El ensimismamiento y tu cerebro
Las candidaturas de Daniel Ortega y Arnoldo Alemán expresan dramáticamente la profundidad del abismo político en que nos encontramos. En cualquier país medianamente ordenado, estos dos personajes estarían en la cárcel por sus múltiples deudas con la justicia. Frente a sus fotos, uno se ve obligado a parafrasear mentalmente aquella oración que dice: “En los tiempos de las bárbaras naciones de las cruces colgaban los ladrones. En el tiempo de la ‘democracia’ y sus luces, del pecho de los ladrones, cuelgan las cruces.”
Pero no es de nuestro abismo que quiero hablar hoy. Quiero, más bien, concentrar nuestra atención en el hoyo en que se encuentra la oposición nicaragüense. Hablo, por supuesto, de la oposición no pactista (o mejor dicho, la que todavía no ha pactado). Hablo, más claramente, de la que encabeza “Don Fabio”.
La fuerza que tiene la candidatura de Ortega expresa el fracaso del proyecto político que encabeza Gadea Mantilla. Uno tiene que preguntarse: ¿Cómo es posible que este movimiento no haya logrado capitalizar las enormes debilidades del grupo gobernante: su abierto desprecio por la ley, los derechos ciudadanos y la institucionalidad del país; el manejo gansteril que hace de los poderes y recursos del Estado; la forma poco sofisticada con que manipula los símbolos religiosos y patrios de los nicaragüenses; el discurso incoherente del Presidente y su impresentable record como padre, gobernante y ciudadano, etc. etc.? ¿Cómo es posible que, frente a estas debilidades, la oposición no se haya convertido a estas alturas en un tsunami de indignación anti-danielista que desborde las calles y plazas del país?
Algunos contestarán diciendo que el orteguismo dispone de los recursos y la fuerza del Estado y que en estas condiciones cualquier oposición es débil. Permítanme declarar mi desacuerdo con esta explicación. Los recursos con que cuenta el gobierno palidecen frente a sus debilidades políticas y morales. Este desbalance podría ser aprovechado por la oposición, si siguiera el ejemplo de un Martín Luther King, quien amparado en la justicia de su causa enfrentó con éxito el enorme pero ilegítimo poder del racismo institucionalizado de su país. Lo mismo hizo Gandhi para derrotar al imperialismo británico en la India. Lo mismo hizo el FSLN para derrotar a Somoza.
Otros explicarán el descalabro de la oposición argumentando que somos un pueblo salvaje al que no le molesta vivir bajo el control de un Estado Mara como el que ha construido el orteguismo con sus presupuestos privados y con las carísimas pintas multicolores que marcan hoy nuestro territorio nacional. Más que una explicación, ésta es una dolorosa expresión del auto-desprecio que produce la frustración de formar parte de una sociedad que, como la nuestra, aún no logra superar sus fracasos.
Los nicaragüenses no somos esencialmente diferentes de los europeos o de los canadienses o de los ticos. Como ellos y como el resto de la humanidad, los nicas estamos naturalmente predispuestos a buscar la libertad, la dignidad, y la seguridad. El problema, entonces, no es que tengamos un DNA diferente al resto de la especie humana; el problema es que la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos no tiene la posibilidad de gozar de estos tres bienes a la vez. Por razones históricas, políticas e institucionales, los más pobres y débiles de nuestro país tienen que escoger el que más necesitan aunque para ello tengan que sacrificar los otros dos. En este sentido somos profundamente humanos. Ponga a un sueco a escoger entre la comida de sus hijos y la libertad de prensa y verá como esta última pierde su valor.
En conclusión: No somos genéticamente corruptos y la fuerza del orteguismo no es tan grande como parece. Si tomamos en cuenta sus vicios y debilidades es, en el mejor de los casos, un gigante de cartón con pies de barro.
¿Por qué entonces la oposición no logra entusiasmar y movilizar a la población? ¿Acaso sus líderes no proclaman y ofrecen cosas buenas como la democracia y el Estado de Derecho? ¿Por qué no “pega” este discurso en Nicaragua? ¿Por qué no llega al cerebro y a la mente de los nicaragüenses?
