Onofre Guevara López
De pronto, los nicaragüenses nos vemos dentro de una situación en la cual ya resulta un poco extemporánea, o por lo menos, no actualizada, la lucha sola por unas elecciones libres y transparentes ante la acción combinada de la corrupción en el Estado con los avances del fraude electoral. Junto a eso –y talvez por eso—, Daniel Ortega hace resaltar su arrogante indiferencia ante las pruebas de la avalancha corruptora que, con Roberto Rivas, tiene en el Estado su más escandalosa expresión.
El yoquepierdismo oficial, nos envía varios mensajes: a) que todo el equipo de la alta jerarquía del gobierno tiene similar actuación ilegal en sus respectivas funciones; b) siendo igualmente corrupto, no le conviene tocar el divieso Rivas; c) no le importa la opinión, el sentir ni el rechazo de la ciudadanía. Se trata, entonces, de la ausencia de un gobierno responsable, sustituido por una pandilla sectaria y aventurera que mira la crítica a sus abusos como algo propio de los “enemigos de la revolución” y que –invariablemente— están al servicio del “imperialismo” y de “la derecha”.
Semejante simplismo para encubrir las actuaciones de una fuerza dominante corrupta, anuncia la inmediatez de un régimen dictatorial de “nuevo tipo”, el de una nueva burguesía expoliadora con raíces revolucionarias ya quemadas y, por ende, tan estériles como las de la derecha, representada por Arnoldo Alemán. De hecho, la clase gobernante orteguista, es la expresión del desvío de un movimiento popular hacia una faena que imita al sistema de la vieja clase dominante libero conservadora, pero con máscara revolucionaria.
Este sector no tiene, por supuesto, ningún lazo de unión con las raíces del movimiento sandinista. Su actuar mafioso es mucho más cercano a cualquier expresión gangsteril de la política que a un movimiento revolucionario. Sus ilegalidades, lo han hecho transformarse en lo contrario: de movimiento liberador, a pandilla autoritaria; de luchador contra la corrupción, en practicante de la misma; de buscador del bienestar popular, a buscador del bienestar individual. Con el discurso populista se finge cristiano siendo fariseo, socialista siendo empresario capitalista y solidario siendo un oportunista que succiona la solidaridad internacional.
Hay quienes opinan, y esperan de Daniel, que ante las numerosas denuncias de la corrupción de Roberto Rivas en su Consejo Electoral, más el rechazo de la población a su hostigosa propaganda electoral y, sobre todo, por estar “consciente” de la ilegalidad de su candidatura, podría abdicar de la misma, a favor de su cónyuge y co-gobernanta. Tal suposición, se la sugiere una inesperada promoción de la figura de Rosario en carteles multicolores, ella sola y sin motivo conocido, por cuanto no es candidata a ningún cargo de elección popular.
Pero lo más probable es que no sea la supuesta sustitución de Daniel lo que motiva la auto promoción de la señora Murillo, porque su candidatura sería tan ilegal como lo es la candidatura de su marido y, además, sería extemporánea. Está claro que el menosprecio de los Ortega-Murillo por las leyes –ya no se diga por la opinión pública—, y su carácter autoritario por sobre la opinión de sus propios partidarios, los hace capaces de decidir sobre lo que se les venga en ganas.
Por ello, aún se puede esperar de su lado una mayor y más perjudicial actuación contra la institucionalidad. Y si doña Rosario recibiera de su marido el regalo de su candidatura, no sólo sería una ilegalidad más, sino que derivaría también en una preocupación extra para la ciudadanía, cual es que el avance de la corrupción en el Estado no se detendrá porque ella lo sustituya a él en la candidatura, aparte de que no existe diferencia entre ellos. También sería otra expresión más de la corrupción llevada a niveles desconocidos en el país, en los más atrasados de los países latinoamericanos, y quizás en el mundo. Dejemos aparte al mundo monárquico, de reyes y jeques petroleros y sus satrapías, al estilo Kadhafim cuyos destinos últimamente están dejados de las manos de Alá.
En verdad, el único dato que hace suponer un futuro escenario político electorero, teniendo a Rosario Murillo como su protagonista, es que ella misma ha comenzado a promocionarse aparentemente en el vacío. Pero, dado que ella no tiene porqué hacerlo en esta campaña electoral que “inició” el sábado 20 de agosto, es de suponer que podría estar preparándose para el 2016. Fuera de esta posibilidad, propia de las excentricidades de la familia dominante y, precisamente, por estar fuera de la órbita electoral normal, no se le mira por el momento una arista de veracidad a la idea de que pueda ser sustituta de su marido. Por sobre todo, está otro hecho más cercano a la realidad: que Daniel se imponga con su fraude y cualesquiera otras de sus irregularidades, contra toda ley, tal cual ha venido actuando desde el 2007.
Sean esos u otros los escenarios reales, la misteriosa, por injustificada, aparición de los carteles de Rosario en las calles, no deja de ser un show de diversionismo político para desviar la atención de los ciudadanos sobre las denuncias y las pruebas de la corrupción de Roberto Rivas, una de las más inverosímiles que se haya conocido en nuestro país. Es decir, que frente a las denuncias, el gobierno orteguista, que en apariencia no se interesa en ellas, no quiera dar su brazo a torcer y en el fondo esté cubriendo con su falsa indiferencia y arrogancia, su debilidad y su temor a reconocer que las denuncias tienen toda la razón, y que ellos no tienen ni tendrán cómo justificarlas.
Por todo ello, debería estar claro para todos, que con este proceso electoral –cualquiera sea su resultado—, no se podrán resolver los principales problemas del país. Para hacer trascender los alcances de una contienda electoral, y alcanzar objetivos patrióticos, se requiere de actividades políticas de otra índole y de fuerzas organizadas superiores. Pero la otra opción sería irse a casa a rumiar inconformidades y dejar el espacio electoral solo para el ejercicio demagógico del partido de gobierno y sus aliados, con similares características e intereses.
Lo que la lógica indica, es influir en este proceso con una votación masiva en contra del candidato ilegal, impedirle que logre apoderarse de la Asamblea Nacional con sus diputados y tampoco dejar que lo haga junto a los diputados de sus aliados de pacto y de facto. Sobre esos candidatos, la mayoría de los ciudadanos tiene suficiente información acerca de cómo han actuado y serían capaces seguir actuando, como para dejarse seducir y regalarles su voto. Los señores del silencio cómplice –por temor a descubrir su propia corrupción— merecen el voto castigo de la ciudadanía honrada.
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