Inútilmente muertos
Es nuestra responsabilidad saber. Es nuestra responsabilidad exigir respuestas. Es nuestra responsabilidad acabar con una historia de cinismo, de caudillismo, de violencia, de atrincheramiento político, del yo hago lo que más me conviene, del yo tengo a ese familiar allá y mejor no critico, del yo tengo la razón y vos no digás nada. En fin, de saber para no repetir tanto descalabro.
Un país tiene sus fantasmas. Y esos fantasmas también son los míos. Son nuestros.
El miércoles asistí a la premier del documental Palabras mágicas (para romper un encantamiento), de Mercedes Moncada. La cinta me estremeció. Fueron una serie de choques que se apoderaron de mí escena tras escena, al punto de las lágrimas en algunas ocasiones, de la indignación en otras y, al final, de la frustración.
¿Este es mi país? ¿Esta es Nicaragua? ¿Qué pasó aquí? ¿Cómo hemos llegado a esto? Las preguntas fluyen en mi cabeza tras ver la cinta. Los nombres se revuelven con ánimo de desprecio, con ganas de culparlos, de acharcarles todo lo malo ocurrido en este país. Aquella familia que se movía a sus anchas en esta su finca , en este país en el que se relamían convirtiéndolo en república bananera. Ese otro político rechoncho , del que su esposa admite frente a una multitud que es un ladrón , un ladrón de “corazones”, pero también de decenas de millones robados de las arcas de un país hundido en la miseria . Y está el otro, con sus otros, esos que en familia se dan baños de masas, que evocan a los fantasmas, a los muertos inútilmente muertos, mientras se forran de plata , se bañan con los ingentes ingresos petroleros, y se llenan de piedad divina dando migajas a las pobres.
Los muertos. ¿Cuántos muertos? ¿10 mil muertos? ¿20 mil muertos? ¿50 mil muertos? ¿Por qué murieron? ¿Para esto? Por un país que no rompe el triste círculo de la violencia, de políticos que mudan de piel, de antaño guerrilleros, de antaño revolucionarios, de antaño izquierdistas renovados para ahora vestirse del más despreciable traje iglesiero y condenar a una mujer porque decide abortar . O pagar por dar palo a otra porque piensa diferente. O armar a unos muchachos pobres, sin futuro, para que tiren a otros porque “no son de los nuestros”. De políticos que renuevan el partido del dictador y se visten de demócratas, pero que adoran sus privilegios de oligarquía bancaria, ganadera, bananera. Por un país donde todos los que ansían un poco de poder se visten de cinismo y prefieren olvidar, no ver, voltear la cara. Por un país tan pobre, pero tan pobre, que un trozo de pan, un salario miserable, una lámina de zinc vale para mantenernos contentos, mientras las enfermedades y el olvido carcomen a otros miles.
Y olvidamos. Es mejor olvidar, nos dicen, es mejor tener la fiesta en paz. Olvidemos todos. Vivamos en armonía, que la vida es de colores, llena de flores. Que los más chicos no sepan nada. O que sepan lo que nosotros queremos que sepan. Que los jóvenes se callen. Que no pregunten, que no hay respuestas. Y que los viejos dejen de hablar, porque formaron parte de aquello y más les vale ni chistar. Pero no. En este país hay fantasmas que pululan exigiéndonos no olvidar. Es nuestra responsabilidad saber. Es nuestra responsabilidad exigir respuestas. Es nuestra responsabilidad acabar con una historia de cinismo, de caudillismo, de violencia, de atrincheramiento político, del yo hago lo que más me conviene, del yo tengo a ese familiar allá y mejor no critico, del yo tengo la razón y vos no digás nada. En fin, de saber para no repetir tanto descalabro. Que los muertos, independientemente de cuántos hayan sido, no hayan muerto inútilmente.
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