El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

viernes, 27 de julio de 2012

¿Por qué nos hicieron perder el tiempo?


¿Por qué nos hicieron perder el tiempo?

"Al finalizar el libro, fue cuando empecé a saber lo que para mí era la Literatura: contar cosas que no se pueden decir de otra manera que la de acompañar a seres (reales o imaginarios), recorrer sus vidas, tan diferentes a la mía, pero que de algún modo tenían que ver conmigo."
Nadie me había hablado nunca de él. Ni mis maestros, ni mis padres. Recuerdo exactamente el día en que mi tío Ricardo me lo trajo como regalo de cumpleaños. Yo tendría entre ocho y diez años (no recuerdo la edad, pero sí el momento: lo que queda al final). “El libro” se titulaba Los Mares del Sur;su autor, un californiano de finales del XIX, aventurero y novelista para sobrevivir. Se llamaba Jack London y fue hijo, supuestamente, de una espiritista que murió temprano y un astrólogo que nunca reconoció su paternidad. A London lo crió una esclava y un señor que hizo de padre adoptivo. La marca genética tuvo que ser determinante, imagino.
Pero lo que quería decirles es que en ese momento, o más bien al finalizar el libro, fue cuando empecé a saber lo que para mí era la Literatura: contar cosas que no se pueden decir de otra manera que la de acompañar a seres (reales o imaginarios), recorrer sus vidas, tan diferentes a la mía, pero que de algún modo tenían que ver conmigo. Al final de la toda la Literatura, hay una idea que prevalece, una especie de destino compartido, que concluye diciendo: “no era yo solo el que estaba solo”. Con todo lo que tiene de frío y de calor sentirte unido a otros en una especie llena de miedos. Bastó con leer más tarde el relato de London Encender un fuego.
Entonces, ¿por qué ninguno de los maestros en las aburridas clases de Lengua y Literatura me había hablado jamás de ese escritor? ¿Por qué lo ocultaban y me hacían estudiar a otros compatriotas, algunos buenos, pero muchos soberanamente aburridos. La razón era sencillamente que London había sido norteamericano, y en los sistemas educativos de casi todo el mundo se ha establecido, como una verdad universal sin cuestionarse, que entre las primeras cosas que un niño debe aprender están las manifestaciones artísticas y culturales de su país o región. Eso que en letras grandes se llama Cultura.  
Para mí, esto es algo que va en contra de lo que precisamente significa el arte y cultura, cuya naturaleza, por muy local que sea, siempre tiende a lo universal.
Pero insisto, nadie me había hablado de ese escritor. Conforme fui creciendo y los cursos de Historia y Literatura se hicieron más complejos, continué siendo víctima de lo que considero un error garrafal: me obligaron a estudiar la literatura de mi país, y después sólo de mi lengua, y muy de refilón la de otros países. Entonces me busqué la vida como pude, chismeando en los libros de mi padre y (en eso tuve fortuna) ayudándome de una red magnífica de bibliotecas públicas que no eran grandes ni completas, pero tenían los libros imprescindibles. El error no estaba en estudiar la literatura en español, tanto la de España como la de otros países latinoamericanos. El error, creo, estaba en tener que memorizarla y comentarla cronológicamente, de manera exclusiva y obligatoria, como algo sagrado. En mi caso, creo que me hicieron perder el tiempo obligándome, por ejemplo, a leer comedias de Jacinto Benavente, o novelas de Baroja (nunca lo hagan por el bien de su salud), en lugar de dejarme leer y gustar de otras obras más contemporáneas o antiguas que merecían verdaderamente la pena.
En Nicaragua, mi segunda tierra, tan querida como aquella en que nací, comprobé el mismo error, según la experiencia educativa que he tenido: que existe el empeño de obligar a niños y jóvenes a estudiar cronológicamente, por ejemplo, la poesía nicaragüense, desvinculándola totalmente del contexto centroamericano, norteamericano o europeo.
 El caso de la poesía nicaragüense, y su vanguardia tardía, es único en la región. De hecho, en algunos programas académicos especializados de otros países, se estudia como un capítulo entero, casi misterioso. El caso nicaragüense, le llaman: un pueblo tan poco lector y sin embargo tan dado a la poesía que ha generado una pléyade de poetas fascinantes. De vez en cuando buceo en alguno de los tres tomos de la monumental antología recopilada por Julio Valle Castillo, “El siglo de la poesía en Nicaragua”, donde se puede comprobar la enorme y rica variedad poética del país durante el siglo pasado, pero también la abundancia de autores y textos que aparecen destacados en los libros escolares como “importantísimos” y cuyos textos son obligatorios, haciendo a los estudiantes perder el tiempo de encontrar otros mucho más conectados con ellos, aunque escriban en otro idioma y sean de otro país. Es decir, ¿por qué a un joven nicaragüense se le obliga a leer a….? Bueno, mejor hablemos bajito para evitar herir susceptibilidades. Es complicado cuando hablamos de temas tan “sagrados”.
Yo lamento de verdad el tiempo que me hicieron perder, ahora, por ejemplo, cuando leo al japonés Murakami, traducido al inglés y al castellano, y al que siento más cercano a mi cultura y mi tiempo que cualquier otro escritor en mi propia lengua. ¿Qué miedo hay de universalizar el estudio de la Historia y la Literatura desde que somos pequeños? ¿Miedo a que el niño no conozca bien su historia y su literatura? Si es por eso, basta comprobar en cualquier examen o evaluación que, a pesar del exceso de nacionalismo patriotero en los planes de estudio, los niños no acaban de consolidar esos conocimientos. Así que ¿por qué no intentarlo de otro modo? Dan ganas de ir a los colegios a gritar: ¡Niños y adolescentes: rebélense! ¡Pidan otros libros, lean otros autores, además. No estén cantando todo el rato el himno nacional!
En Encender un fuego, como en otras historias de Jack London, aprendí más de los adultos a través de sus páginas que en la vida real. Y fue gracias a un tipo de San Francisco, que murió probablemente alcoholizado, que no forma parte ni de la Historia “sagrada” de la Literatura, ni de mi idioma ni de los planes de estudio de mi cultura. Pero sin que él pudiera saberlo, se hizo parte de mí, mucho más que todo eso que me obligaron a estudiar.

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