Andrés Pérez-Baltodano
Este es el segundo de una serie de artículos que tienen como objetivo dar a conocer algunas de las lecciones que ofrece la ciencia cognitiva para el estudio de nuestra cultura y práctica política. El primero fue publicado el 21 de febrero de este año con el título El providencialismo y tu cerebro.
En la ciencia cognitiva participan y colaboran la neurociencia, la fenomenología, la lingüística, la psicología y otras disciplinas. Su objetivo: estudiar y explicar la manera en que el cerebro recibe, selecciona y procesa información. Esta ciencia está gradualmente invadiendo áreas de conocimiento que antes estuvieron reservadas para la filosofía y las ciencias sociales. Al penetrar estos campos, la ciencia cognitiva encuentra resistencia entre los y las colegas que no quieren reconocer que el estudio de lo que llamamos la realidad social es un proceso mediado por el cerebro. Es necesario, por lo tanto, conocer cómo funciona este órgano –tanto en el observador como en los que observamos– cuando estudiamos e interpretamos la realidad.
El cerebro es un órgano marcado por sus propias limitaciones. De estas limitaciones se derivan los múltiples “trucos” que él nos juega cuando nos empuja a “pensar mal”. Las llamadas “ilusiones ópticas”, por ejemplo, muestran que nuestro cerebro no funciona a la perfección y que es capaz de engañarnos. Aceptemos entonces que es preciso conocer estas limitaciones –así como las grandes posibilidades que ofrece el cerebro–, para aumentar la capacidad explicativa e interpretativa de la filosofía y las ciencias sociales. De no hacerlo, éstas corren el peligro de perder su relevancia. Muchas de las ideas y premisas que han servido de base al desarrollo de estas disciplinas –la relación entre sujeto y realidad y la visión negativa de las emociones en el estudio científico de los fenómenos sociales, por ejemplo– están siendo re-interpretadas y en algunos casos desmanteladas por la ciencia cognitiva.
Parte de la resistencia que muestran hoy la filosofía y las ciencias sociales frente al avance de las ciencia cognitiva es provocado por la actitud de muchos científicos –especialmente en el campo de la neurología– que argumentan que el conocimiento del cerebro es lo único que necesitamos para entender y explicar la conducta humana y los fenómenos sociales. Estos científicos desprecian el conocimiento producido por la filosofía, la sociología y otras ciencias humanas y aseguran poseer las claves para conocer por qué amamos; por qué odiamos; por qué creemos en Dios; por qué creemos en Lenin; por qué votamos a favor de los que nos roban; etc.
Entre el extremismo de los “neuroreduccionistas” que dicen que la condición humana estudiada por la filosofía y las ciencias sociales no es más que la expresión glorificada de un conjunto de acciones y reacciones neuronales, y el rechazo y la indiferencia de los que en la filosofía y las ciencias sociales se niegan a aceptar que un conocimiento adecuado de la estructura y del funcionamiento físico del cerebro es indispensable para mejorar nuestra capacidad para entender el mundo en que vivimos, se ha ido abriendo un espacio de colaboración e intercambio entre científicos cognitivos, filósofos y científicos sociales. El punto de partida de esta convergencia lo constituye la premisa de que si bien es cierto que el cerebro posee una constitución material y un funcionamiento que es necesario conocer, también es cierto que esta constitución y este funcionamiento están fuertemente condicionados por el ambiente en el que operamos los seres humanos. Hablo del ambiente natural pero también del ambiente social, cultural, institucional, económico y político que estudian la filosofía y las ciencias sociales.
En éste y otros artículos quiero compartir con ustedes algunas de las ideas de mis autores favoritos en el campo de la ciencia cognitiva. Estas ideas son relevantes para el tema central de este blog: cómo construir un discurso político efectivo; es decir, un discurso que responda a la manera en que funciona el cerebro de los nicaragüenses. La ciencia cognitiva, por ejemplo, puede ayudarnos a entender las enormes limitaciones que muestra el discurso de la oposición nicaragüense y, en mi opinión, la mayor capacidad que ha mostrado tener el FSLN para articular un discurso político con la capacidad de atraer a los indecisos y asegurar el voto de sus partidarios.