Un discurso ensimismado
En un artículo anterior yo señalaba que el discurso de la oposición es un discurso
ensimismado. Los líderes de la oposición se dirigen a los nicaragüenses con un discurso construido a partir de sus experiencias de vida en la Nicaragua de los privilegiados de nuestro país (ver, por ejemplo, la “Carta de Amor a Nicaragua” de Gadea Mantilla en La Prensa del 9 de agosto)
Pongamos ahora el tema del ensimismamiento dentro del campo de la ciencia cognitiva para aprovechar sus lecciones. El cerebro, como se señaló en el artículo anterior, procesa e interpreta la realidad a partir de una constitución universal que es producto de nuestra evolución como especie; pero también a partir de una constitución particular, que es producto de nuestra historia personal y social. La construcción de un discurso político efectivo debe tomar en consideración ambas dimensiones. Debe considerar, como se señaló anteriormente, que como seres humanos estamos naturalmente inclinados a buscar y construir condiciones de vida que garanticen nuestra seguridad y nuestro bienestar. El biólogo noruego Bjørn Grinde, habla de la “felicidad darwiniana’ para hacer referencia a esta tendencia. Nuestro cerebro, dice Grinde, produce emociones y sensaciones que condicionan nuestra conducta. Estas pueden ser positivas o negativas. El efecto de este mecanismo, dice Grinde, es obvio: nos inclinamos a experimentar lo positivo y a evitar lo negativo. La sobrevivencia de nuestra especie depende, en gran medida, del adecuado funcionamiento de este mecanismo.
Nuestra tendencia a buscar la “felicidad darwiniana” que forma parte de nuestra constitución biológica natural la recoge y aprovecha con gran efectividad el discurso político fundante de los Estados Unidos y, más concretamente, la Declaración de Independencia de este país: “Sostenemos que estas verdades son evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.”
Para ser efectivo, sin embargo, un discurso político también debe recoger las particularidades propias del desarrollo histórico de una sociedad. Recordemos que estas particularidades forman inscripciones físicas en el cerebro porque las experiencias vividas, los valores morales dentro de los que nos formamos, la educación que recibimos, la cultura política dentro de la que nos desarrollamos, se traducen en circuitos neuronales (o circuitos sinápticos) que, una vez que se forman y consolidan, nos predisponen a entender y ver la vida de una forma determinada. Estos circuitos forman un complejo sistema compuesto por miles de millones de neuronas con la capacidad de establecer, cada una, hasta diez mil conexiones, de acuerdo a algunas estimaciones.
En este sentido, la vida de los humanos, como bien lo explica Alva Noë y otros, envuelve dos fases en los que la relación entre la influencia del cerebro y la del ambiente se invierten: durante los primeros años de nuestra existencia, las conexiones sinápticas de nuestro cerebro se forman como respuesta a los estímulos que recibimos de nuestro ambiente. En nuestra edad adulta, estas conexiones sinápticas llegan a consolidarse. A partir de este momento, ellas condicionan la manera en que vemos e interpretamos el mundo que nos rodea.
Repitamos entonces: un discurso político efectivo debe tomar en consideración las tendencias biológicas universales del ser humano. Estas están registradas en el cerebro humano y se expresan en nuestra tendencia natural a buscar la libertad, el bienestar y la seguridad. Al mismo tiempo, un discurso político, para ser efectivo, debe tomar en cuenta la manera en que la vida real y las experiencias de las personas con quienes nos queremos comunicar, han condicionado la forma en que sus cerebros interpretan lo que en términos reales y prácticos significa eso que llamamos la libertad, el bienestar y la seguridad. En el contexto de los Estados Unidos de finales del siglo XVIII, estos términos se tradujeron y expresaron en un discurso en el que la independencia de las trece colonias que iniciaron el desarrollo de ese país se presentaba como una condición necesaria para promover el desarrollo de la felicidad de la que nos habla Grinde. En el contexto de Sudáfrica, la lucha por la libertad, el bienestar y la seguridad liderada por Nelson Mandela se expresó en un discurso que priorizaba la denuncia de la ilegitimidad e inmoralidad del racismo. En el contexto nicaragüense del 79, el discurso del sandinismo articuló y contextualizó el sentido de los valores humanos naturales de los nicaragüenses, con un discurso que, en canciones, poesía y comunicados subversivos, ofrecía lo que la mayoría del pueblo experimentaba en ese momento como necesidades vitales: justicia frente a la injusticia social imperante en ese momento, soberanía frente al odioso intervencionismo estadounidense, y libertad frente a la larga dictadura de los Somoza.
