante, al chigüín
lo repuso Payito, a Alesio Gutiérrez lo repuso el Ministro del Interior hoy
embajador ante el Imperio Inca, a Cornelio Hueck lo repuso el reelecto
Presidente de la Asamblea Nacional, a Fausto Zelaya lo repuso el mogul del
arroz y asesor financiero del comandante y a los ANRROCS los CPCs. Todo un
perfecto clonaje de la dictadura del siglo XX, cuyo único detalle que se
desconoce es su duración en el siglo XXI.
De
todos es conocido que doña Hope Portocarrero de Somoza, Primera dama de la
República, no se inmiscuía en la política dictatorial. Si supimos que doña
Dinorah Sampson, la Pompadour del palacio presidencial, se inmiscuía en los
nombramientos de los comandantes departamentales, de los alcaldes, de los
diputados y de los senadores. Conseguía habilitaciones agrícolas, libres
introducciones para automóviles de lujo y evasión de impuestos para los de su
círculo íntimo. Con todo ese poder bien se puede decir que era ella la primera
dama de la República y que es con ella con la que hay que comparar a la toda
poderosa Primera Dama actual, sin cuya aprobación no se mueve ni la hoja de un
árbol. ¿La Sampson o la Murillo acaso son las dos caras de una misma moneda? ¿Es
doña Rosario la reposición de doña Dinorah? Al fin de cuentas doña Dinorah casóse con el general, a como doña Rosario lo hizo
con el comandante.
Tantos
sacrificios, tanto dolor, tantas lágrimas y tantos cadáveres, todo para salir
siendo el clon de la dinastía de la estirpe sangrienta.
¡QUE
HORROR! Diría mi madre.
Jorge
J Cuadra V
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