El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

domingo, 24 de octubre de 2010

Recordando a Rubén Darío

REENCUENTRO CON STELLA Y ENCUENTRO CON MARTÍ
(Extractos: Vida de Rubén Darío, Valentín de Pedro)
En una mañana fría y húmeda llegó Rubén Darío por primera vez al inmenso país de los Estados Unidos. Sobre la cubierta del steamerque lo llevaba desde Panamá, y donde él se mezclaba con los demás pasajeros, sus ojos iban penetrando en la niebla poblada de islas y barcos, mientras el suyo avanzaba lentamente rumbo a la gran bahía. Y al contemplar la gigantesca estatua que levanta sobre su cabeza la antorcha simbólica y tiene por peana un islote, brotó en su alma la salutación: "A ti, prolífica, enorme, dominadora. A tí, Nuestra Señora de la Libertad..."
Ya en la fabulosa Babel, experimentó la impresión casi dolorosa de sentirse dominado por el vértigo. Y por la noche, al recogerse en el hotel donde se había hospedado --un hotel español, llamado América--, buscó en las páginas de Poe el antídoto para las abrumadoras impresiones de la gigantesca Nueva York, cuya voz parecía resonar en sus oídos como el eco de un vasto soliloquio de cifras. El cisne desdichado que mejor ha conocido el ensueño y la muerte, se le figuraba en aquel instante a este otro desdichado cisne, como un Ariel nacido en el reino de Calibán por la voluntad de Dios, que hace brotar de entre los poderosos monstruos, seres de superior naturaleza, que tienden las alas a la eterna Miranda de lo ideal... Y dijérase que a su conjuro, vio parecérsela a Stella. Y así pudo escribir:
¿Por qué vino tu imagen a mi memoria, Stella, Alma, dulce reina mía, tan presto ida para siempre, el día en que, después de recorrer el hirviente Broadway, me puse a leer los versos de Poe, cuyo nombre de Edgar, armonioso y legendario, encierra tan vaga y triste poesía, y he visto desfilar la procesión de sus castas enamoradas a través del polvo de plata de un místico ensueño? Es porque tú eres hermana de las liliales vírgenes cantadas en brumosa lengua inglesa por el soñador infeliz, príncipe de los poetas malditos. Tú, como ellas, eres llama del infinito amor. Frente al balcón, vestido de rosas blancas, por donde en el Paraíso asoma tu faz de generosos y profundos ojos, pasan tus hermanas y te saludan con una sonrisa, en la maravilla de tu virtud, !oh mí ángel consolador!, !oh mi esposa!.... Ellas son, cándido coro de ideales oceánidas, quienes consuelan y enjugan la frente al lírico Prometeo, amarrado a la montaña Yanki, cuyo cuervo, más cruel aún que el buitre esquiliano, sentado sobre el busto de Palas, tortura el corazón del desdichado, apuñalándole con la monótona palabra de la desesperanza. Así tú para mí. En medio de los martirios de la vida me refrescas y alientas con el aíre de tus alas, porque si partiste en tu forma humana al viaje sin retorno, siento la venida de tu ser inmortal, cuando las fuerzas me faltan o cuando el dolor tiende hacia mí el negro arco. Entonces, Alma, Stella, oigo sonar cerca de mí el oro invisible de tu escudo angélico. Tu nombre luminoso y simbólico surge en el cielo de mis noches como un incomparable guía, y por tu claridad inefable llevo el incienso y la mirra a la cuna de la eterna Esperanza".
Ya tiene su guía entre las estrellas, para poder elevarse en el cielo del arte. Como sabe también que no le abandonará nunca por los caminos del mundo. La perecedera criatura humana, se ha transformado en espíritu inmortal, que le seguirá en sus andanzas. Ya es sólo musa, inmaterial e intemporal. Y a veces hada. Y a veces diosa. Como Beatriz y como Ligeia, envuelta en un velo de extraterrestre esplendor...Por eso un día preguntará al lirio de las Anunciaciones:
¿Has visto acaso el vuelo del alma de mi Stella,
la hermana de Ligeia, por quien mi canto a veces
es tan triste?
Pronto en la colonia hispanoamericana de Nueva York se esparció la noticias de la llegada de Rubén Darío. y fue el primero en visitarle un joven cubano llamado Gonzalo de Quesada, quien le hizo saber que el "Maestro"· deseaba verlo cuando antes. Oigamos a este propósito al mismo Rubén:
"El Maestro era José Martí, que se encontraba en esos momentos en lo más arduo de su labor revolucionaria. Agregó asimismo Gonzalo, que Martí me esperaba esa noche en Harmand Hall, en donde tenía que pronunciar un discurso ante una asamblea de cubanos, para que fuéramos a verle juntos. Yo admiraba altamente el vigor general de aquel escritor único, a quien había conocido por aquellos formidables y líricas correspondencias que enviaban a diarios hispanoamerianos como La Opinión Nacional de Caracas, El Partido Liberal de Mexico, y, sobre todo, La Nación de Buenos Aíres. Escribía una prosa profusa, llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música. Se transparentaba el cultivo de los clásicos españoles y el conocimiento de todas las literaturas antiguas y modernas; y, sobre todo, el espíritu de un alto y maravilloso poeta. Fui puntual a la cita, y en los comienzos de la noche entraba en compañía de Gonzalo de Quesada por una de las puertas laterales del edificio en donde debía hablar el gran combatiente. Pasamos por un pasadizo sombrío, y de pronto, en un cuarto lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo, y que me decía esta ¡única palabra "!