¿Cuál es el mensaje fundamental que debe transmitir un discurso político dirigido a una población que, como la mayoritaria en la Nicaragua de hoy, padece de un sentido crónico de pobreza, abandono, inseguridad y desesperanza, alimentado por las promesas incumplidas de la Revolución Sandinista y la insensibilidad social del neoliberalismo criollo de la era post-revolucionaria?
Un discurso que no pega
El discurso de la oposición gira alrededor de dos ejes: una crítica constante e indiscriminada contra todo lo que hace el FSLN. El segundo eje del discurso opositor lo constituye la defensa de la democracia y el Estado de Derecho como prioritarios para el desarrollo de la condición humana de los nicaragüenses.
¿Es efectivo este discurso? No.
La queja y la crítica constante en el discurso de Gadea, Montealegre y Jarquín es saturante y con frecuencia ofensivo para quienes se han beneficiado de los proyectos sociales del FSLN. Por otro lado, el discurso “democrático” no le hace sentido a la mayoría de los nicaragüenses. Es un discurso sin relevancia que no llega y que no pega.
Y no es que los nicas que no aceptan el discurso de la oposición sean estúpidos, como lo insinúan algunas caricaturas de La Prensa que se burlan de los que no saben valorar la idea de la democracia que defiende la oposición, por encima de la oportunidad de recibir una chancha parida o una teja de zinc. Por el contrario, ese discurso no pega y no llega porque los pobres son inteligentes; porque usan su cerebro; porque su cerebro y su mente –como es casi universalmente aceptado en la ciencia cognitiva— son un cerebro y una mente encarnadas en cuerpos que viven experiencias históricas y sociales concretas. Estas experiencias están registradas en los circuitos neuronales con los que ellos piensan y ejercitan su inteligencia.
No son los pobres de Nicaragua, entonces, los tontos que desprecia La Prensa. Los tontos son los que no saben cómo llegar al cerebro y la mente de los nicaragüenses porque desconocen un principio fundamental de la comunicación, validado hoy por la ciencia cognitiva y usado por el consultor político Frank Luntz como subtítulo de su libro Palabras que funcionan. Hablo del principio que señala que cuando de comunicarse se trata, lo que cuenta no es lo que uno dice, sino lo que el otro escucha. Y lo que escuchamos está mediado por el sentido que nuestros cerebros le asignan a las palabras que captamos.
¿Qué escuchan los nicaragüenses, especialmente los pobres, los marginados de siempre, los que viven en un naufragio permanente, cuando los políticos opositores los invitan a salir a las calles y luchar por la democracia, la constitución y el Estado de Derecho?
Durante nuestros casi doscientos años de vida republicana, la idea de la democracia moderna --entendida como un modelo de relaciones entre el Estado y la sociedad en la que la ciudadanía cuenta con la capacidad para domesticar la acción del Estado--, no ha pasado de ser, para la mayoría, más que una dolorosa broma. Esto significa que en el imaginario de los nicaragüenses y, más concretamente, en los registros neuronales de nuestro pueblo, no está inscrita la idea positiva de la democracia que el discurso de la oposición invoca para motivar a la población nacional a votar por ellos en Noviembre.
Lo que sí está marcado en el cerebro de las grandes mayorías del pueblo, es el dolor de la injusticia, la desigualdad y la indignidad que los pobres han sufrido por generaciones y, sobre todo, desde que la versión criolla del neoliberalismo se instaló en el poder en nombre de la democracia. Para “llegar” discursivamente al cerebro de esta población, entonces, es necesario demostrar que la democracia de la que hablamos puede ser capaz de responder a las necesidades y aspiraciones vitales de los nicaragüenses.
El discurso de la oposición ignora esta realidad por su ensimismamiento. Ellos no saben, o no pueden, o no quieren, ponerse “en los zapatos del otro y de la otra”.
