¿Valió la pena?, es una pregunta que frecuentemente me hacen quienes creen que el rumbo que ha tomado Nicaragua con el orteguismo es muy parecido a lo que vivimos bajo el somocismo. La pregunta se refiere a si valió la pena haber sido partícipe de la lucha armada contra la dictadura de la familia Somoza; si valió la pena haber corrido riesgos e invertido una parte esencial de la vida, de la juventud, en ese esfuerzo; si valió la pena el sacrificio de hermanas y hermanos que murieron, fueron heridos o quedaron lesionados.
A esa pregunta siempre me he respondido que sí, que valió la pena, que volvería a transitar ese camino en esas circunstancias. Mi generación se prometió que Nicaragua no viviría más bajo la dictadura somocista, que construiría una nueva sociedad, una sociedad justa, en la que la pobreza desapareciera y las personas pudiesen vivir con dignidad y solidaridad. La vida nos demostró, que ese era un objetivo más difícil de cumplir de lo que nos parecía en aquel momento.
El 19 de julio de 1979 el andamiaje institucional y orgánico de la dictadura somocista había sido derrocado, pero la manera en cómo se ejercía el poder político, es decir, el modelo somocista, no había sido liquidado. Como hemos visto, era capaz de reencarnar en otros, antiguos amigos y antiguos enemigos. Así, a lo largo de estos años han desfilado los pactos entre caudillos, la repartición de prebendas y privilegios, el clientelismo político, la corrupción y la impunidad, la manipulación de las creencias del pueblo, la violación de las leyes y de los derechos de los nicaragüenses, incluso la represión.
Esos hechos lo que me dicen, no es que no valió la pena correr riesgos en la lucha contra la dictadura, sino que vale la pena seguir luchando para erradicar ese modelo de poder somocista que con otras caras y rostros, con otros discursos, mantienen prisionera la esperanza en Nicaragua.
Siempre vale la pena luchar. Vale la pena la protesta de unos jóvenes, aunque fuesen pocos, demandando la destitución de quienes ejecutaron el robo de las elecciones de 2011. Ellos tocan la puerta de nuestras consciencias y por eso el orteguismo, reencarnación del somocismo, los ha reprimido y golpeado. Vale la pena protestar, aunque sea una pequeña protesta. Vale la pena que un funcionario sea honesto en un gobierno corrupto. Vale la pena que alguien no bote basura, aunque otros lo hagan. Vale la pena que alguien siembre un árbol cuando otros despalan.
Siempre vale la pena luchar por una mejor Nicaragua. Esa sigue siendo mi aspiración y la de muchos y muchas nicaragüenses. Una Nicaragua con democracia, profunda, verdadera, no solamente electoral. Una Nicaragua con equidad, sin pobreza, con justicia, sin corrupción, con solidaridad. Una Nicaragua con independencia, con dignidad.
Lo que yo celebro este 19 de julio es justamente eso, la lucha por una Nicaragua mejor, la que sin duda, vale la pena.
A esa pregunta siempre me he respondido que sí, que valió la pena, que volvería a transitar ese camino en esas circunstancias. Mi generación se prometió que Nicaragua no viviría más bajo la dictadura somocista, que construiría una nueva sociedad, una sociedad justa, en la que la pobreza desapareciera y las personas pudiesen vivir con dignidad y solidaridad. La vida nos demostró, que ese era un objetivo más difícil de cumplir de lo que nos parecía en aquel momento.
El 19 de julio de 1979 el andamiaje institucional y orgánico de la dictadura somocista había sido derrocado, pero la manera en cómo se ejercía el poder político, es decir, el modelo somocista, no había sido liquidado. Como hemos visto, era capaz de reencarnar en otros, antiguos amigos y antiguos enemigos. Así, a lo largo de estos años han desfilado los pactos entre caudillos, la repartición de prebendas y privilegios, el clientelismo político, la corrupción y la impunidad, la manipulación de las creencias del pueblo, la violación de las leyes y de los derechos de los nicaragüenses, incluso la represión.
Esos hechos lo que me dicen, no es que no valió la pena correr riesgos en la lucha contra la dictadura, sino que vale la pena seguir luchando para erradicar ese modelo de poder somocista que con otras caras y rostros, con otros discursos, mantienen prisionera la esperanza en Nicaragua.
Siempre vale la pena luchar. Vale la pena la protesta de unos jóvenes, aunque fuesen pocos, demandando la destitución de quienes ejecutaron el robo de las elecciones de 2011. Ellos tocan la puerta de nuestras consciencias y por eso el orteguismo, reencarnación del somocismo, los ha reprimido y golpeado. Vale la pena protestar, aunque sea una pequeña protesta. Vale la pena que un funcionario sea honesto en un gobierno corrupto. Vale la pena que alguien no bote basura, aunque otros lo hagan. Vale la pena que alguien siembre un árbol cuando otros despalan.
Siempre vale la pena luchar por una mejor Nicaragua. Esa sigue siendo mi aspiración y la de muchos y muchas nicaragüenses. Una Nicaragua con democracia, profunda, verdadera, no solamente electoral. Una Nicaragua con equidad, sin pobreza, con justicia, sin corrupción, con solidaridad. Una Nicaragua con independencia, con dignidad.
Lo que yo celebro este 19 de julio es justamente eso, la lucha por una Nicaragua mejor, la que sin duda, vale la pena.
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