Pocas veces nos llegan noticias literarias desde Centroamérica...
Suele pasar con los países pequeños como Nicaragua y Ecuador, donde novelistas muy buenos no alcanzan resonancia internacional. Pero creo que la narrativa centroamericana está recorriendo un buen camino en novela, poesía, ensayo, cuento, con unas temáticas sociales que nos unen: la corrupción, la pobreza, el narcotráfico. Y en Nicaragua, en particular, hay escritores muy buenos que no han tenido la suerte de hacerse conocer fuera del país, pero que buscan hacer un uso cada vez más aventurado del lenguaje
¿En su caso ayudó ser una de las figuras visibles de la revolución sandinista?
No estaría tan seguro de eso. Finalmente a un escritor no lo leen por sus convicciones políticas, sino por la calidad de su escritura.
Después de ser vicepresidente de la Nicaragua sandinista, usted rompe con Daniel Ortega y se lanza a la presidencia. ¿Terminó desencantado de ese movimiento?
La revolución sandinista fue el hecho más trascendente en Nicaragua en el Siglo XX y al mismo tiempo la última revolución del Siglo XX, pero terminó en una gran catástrofe moral de la que aún Nicaragua no ha terminado de reponerse. Se suponía iba a crear más transformaciones de fondo en la sociedad, pero todo terminó en una profunda decepción, desencanto y desilusión.
Y aquí es donde se da lo interesante porque ese desencanto lo transformó en novela: ‘El cielo llora por mí’...
‘El cielo llora por mi’ es una novela policial; pero, más que eso, es un retrato de la Nicaragua del Siglo XXI. Quise retratar el ambiente grotesco de Managua, donde, como en muchas otras ciudades de Latinoamérica, prolifera la corrupción y el narcotráfico, donde los cines se han convertido en templos protestantes en los que sectas brasileñas venden jabones para sanar y donde el presidente Ortega se dedica a inaugurar gasolineras. De alguna manera, los personajes de esta novela son sobrevivientes de esa catástrofe moral.
Varias de sus novelas tienen una carga fuerte política. ‘Sombras nada más’ alude a la Nicaragua de 1979 en pleno apogeo del Frente Sandinista.
Quizá porque durante mucho tiempo viví cargando el peso de haber sido un protagonista de la revolución, de la cual no pude librarme. La vida se escribe con ‘pequeñas épicas’ que son las que van escribiendo la historia, así nadie las conozca o sean olvidadas. Pero terminan significando mucho para quienes las vivieron. Mi vida ha estado marcada por la dinastía de la familia Somoza. Nací cuando gobernaba el padre, Anastasio Somoza. Fui a la universidad cuando estaba gobernando el hijo mayor del fundador de la dinastía, Luis SomozaDebayle. Después me fui al exilio a Costa Rica y regresé a la hora que había que derrocar al último de los Somoza, Anastasio ‘Tachito’ SomozaDebayle. La dictadura somocista es insoslayable en mi vida. Todo lo que escriba sobre Nicaragua estará marcado por esa sombra. Para muchos es asunto del pasado al que no se puede volver, pero el escritor siempre estará regresando al pasado.
¿En qué momento decide dar un paso al costado en su vida política y dedicarse de lleno a la escritura?
En política uno debe saber retirarse. Y el único oficio del que creo que uno nunca se retira es la escritura. Ya llevo más de 50 años en esas.
Hablemos de una novela que se aleja de Nicaragua y se queda en Costa Rica y en el cuerpo de una mujer, Amanda Solano...
El personaje de ‘La fugitiva’ está inspirado en la escritora costarricense Yolanda Oreamuno, que después de medio siglo de ser un “fantasma amoroso” decidí llevar a la ficción. Fue una mujer que rompió esquemas en Costa Rica. Bella, contestataria, una escritora sin reconocimiento que renegó de su nacionalidad, que se hizo guatemalteca y murió en México. Una mujer con una vida trágica. Es una de esas personas que sabes bien que se pueden convertir en personaje.
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