Ellos, como dice el dicho popular, “hablan de la feria, como les fue en ella”. Son, en otras palabras, prisioneros de sus propios registros mentales. En esos registros se encuentra grabada la experiencia de la democracia de la que hablan como una experiencia universalmente positiva. Y por supuesto, casi todos ellos tienen cosas buenas que decir de esta experiencia: algunos disfrutaron de las mieles del poder como parte de los grupos gobernantes durante el período “democrático” posterior a la Revolución Sandinista; otros se beneficiaron de la tradición piñatera reactivada por el FSLN al final de los 1980’s. Finalmente, otros gozaron del final de “la rebelión de las masas” y recuperaron el estatus social y los contactos que perdieron a partir de 1979.
Veamos el caso de “Don Fabio”. El estaba desempleado en Miami y dispuesto, según sus propias declaraciones, a buscar un trabajo como “security”. Nos cuenta “Don Fabio” que empacó las maletas para regresar a Nicaragua el mismo día en que escuchó la noticia del triunfo de la UNO. El resto de la historia es bien conocida: la “democracia” le permitió regresar al país, negociar con Antonio Lacayo la recuperación de su casa en Las Colinas, recuperar su empresa de radio, obtener un trato super-preferencial de parte del gobierno de su consuegro Arnoldo Alemán para salvarla de la quiebra; obtener un jugoso “empleo” en esa injuria contra el pensamiento y la práctica parlamentaria que es el PARLACEN; recibir los favores del Estado para pavimentar la entrada a su hacienda, “complementar” ilegalmente su sueldo parlacénico, etc. etc. Para “Don Fabio”, la feria de la democracia fue alegrísima. Mencione usted frente a él la palabra “democracia” y, seguramente, su rostro mostrará una amplia sonrisa. ¿Por qué?
Uno de los principios básicos de la ciencia cognitiva dice que los circuitos sinápticos (o neuronales) que se forman simultáneamente como resultado de experiencias paralelas, se reactivan también simultáneamente frente a cualquier cosa (olores, sabores, visiones, recuerdos) que estimule a uno de ellos. Esta verdad científica se expresa magníficamente en las sabias palabras de uno de nuestros dichos populares: “Los que se queman con leche hasta la cuajada soplan.”
La dolorosa experiencia de una quemada pasa a formar parte de nuestros registros neuronales y se constituye en una memoria. Lo mismo sucede con la reacción neuronal provocada por la visión de la leche con la que nos quemamos. El dolor sufrido y la visión de la leche se incorporan al cerebro como dos registros neuronales paralelos que van a activarse simultáneamente cuando uno de ellos es estimulado. Con sólo ver la leche (o una cuajada) recordamos el dolor de la quemada.
“Don Fabio” y los que lo rodean tendrían que conversar con Martín, mi vecino de mis tiempos de infancia, un muchacho talentoso y un gran luchador, como muchos otros muchachos y muchas otras muchachas “de pueblo”. Durante los 1980s se enamoró de la Revolución y logró montar un pequeño negocio de impresión de planos de construcción. Cuando hablé con él en el durante el gobierno de la Nueva Era de Enrique Bolaños, me mostró apesarado el equipo de trabajo que había puesto en venta. Estaba desmantelando su negocio porque, me dijo, “no logro entrada en las oficinas del gobierno. Tenés que ser recomendado por algún ‘chele’ para conseguir contratos”.
Menciono a Martín para señalar que muchos en Nicaragua recuerdan la democracia de la misma forma que el quemado recuerda la leche. Puesto de otra forma: miles de nicaragüenses se quemaron con la democracia y se asustan cuando alguien como Don Fabio se las menciona. Esto lo saben lo sandinistas y lo usan muy bien para sus propósitos. Lo ignoran los líderes de la oposición que hablan un idioma ajeno a las vivencias de la mayoría de los nicaragüenses.
En nuestra próxima entrega: ¿somos víctimas insalvables de nuestro cerebro y de las historias que están inscritas en él? ¿Qué dice la ciencia cognitiva sobre la plasticidad del cerebro y sobre la posibilidad de superar las limitaciones que impone nuestra historia, nuestros hábitos y nuestra cultura? ¿Se puede romper el ensimismamiento?
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