Augusto Cesar Zelaya R.
En la tumba del dictador:
“Aquí yace más podrido y
olvidado que nunca,
el que en vida fuera más que odiado y podrido”.
Y es que todos los dictadores en vida hieden, pero más con su muerte porque sale a flote lo que fueron, reveladas y contadas al viento sus iniquidades y desastres.
Soñé
que aquella trágica noche al dictador lo tiraban de su estatua y caía del
pedestal su inmenso cuerpo destrozado, regresando al polvo que lo creó, su
cenicienta y polvosa cabeza por un lado y su cuerpo cagado de palomas
fragmentado por el otro.
La
multitud se agolpaba hasta llegar al agujero de la cloaca oscura y hedionda que
lo había acogido en su huída desesperada y vi como el grupo más osado de
ellos lo sacaban con una gruesa soga al
cuello para ser halado por un grupo de blanquecinos caballos, terminando su
cuerpo descuartizado sobre la arena manchada de sangre, hasta dejarlo
convertido en una piltrafa, en una nada, después de haber sido tanto.
Luego,
uno a uno le despojaban los hilos de su cabello mencionando también uno a uno
los nombres de los hombres que éste había asesinado y vi que cabellos en esta
cuenta le faltaban. Los restos quedaron para dar paso a las feroces hormigas
que devoraban sus ojos hasta dejar sus cuencas vacías, los gusanos entraban por
sus fosas nasales, por su boca y por todos los orificios de sus mucosidades
ensangrentadas y devoraban lo que de él quedaba en su interior, para luego
dejar en un abrir y cerrar de ojos sus blanquecinos huesos esparcidos al aire
en una aterradora noche, la que lucía grisácea y trágica. Poco a poco está se
extinguió para dar paso a una luz brillante y fulgurante, en la que el sol alumbraba
para todos.
Desperté
sobresaltado, sudoroso e impresionado ante tal visión dantesca y fantasmal y pensé que nunca desearía ser
dictador y que si en mi camino encontrara uno, tendría que relatarle lo soñado,
para que el sabiendo su destino lo pudiera cambiar con el paso del tiempo y al
pueblo entregara todo lo robado, porque es preferible ser recordado como un
buen gobernante y no como el dictador supremo, que pudiendo cambiar el destino
de un pueblo, con su infortunio también lo sepulta.
Lamentablemente
los tiranos a nadie oyen, a nadie escuchan y caen presas de su mismo ego y
prepotencia, porque olvidaron ser hombres y se creyeron dioses, porque
olvidaron lo más sagrado, que todo pueblo merece respeto, que todo pueblo tiene
derecho a su libertad y que todo pueblo se labra su propio futuro, que la
justicia tarda, pero un día de tantos cansada de tanta opresión, despierta y
convertida en ese gigante, al que un día se creyó el más grande lo convierten
en la más pequeña rata. Despierten tiranos, nunca es tarde para honrar a un
pueblo!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario