Negar el Holocausto es de locos. ¿Y organizar un baile de gala para celebrarlo? Es lo que grupos de ultra derechas han hecho el viernes pasado en el Palacio Imperial de Viena, en el corazón de la capital, a son de vals, para conmemorar la muerte de los judíos torturados y muertos en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
Fue escogido para el baile de gala el día Internacional de las víctimas del Holocausto. Una danza macabra sobre seis millones de muertos. La crónica, con detalles fue publicada ayer lunes en este diario, y este blog ha querido recogerla, por el simple hecho de que al leerla, sentí más que vergüenza y sorpresa, escalofrío. Físico. En mi carne y en mis huesos. Y no soy judío.
Es que eran neonazis, de ultra derechas, dicen algunos, ¿Qué se puede esperar de ellos? No es eso lo que me preocupa. Lo que me hace sudar frío es pensar que un señor –dice la crónica que muchos eran jóvenes, intelectuales y académicos- se coloque fríamente su frac, tome del brazo a su esposa, de traje largo, según la etiqueta exigida, entren en el mullido mercedes y le diga: “Vamos, querida, al baile de gala para danzar juntos un vals en honor de los seis millones de judíos muertos en el Holocausto”.
El viernes fueron los neonazis austriacos los que danzaron sobre los muertos judíos. Durante la segunda Guerra Mundial otros danzaron por los también millones de muertos del estalinismo. Eran de izquierdas. Ni se trata de creyentes o ateos. La Iglesia Católica nombró durante siglos en su liturgia de Semana Santa a los “pérfidos judíos”, que según ella habían dado muerte al inocente Jesús, una falsedad histórica, porque lo mataron los romanos.
Mataron y torturaron los cristianos en las Cruzadas y en la Inquisición, matan los islámicos y matan los ateos. Y lo hacen los judíos fanáticos de hoy con el pueblo Palestino. No son las etiquetas políticas, culturales o religiosas las que matan. Son los hombres. Y son ellos los que pueden llegar a concebir organizar un baile de gala para celebrar uno de los mayores horrores de la Historia humana.
Imágenes de torturas a los herejes durante la Inquisición de la Iglesia
Ha habido y sigue habiéndolos, y los habrá quizás siempre nuevos y espantosos holocaustos de inocentes, pero no cabe duda que el Holocausto judío, como afirmó el domingo, la presidenta Dilma Rousseff será siempre “el paradigma contra la intolerancia, la infamia y la violencia bárbara”.
Ha habido y sigue habiéndolos, y los habrá quizás siempre nuevos y espantosos holocaustos de inocentes, pero no cabe duda que el Holocausto judío, como afirmó el domingo, la presidenta Dilma Rousseff será siempre “el paradigma contra la intolerancia, la infamia y la violencia bárbara”.
Siempre me impresionó el hecho de que sobre el Holocausto judío “no se puede hacer poesía ni teología”. Lo escribe muy bien Claudio Magris, en su obra Danubio:
“La literatura y la poesía nunca consiguieron representar adecuadamente ese horror del Holocausto. Hasta las páginas más brillantes palidecen ante el documento desnudo de esta realidad, que supera toda imaginación. Ningún escritor, ni el más genial, es capaz de competir, sentado en su mesa de trabajo, con el testimonio directo, con la transcripción fiel y material de los hechos acontecidos entre los barracones y las cámaras de gas. Sólo el que estuvo en Mauthausen o en Auschwitz, puede tentar narrar aquel horror radical”.
Nunca olvidaré que hace años, conseguí bajar en Auschwitz, junto con el papa polaco Wojtyla, a la terrible “celda de la muerte”. En ella, cabían sólo diez detenidos desnudos, en pie. Una ventana minúscula impedía que se asfixiasen antes de tiempo. Debían morir de hambre. Cuando uno fallecía lo substituían por otro vivo. Bajando a aquella celda del horror y de la barbarie, a la izquierda, se podía observar un pequeño museo, con los instrumentos de torturas usados con los presos. No conseguí pararme a mirarlos.
Nunca olvidaré que hace años, conseguí bajar en Auschwitz, junto con el papa polaco Wojtyla, a la terrible “celda de la muerte”. En ella, cabían sólo diez detenidos desnudos, en pie. Una ventana minúscula impedía que se asfixiasen antes de tiempo. Debían morir de hambre. Cuando uno fallecía lo substituían por otro vivo. Bajando a aquella celda del horror y de la barbarie, a la izquierda, se podía observar un pequeño museo, con los instrumentos de torturas usados con los presos. No conseguí pararme a mirarlos.
Confieso que un escalofrío seméjante al que sentí aquella mañana en Auschwitz lo he sufrido al leer la noticia del baile de gala organizado, con frac y trajes largos de señora, para celebrar aquel infierno.
En este blog hemos discutido varias veces sobre las torturas infligidas gratuitamente a los animales, nuestros amigos. Ha habido lectores que me han recordado que existen crueldades peores. Creo que la crueldad humana es indivisible.
Lo que hoy quería decir en el post de este blog, es que lo que me impresiona frente a todo tipo de crueldad humana – se mata y tortura también danzando un vals para celebrar seis millones de muertos- es que es eso, “humana”, no “bestial”, como a veces llamamos a esos horrores . Lo que me impresiona es que si analizasen juntos mi cerebro y el del capataz de un campo de concentración que dejaba morir de sed a los niños porque necesitaba el agua para regar las flores de su jardín. O la de uno de esos danzantes de frac en Viena, o el cerebro de Hitler o de Stalin o de Franco o de cualquier cruel dictador de la historia, seguramente en nada se diferenciarían en su morfología.
¿En qué nos diferenciamos entonces los humanos? Los defensores de la razón dicen que en el pensamiento. No creo. Todos somos, en nuestros pensamientos mitad ángeles y mitad demonios. Quizás los que nos distinga a los humanos, al final, sean los tan denodados “sentimientos”. Quizás la Humanidad se divida entre los que son capaces de sentimientos de “compasión” y los que sólo lo son de sentimientos de odio, violencia y barbarie. Los que son capaces de perdón y los que sólo lo son de venganza.
Al final de cuentas, lo que distingue, al que llora ante la muerte de un inocente y al que se va a bailar para celebrarla, es justo lo que distingue también a los animales: sus “sentimientos”, tantas veces más nobles que los nuestros. Dejemos, pues de llamar “bestial” al Holocausto. Llamémoslo, aunque avergonzados, simplemente “humano”.
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