Una única palabra en los labios por donde las palabras fluían caudalosa y prodigiosamente. Una única palabra que valía por todas, y que encerraba un universo. Única y sola porque lo expresaba todo y no podía tener par: --!Hijo!
Hijo de su intelecto, engendro de su espíritu, nacido para continuar su obra, y, si era posible, acrecentarla. Y, siendo hijo suyo, por consiguiente hijo de la América española, a la cual los dos se debían. Un gran poeta de nuestros días --Juan Ramón Jiménez--, fijó en palabras imperecederas el carácter simbólico de este encuentro y el trascendente significado de esa única palabra de Martí. Dice:
"Además de su vivir en sí propio, en sí solo y mirando a su Cuba, Martí vive (prosa y verso) en Darío, que reconoció con nobleza, desde el primer instante, el legado. Lo que le dio me asombra hoy que he leído a los dos enteramente. ¿ Y qué bien dado y recibido!".
Aquella noche memorable, en Harmand Hall, José Marí hizo sentar a su lado, en el escenario desde el cual hablaría al público, a Rubén Darío.
"Martí tenía esa noche que defenderse --nos cuenta Darío en sus memorias--. Había sido acusado, no tengo presente ya si de negligencia o de precipitación, en no sé cuál movimiento de invasión a Cuba. Es el caso, que el núcleo de la colonia le era en aquellos momentos contrario; mas aquel orador sorprendente tenía recursos extraordinarios, y aprovechando mi presencia, simpàtica para los cuabanos que conocían al poeta, hizo de mí una presentación ornada de las mejores galas de su estilo. Los aplausos vinieron entusiásticos, y él aprovechó el instante para sincerarse y defenderse de las sabidas acusaciones, y como ya tenía ganado al público, y como pronunció en aquella ocasión uno de los más hermosos discursos de su vida, el éxito fue completo y aquel auditorio, antes hostil, le aclamó vibrante y prolongadamente".
Aquella noche tenía Jose Martí un doble auditorio: por un lado sus connacionales, agrupados bajo la bandera de la independencia de su patria; por otro, Rubén Darío, para quien Martí agitaba otra bandera que era también de independencia:la bandera del arte. En este sentido, veía Darío en él a un maestro de todo el continente, el primero de los maestros de la juventud hispanoamericana. Pero Martí no debía dar tan sólo una lección intelectuales, sino también moral. Y aquí esta su grandeza. Por eso Rubén Darío aprendió de él la gran lección del poeta y del hombre. Y así escribió:
"Y no era Martí, como pudiera creerse, de los semigenios de que habla Mendés, incapaces de comunicar con los hombres porque sus alas las levantan sobre la cabeza de éstos, e incapaces de subir hasta los dioses, porque el vigor no les alcanza y aún tiene fuerza la tierra para atraerles. El cubano era un hombre. Más aún: era como debería ser el verdadero superhombre: grande y viril; poseído del secreto de su excelencia, en comunión con Dios y con la Naturaleza... Y estaba en comunión con Dios, habiendo ascendido hasta Él por la más firme y segura de las escalas, la escala del Dolor".
Y aquel hombre, le había llamado "hijo".
Martí apóstol de la independencia cubana, al decir: "Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber", le señalaba la conducta del hombre que tiene un ideal que realizar, una misión que cumplir. Dijérase que, con aquella frase, le señalaba su camino de libertador de la poesía. Toda obra grande necesita del esfuerzo llevado al máximo y del sacrificio, si es necesario. Desde la hora de nacer, lo ha puesto a prueba la adversidad. Si hasta ahora ha sabido vencerla, con más razón adelante. De su maestro, es decir de su padre, ha aprendido que "el hombre, como la naturaleza, es más hermosa cuando los rayos lo iluminan y se desata la catástrofe".
Solamente aquella noche se vieron.
"Concluido el discurso --dice Darío-- salimos a la calle. No bien habíamos andado algunos pasos, cuando oí que alguien le llamaba !Don José! !Don José" Era un negro que se le acercaba humilde y cariñoso. --Aquí le traigo este recuerdito-- le dijo. Y le entregó una lapicero de plata. Vea usted --me observó Martí--, el cariño de esos pobres negros cigarreros. Ellos se dan cuenta de lo que sufro y lucho por la libertad de nuestra pobre patria. Luego fuimos a tomar el té a casa de una amiga, dama inteligente y afectuosa, que le ayudaba mucho en sus trabajos de revolucionario. Allí escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he encontrado, ni en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él momentos inolvidables, luego me despedí. Él tenía que partir esa misma noche para Tampa, con objeto de arreglar no sé qué precisas disposiciones de organización. No lo volví a ver más"
No lo volvio a ver. Pero se llevaba su legado. Y esta palabra resonándole en el corazón. --!Hijo!
Aquella noche, de madrugada, pues la noche era ya pasada cuando Rubén Darío regresó a su habitación del hotel América, sentía henchido su pecho de una fuerza nueva, y un ansia de llegar a lo más alto, donde brillaba su estrella --su Stella.

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