En
el siglo III de la era cristiana, se irguió en el occidente la autoridad de El
Vaticano y la odisea del catolicismo, tal y como lo conocemos ahora, comenzó
por toda Europa.
Para
que el Emperador Constantino reconociera al cristianismo como la religión del
imperio, tuvieron que pasar tres siglos de persecución y muerte. Los cristianos
se tenían que esconder en las catacumbas romanas huyendo del poder imperial de
los Césares, para escapar de los leones que los devoraban en el circo romano
ante el pueblo pagano de Roma que
siempre pedía más sangre, más circo y le daban más pan, por el único delito de
creer en una doctrina de amor.
Cuando
en el siglo III, después que el Emperador Constantino tuviera el sueño en que
se le apareció una cruz con la leyenda, In hoc signo vinces, antes de la
batalla de Puente Milvio (312) y declarara el cristianismo como la religión
oficial del Imperio Romano, fue que empezó a nacer la semilla del catolicismo y
desde ese siglo hasta el presente, la línea del papado no se ha interrumpido
para nada, a pesar que han habido anti Papas, Papas lujuriosos y codiciosos, Papas
guerreros, Papas mecenas de grandes artistas, papas que han renunciado, como
Gregorio XII (1415) y seiscientos años después Benedicto XVI. Papas que
implantaron la Santa Inquisición, la cual constituye la página negra del
catolicismo. Han destronado Papas, como Pio VII que fue apresado por Napoleón
Bonaparte y retenido fuera de El vaticano por un período largo de años. Pero la Iglesia Católica,
Apostólica y Romana, ha venido cumpliendo la promesa hecha por Jesucristo a San
Pedro, de que, “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.”
La
Iglesia Católica ha enfrentado toda clase de conflictos y siempre sale
triunfante. Algunos no tan edificantes como la alianza del Papa Pio XII con el nazismo,
con miras a proteger a los católicos de la barbarie de la suástica, pero todo
hace indicar que el fin se acerca, que las catacumbas volverán a estar llenas
de fugitivos espirituales; que las creencias en la Santísima Trinidad, la
conversión de las especies en cuerpo y sangre de Cristo y la existencia de un
solo Dios todo poderoso, tendrán que ser sustentadas por el martirio sangriento,
razón por la cual renunció Benedicto XVI.
Las
profecías de San Malaquías se han venido cumpliendo desde hace siglos. Esas
profecías se terminan con el próximo
Papa, el cual está supuesto a ser el último Sumo Pontífice de la historia de la
Iglesia.
El
lema que le corresponde al Papa que va a ser el sucesor de Benedicto XVI dice
que tomará el nombre de PETRUS ROMANUS y que le tocará enfrentarse a
calamidades apocalípticas de fin de mundo. Sin embargo, entendidos en el
estudio de los lemas de San Malaquías, dicen que lo que se va a terminar no es
el mundo, sino la Iglesia Católica que volverá a la vida subterránea. ¿Qué
calamidades apocalípticas “vio” Benedicto, que lo hicieron renunciar para que
pongan un Papa fuerte, vital y joven?
La
iglesia se termina en cuanto a su preponderancia y poder en el mundo, no en
cuanto a su destino espiritual. Los
seguidores de la media luna lograrán imponer a Alá en la Europa vetusta y en la
América ingenua, víctimas ambas de sus gobiernos y gobernantes pusilánimes que
no solo no pudieron detener la marea roja, sino que fueron sus cómplices.
A
Pedro el Romano, último Papa en la cadena de San Malaquías, le va a tocar
enfrentarse a toda esa violenta corrupción que conducirá a su rebaño a las
negruras de la clandestinidad, orando por una segunda oportunidad que no la
verá el mundo católico en los próximos cien años, que es cuando se dará la
segunda venida de Cristo, para derrotar para siempre el poder del maligno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario