El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

martes, 31 de julio de 2012

Volveme a pegar… y vas a ver


Onofre Guevara López

Al acercarse las elecciones municipales, el país tiene una situación política igual que cuando se discutía participar o no participar en las elecciones del 2011, porque tampoco hoy existe confianza en la imparcialidad del Consejo Electoral. Es como discutir si volver o no al tío vivo electoral para montarse en el mismo caballito. Pero esta vez sería peor, porque el dueño del negocio ha empeorado las condiciones para entrar a la próxima feria, al mantener al corrupto aparato electoral.
La dinámica y el sentimiento nacional contra la candidatura inconstitucional de Ortega eran mayores, y prometían la posibilidad de causarle una derrota en las urnas, como efectivamente ocurrió. Esa voluntad mayoritaria fue burlada, y el liderazgo de la Alianza PLI triunfadora y burlada, no cumplió su deber de encabezar al pueblo en la lucha contra el fraude.
Se comporta pasivamente, solo demandan tibiamente el cambio del juez electoral. La esperanza que significó para amplios sectores la concreción de esa alianza –primera sin barreras ideológicas— para practicar una nueva manera de hacer política, podría frustrarse.
La inscripción de la Alianza PLI es un paso adelante hacia la política infantil de “volveme a pegar… y vas a ver”, la cual no significa nada, pues le volverán a pegar sin que pueda responder. La decisión de Ortega es hacer lo que le viene en ganas, como reelegir alcaldes al margen de la Constitución –como fue su reelección— y torpedear las funciones de los opositores en las estructurales electorales.
Como si no fuera suficiente, el orteguismo ha reforzado los mecanismos que le han dado ventajas, como el abuso con los recursos del Estado para desarrollar su campaña electoral, de una continuidad y permanencia estables desde antes del 2007. Su campaña es una de las festividades que –junto a los arbolitos de “navidad”— hacen parecer que en Nicaragua el tiempo no transcurre y se vive en un estado de eterna felicidad. 
Frente a esta realidad, la oposición tiene una conducta demasiado pasiva y de inocuas declaraciones contra la arrogancia de Ortega. Se argumenta a favor de dar otra vuelta en el tío vivo, cumpliendo el rito democrático de votar, porque no se debe renunciar –dicen— a un derecho conquistado por el pueblo y no un regalo de Ortega. Muy cierto. Pero, ¿por qué si se reconoce que el derecho a votar no es un regalo, sino una conquista del pueblo, no se defiende ese derecho junto al pueblo por todos los medios cívicos posibles, en vez de ir a depositar los votos en las urnas, donde Ortega los usará a su gusto y antojo, como ha demostrado poder hacerlo muy bien?
Se dice que es importante participar en los municipios donde nunca ha ganado el orteguismo, porque, de no hacerlo, le daría la ocasión de hacerlo por primera vez. Puede ser, ¿pero quién garantizará que a su alcalde no lo saboteen desde el gobierno central, o se lo ganen al “estilo Mejía”? En todo caso, ¿quién si no Ortega sería el ganador?
El argumento menos convincente para justificar la participación en las elecciones, es que de no hacerlo, los partidos perderían su personalidad jurídica y dejarían el espacio. La experiencia histórica sí, es convincente: durante 185 años solo los partidos tradicionales – liberal y conservador—  tuvieron el reconocimiento legal del Estado y, sin embargo, todos los partidos y movimientos políticos “ilegales” que hicieron oposición a la dictadura somocista actuaron sin personalidad jurídica, y al frente del pueblo, fueron los que la hicieron desaparecer.  
No hay argumentación posible que justifique y convenza de que participar en el rito “democrático” electoral, bajo las ilegales condiciones que el orteguismo impone, es necesario para avanzar la lucha por la democracia. Lo que no necesita pruebas para demostrar su perjudicial existencia, es el oportunismo. Para éste, cualquier tipo de elección es buena, cualesquiera sean sus resultados, porque solo se trata de coger “algo”, sin importar las consecuencias contrarias a los intereses nacionales y populares.
Si el orteguismo ya ha hecho todo lo ilegal posible para “ganar” las elecciones municipales, ¿es honesto llamar a montarse en el mismo caballito para llegar al mismo lugar, y legitimarle otra “victoria”?

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