El único remedio para
poner fin al narcotráfico es la despenalizaciónde las drogas
Sergio Ramírez
El Hay
Festival congrega cada año a decenas de escritores, intelectuales y
artistas que llegan a Cartagena de Indias desde diversas partes del mundo.
Como en un circo
de varias pistas, se suceden a lo largo de tres días debates, presentaciones,
diálogos, recitales, lecturas, toda una fiesta de la imaginación y de las ideas
con largas colas de gente que busca entrar en los recintos.
No pocas veces
las localidades se han agotado de antemano y surgen los revendedores, como en
todo buen espectáculo bajo demanda.
Uno de esos
debates, convocado bajo el título Ideas para un mundo en transición, se dio en
el teatro Adolfo Mejía, que se alza frente a la plaza de la Merced dentro de
los muros coloniales de la ciudad, y me tocó subir al escenario junto al
presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, el escritor mexicano Carlos
Fuentes, y el director del diario El País, Javier Moreno.
Antes de salir a
escena, el conductor del debate, Alejandro Santos, director de la revista
Semana, nos propuso una agenda de discusión que tenía que ver con todo lo
notable que ocurre en el mundo en esta segunda década del siglo veintiuno,
desde la primavera árabe que comenzó en Túnez, y siguió en Yemen, Egipto y
Libia, y que aún no termina, pues ahora amenaza con arrastrar al régimen
autocrático y hereditario de Bashar al-Asad en Siria; al movimiento de los
indignados en Europa, al de los occupy en los Estados Unidos, signos de un
mundo lleno de inconformidades y frustraciones; a la crisis financiera global,
a los males de América Latina, pobreza y narcotráfico, y falsificación de la
democracia. En fin, una lista de temas con la que podríamos tranquilamente
amanecer debatiendo frente al millar de personas que abarrotaban la platea y
los balcones del teatro.
Despenalizar
las drogas. De
alguna manera, muchos de esos asuntos fueron tocados en la discusión, pero
donde el debate se concretó mejor fue en el asunto del narcotráfico. Siempre he
tenido presente mi aleccionadora participación como miembro de la Comisión
Latinoamericana sobre Drogas y Democracia que encabezaron los expresidentes
Fernando Henrique Cardoso de Brasil y César Gaviria de Colombia, que resultó
para mí en un verdadero curso de altos estudios sobre la red criminal de
estupefacientes que se extiende por todo el mundo, y de donde salí convencido
de que no hay otro remedio para poner fin al poder clandestino de los carteles
y su brutalidad despiadada, que la despenalización de las drogas. Y fue lo que
sostuve.
Le dije al
presidente Santos, amigo de muchos años, que seguramente él, dada su
investidura, no podía expresar esa opinión que yo, como escritor, y ciudadano
común y corriente no tenía ningún impedimento en dar; y él respondió que claro
que podía hacerlo, estaba de acuerdo en la despenalización, siempre que se
tratara de una medida adoptada por todos los Gobiernos sin excepción, algo en
que todos en el panel estuvimos de acuerdo. La despenalización significaría
sacarle el agua al pez venenoso que es el narcotráfico, la empresa financiera y
comercial global más poderosa que ha conocido la historia de la humanidad, con
innumerables tentáculos y absoluto desprecio a la vida.
Los Estados
Unidos saben, porque tienen la experiencia de que cuando un negocio clandestino
florece gracias a la prohibición, el crimen organizado crece de manera
exponencial. Es lo que ocurrió con la ley seca, que prohibía la producción,
distribución y consumo de bebidas alcohólicas, una ley que engendró a los capos
más célebres de la historia de ese país, el primero de ellos Al Capone, el rey
del imperio del contrabando del whisky.
El tráfico de
las drogas “colombianizó” a México, multiplicando los asesinatos y llevando al
país a una verdadera guerra, que en las condiciones actuales en que se libra no
tiene ninguna salida, y ahora los carteles están “mexicanizando” a
Centroamérica, empezando por Guatemala, donde ahora también reinan los Zetas,
aliados de las antiguas pandillas de los maras. El hermoso país de la eterna
primavera convertido en el país de la eterna balacera de manera recurrente: Guatebala,
como tituló hace ya muchos años el pintor Luis Díaz a uno de sus cuadros.
Atrapados sin
salida.
Centroamérica es un puente natural para el paso de las drogas desde el sur
hacia el norte, en busca de la frontera de los Estados Unidos. Estamos allí
conectando ambas masas continentales. Nadie puede arrancarnos de esa posición
geográfica y remolcarnos lejos. La mancha de aceite, o de sangre, viene
extendiéndose desde el río Suchiate, que marca la frontera de Guatemala con
México, un verdadero hervidero donde se cruzan los caminos del transporte de
las drogas protegido con celo criminal por los propios carteles, de las bandas
paramilitares de los Zetas, de las bandas que roban la droga a los carteles, de
los coyotes, los traficantes de personas que llevan bajo paga a los inmigrantes
pobres que buscan el sueño americano en viaje hacia Estados Unidos, y ellos
mismos son cómplices de los Zetas en robarles y asesinarlos.
Las llamas del
infierno se extienden y avanzan hacia el sur de Centroamérica, y ninguno de sus
países puede asegurar que va a librarse para siempre de la violencia desmedida
que el tráfico de las drogas trae consigo, y de sus consecuencias letales,
asesinatos, corrupción gubernamental, lavado de dinero.
Carlos Fuentes
se preguntaba qué pasa cuando la droga logra atravesar la frontera de México
con Estados Unidos, hacia donde finalmente va destinada. Los cargamentos se
pierden en el misterio, hay redes que distribuyen la cocaína en cada uno de los
estados de la unión hasta llevarla a todos los hogares, igual que el lechero
hace con la leche, según escribió una vez Gabriel García Márquez. Pero el velo
del enigma no se levanta.
Miles de
millones de dólares que los consumidores pagan por su ración diaria, y que son
necesariamente depositados en algún banco, invertidos de alguna manera,
reexportados de regreso a los países productores. Nada sabemos acerca de los
tentáculos de este negocio, y muy pocos van a la cárcel por dirigirlo, o
participar de él.
Es hora, pues,
de sacarle el agua al pez para que muera de asfixia.
Cartagena de
Indias, febrero 2012.
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