"Nunca había enfrentado ese dilema en mi vida". Wardo Mohamud Yusuf, de 29 años, tuvo que tomar una decisión que le pesará por siempre. Caminaba con sus dos hijos hacia el campamento de refugiados de Dadaab, en Kenia. Su hijo de cuatro años la agarraba de la mano, mientras ella transportaba en su espalda a una bebé de apenas un año.
Cundo el mayor cayó desmayado por el calor, el hambre y la sed, su madre se detuvo y volcó un poco de agua sobre su cabeza para reanimarlo. El niño no volvía en sí. Su madre trató entonces de llamar la atención de las familias que pasaban a su lado en aquella huida, pero nadie reaccionó.
"Finalmente, decidí dejarlo atrás, en el camino y al amparo de Dios", confesó Mohamud Yusuf ya desde Dadaab. "Ahora vuelvo a experimentar el dolor de abandonar a mi hijo. Me despierto por las noches y pienso en él. Me siento aterrorizada cuando veo a un niño de su edad".
Tomar una resolución de semejantes consecuencias, dejar en el camino a un hijo para salvar a otro, marca de por vida a muchos padres que hoy huyen de su país para intentar sobrevivir en otro lugar. El camino suele ser largo y seco. Sin apenas agua, sin comida, y con largas horas bajo el sol, son muchos los progenitores que deben abandonar a sus hijos en medio del camino.
Lo peor ni siquiera ha pasado para Mohamud Yusuf. El doctor John Kivelenge, experto en salud mental del Comité Internacional de Rescate en Dadaab, admite que la madre somalí no tenía otra opción. "Es una reacción normal a una situación anormal. Ellos no pueden sentarse a esperar la muerte juntos", explicó. "Pero después de un mes,sufrirán un desorden por estrés postraumático, lo que significa que tendrán recuerdos y pesadillas".
"La imagen de los niños a quienes abandonaron volverá a ellos y los acosará", añadió. "Además, dormirán mal y tendrán problemas sociales".
El caso de Mohamud Yusuf no es aislado. Una mujer de su edad, Faduma Sakow Abdullahi, también trataba de llegar a Dadaab con un bebé y con sus otros hijos de cinco, cuatro, tres y dos años. Estaban a punto de llegar al campamento, a un día de distancia, cuando se detuvieron a descansar un instante. Sus dos hijos mayores se acostaron, pero no se volvieron a levantar.
Sakow se preguntó qué hacer. Llevaba agua en un envase de cinco litros, pero no era suficiente para todos. Decidió que debía abandonar a sus dos hijos de 5 y 4 años, pero no fue fácil. Se alejaba y volvía sobre sus pasos, incapaz de irse, hasta que se dio cuenta de que la vida de sus otros hijos también estaba en peligro y que no podía esperar.
Al final dejó a sus hijos moribundos allí, a la sombra de un árbol.
Ésta es sólo uno de los rostros más espantosos de una hambruna y una sequía que está diezmando Somalia. Más de 29 mil niños menores de cinco años han muerto en los últimos tres meses por desnutrición o por falta de agua. Tras más de dos décadas de guerra civil y con la grave hambruna que padecen cinco de sus provincias, el centro de Control y Prevención de enfermedades de los Estados Unidos también ha cifrado en 300 mil las personas que han huido del país.
Según la ONU, unas tres millones de personas necesitan "ayuda inmediata para salvar su vida". Más de 12 millones de personas en todo el Cuerno de África necesitan alimentos para paliar la hambruna, que afecta con especial saña a determinadas zonas de Somalia en donde viven 450 mil personas.
Por si fuera poco, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha alertado de que unaepidemia de cólera se está propagando por el país africano. La infección intestinal, obtenida en ocasiones tras la ingestión de agua contaminada, causa diarrea grave y vómitos, por lo que deja a los niños pequeños especialmente vulnerables a la muerte por deshidratación.
La ONG Avaaz ha comenzado una campaña de recolección de firmas con el fin de pedir al Consejo de Seguridad de la ONU que se involucre en este asunto para impedir lo que sucedió hace 19 años en Somalia, cuando una hambruna terminó hace casi dos décadas con la vida de 300 mil personas.
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