Onofre Guevara López
Al acercarse las elecciones municipales, el
país tiene una situación política igual que cuando se discutía participar o no
participar en las elecciones del 2011, porque tampoco hoy existe confianza en
la imparcialidad del Consejo Electoral. Es como discutir si volver o no al tío
vivo electoral para montarse en el mismo caballito. Pero esta vez sería peor,
porque el dueño del negocio ha empeorado las condiciones para entrar a la
próxima feria, al mantener al corrupto aparato electoral.
La dinámica y el sentimiento nacional contra la
candidatura inconstitucional de Ortega eran mayores, y prometían la posibilidad
de causarle una derrota en las urnas, como efectivamente ocurrió. Esa voluntad
mayoritaria fue burlada, y el liderazgo de la Alianza PLI triunfadora y
burlada, no cumplió su deber de encabezar al pueblo en la lucha contra el
fraude.
Se comporta pasivamente, solo demandan tibiamente
el cambio del juez electoral. La esperanza que significó para amplios sectores la
concreción de esa alianza –primera sin barreras ideológicas— para practicar una
nueva manera de hacer política, podría frustrarse.
La inscripción de la Alianza PLI es un paso
adelante hacia la política infantil de “volveme a pegar… y vas a ver”, la cual no
significa nada, pues le volverán a pegar sin que pueda responder. La decisión
de Ortega es hacer lo que le viene en ganas, como reelegir alcaldes al margen
de la Constitución –como fue su reelección— y torpedear las funciones de los
opositores en las estructurales electorales.
Como si no fuera suficiente, el orteguismo ha
reforzado los mecanismos que le han dado ventajas, como el abuso con los recursos
del Estado para desarrollar su campaña electoral, de una continuidad y permanencia
estables desde antes del 2007. Su campaña es una de las festividades que –junto
a los arbolitos de “navidad”— hacen parecer que en Nicaragua el tiempo no
transcurre y se vive en un estado de eterna felicidad.
Frente a esta realidad, la oposición tiene una
conducta demasiado pasiva y de inocuas declaraciones contra la arrogancia de
Ortega. Se argumenta a favor de dar otra vuelta en el tío vivo, cumpliendo el
rito democrático de votar, porque no se debe renunciar –dicen— a un derecho
conquistado por el pueblo y no un regalo de Ortega. Muy cierto. Pero, ¿por qué
si se reconoce que el derecho a votar no es un regalo, sino una conquista del pueblo,
no se defiende ese derecho junto al pueblo por todos los medios cívicos
posibles, en vez de ir a depositar los votos en las urnas, donde Ortega los
usará a su gusto y antojo, como ha demostrado poder hacerlo muy bien?
Se dice que es importante participar en los
municipios donde nunca ha ganado el orteguismo, porque, de no hacerlo, le daría
la ocasión de hacerlo por primera vez. Puede ser, ¿pero quién garantizará que a
su alcalde no lo saboteen desde el gobierno central, o se lo ganen al “estilo
Mejía”? En todo caso, ¿quién si no Ortega sería el ganador?
El argumento menos convincente para justificar
la participación en las elecciones, es que de no hacerlo, los partidos
perderían su personalidad jurídica y dejarían el espacio. La experiencia
histórica sí, es convincente: durante 185 años solo los partidos tradicionales
– liberal y conservador— tuvieron el
reconocimiento legal del Estado y, sin embargo, todos los partidos y
movimientos políticos “ilegales” que hicieron oposición a la dictadura
somocista actuaron sin personalidad jurídica, y al frente del pueblo, fueron
los que la hicieron desaparecer.
No hay argumentación posible que justifique y
convenza de que participar en el rito “democrático” electoral, bajo las
ilegales condiciones que el orteguismo impone, es necesario para avanzar la
lucha por la democracia. Lo que no necesita pruebas para demostrar su
perjudicial existencia, es el oportunismo. Para éste, cualquier tipo de
elección es buena, cualesquiera sean sus resultados, porque solo se trata de coger
“algo”, sin importar las consecuencias contrarias a los intereses nacionales y
populares.
Si el orteguismo ya ha hecho todo lo ilegal
posible para “ganar” las elecciones municipales, ¿es honesto llamar a montarse
en el mismo caballito para llegar al mismo lugar, y legitimarle otra
“victoria”?
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