Algunas ideas básicas
En sus versiones no-reduccionistas, la ciencia cognitiva nos dice que el cerebro forma parte de tu cuerpo; y que tu cerebro y tu cuerpo tienen una doble historia. La historia larga, la historia de la evolución de nuestra especie, establece un común denominador que define el funcionamiento del cerebro de todos los seres humanos. A la par de este común denominador, la historia personal –la del individuo en su ambiente social– define las formas específicas en que funciona el cerebro y la mente de cada persona.
Ilustremos estas ideas. Todos los seres humanos tendemos a paralizarnos momentáneamente frente a una situación de peligro inesperada (imaginemos que empieza a temblar la tierra). Esta reacción universal se debe a que todos los miembros de la especie operamos baja lo influencia de lo que se llama el “cerebro reptil” que frente al peligro nos empuja a paralizarnos, pelear o correr.
El “cerebro reptil” es la parte primitiva del cerebro; la parte en donde se activan nuestros impulsos primarios en actividades cruciales para la sobrevivencia: comer, respirar, el deseo sexual, y nuestra respuesta inicial a una situación de peligro repentina. Se conoce como “cerebro reptil” porque este órgano se encuentra en los mamíferos y en los reptiles.
A diferencia de las serpientes y otros animales, sin embargo, el cerebro de los humanos, evolucionó y creció hasta desarrollar la llamada corteza cerebral (la arrugada) en donde se ubican los circuitos neuronales que determinan la capacidad humana para contrarrestar y controlar los instintos. Desde esta perspectiva, la idea que parece prevalecer en Nicaragua de que es comprensible y hasta justificable que un hombre sufra un “arrebato” que lo impulse a violar a una mujer, solamente tiene sentido en el mundo de las bestias (ver “Cree usted que Fátima fue una ‘colaboradora’ para que la violaran?”, END, 31/07/11).
Inmediatamente después de nuestras reacciones instintivas frente al peligro, la capacidad racional del cerebro entra en escena y define lo que tenemos que hacer. En este “segundo momento” entra en juego el efecto de la historia individual y social en el funcionamiento del cerebro.
Todos nos paralizamos momentáneamente cuando enfrentamos el horror inicial de un terremoto. No todos, sin embargo, nos tiramos después al suelo de rodillas a implorar a Dios para que pare de temblar, como lo hacía yo cuando obligado por mi abuela, tenía que gritar muerto de miedo: “¡Más fuerte venís, más fuerte es mi Dios, su Santa Voluntad me libre de vos!”
Nuestras reacciones secundarias frente al peligro están marcadas por nuestros valores, nuestras creencias y, en fin, nuestro desarrollo como individuos y como miembros de grupos que comparten sistemas culturales y experiencias de vida similares. Para apreciar mejor esta idea, comparen ustedes nuestras típicas reacciones frente a los terremotos y temblores, con la reacción de los japoneses frente al tsunami de la costa del Pacífico del Japón y el desastre nuclear causado por el maremoto en marzo de este año.
Para terminar: El cerebro procesa e interpreta la realidad a partir de una constitución universal que es producto de nuestra evolución como especie; pero también a partir de una constitución particular, que es producto de nuestra historia personal y social. La construcción de un discurso político efectivo debe tomar en consideración ambas dimensiones.
Próxima entrega:
¿Por qué no “pega” el discurso de “salvación de la democracia” y de “defensa del Estado de Derecho” de la oposición nicaragüense? En una próxima entrega responderemos esta pregunta apoyándonos en el conocimiento generado por la ciencia cognitiva durante las últimas décadas.
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