Onofre
Guevara López
Mientras empezaba a escribir, expuesto al
ruido de fogosos ritos, dizque religiosos de un “tabernáculo” vecino, recordé
un artículo de doña Doraldina Zeledón (END, 26/1/13). Ella es Quijote en lucha
contra los ruidos. No escribo Quijota, porque esa no existió para Cervantes
(menos con @ que tampoco existe en el alfabeto).
Con semejantes ruidos, imposible “vivir
bonito” aunque lo ordenen desde el califato de El Carmen.
No pido un sonoro aplauso para premiar la
cruzada de doña Doraldina, sino un minuto de silencio, aunque esté tan viva
como la frase insignia del insigne don Benito (que no repito por lo manida que la
tienen quienes no respetan el derecho ajeno ni aman la paz).
Ella ha escrito sobre las leyes que
hacen referencia al delito y a las penas que merecen los productores de ruidos
ofensivos contra la salud y el bienestar humanos. Aunque, entre esas leyes, no
hay ninguna específica contra el ruido.
Pero de nada valdría que existiera esa
ley, porque correría la suerte de todas las leyes en este califato. Moriría por
el silencio de las autoridades ante el ruido. Por eso, ella aconseja que “…con
ley o sin ley, busquemos cómo restituir nuestro derecho a la salud y a la
tranquilidad: no hagamos ruido. Es sencillo. Y es señal de educación y consideración”.
Pero no es sencillo, sino imposible como
“vivir bonito” por decreto. Ni que el decreto agregara: vivir bien, bonito y
barato. Y eso, también es imposible.
Reinciden desde los dueños de motos sin
escapes, hasta quienes dicen alabar a Dios, practicando su fe con tremendos
ruidos. En ese momento, ni Dios tiene piedad de sus víctimas.
En el Código Penal hay artículos “que
pueden aplicarse y reclamar como delito” (…) “la alteración en la salud y
cualquier otro daño a la integridad física o psíquica de las personas, siempre
que sean producidos por causa externa”, dice doña Doraldina, pero fuera del
texto no vale. (Si no, que les pregunten a quienes viven bonito violando el
Artículo 147 constitucional). Causas externas de esos daños están en varias “iglesias”.
Existen excepciones: unas son menos ruidosas que los actos de los CPC, pronto “gabinetes
de la familia”. (*)
Las autoridades no atienden las quejas,
tal vez porque esas “iglesias”, estando en las comunidades, no las consideran
“causas externas” del ruido. ¿O será que las autoridades no actúan conforme las
leyes, porque son sus feligresas?
Como víctima y quejoso burlado, pienso que
las autoridades del Medioambiente municipal no actúan contra el ruido
celestial, porque quizás entre ellas hay “pastores” o socios de alguno. Hasta policías
hay entre los feligreses ruidosos.
Doña Doraldina, en su artículo: “No
existe ley del ruido”, menciona dos leyes, un título, siete artículos y un
inciso en los cuales hay referencias al ruido, a sus daños, prohibiciones y
penas. Pero siendo que la solución es sencillo, no haciendo ruido, ¿por qué gente
de sagrada profesión de fe no deja “vivir bonito” sin ruidos?
¿Será cuestión de intereses, dado que pastores
sin feligreses fanatizados con sus ruidosas “oraciones” no conseguirían
“diezmos y primicias” (más financiamiento externo)? ¿Sera que hay autoridades complacientes
con ellos, porque representan sus creencias? Lo confirmado es que a los creyentes
fanatizados les parece que con los ruidos de cantos y alabanzas llegan a Dios
más rápido en busca de llenar sus elementales necesidades espirituales.
Y como entre quienes nos enseñarán a
vivir “bien, bonito”, pero no barato, están los pastores, confieso que solo
serán admitidos en mi casa, hasta cuando dejen de hacer ruidos. Es decir,
nunca.
Y entre tanto, ¿qué hacemos sus víctimas?
¿Dejar sola a doña Doraldina… y seguir viviendo feo bajo los ruidos?
(*) Gabinete: lugar acondicionado con lo
necesario para una determinada profesión; conjunto de ministros del gobierno.
Gabinete de familia: conjunto de activistas del gobierno para el control de la
gente que no vive en mansiones; es decir, el pueblo.
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