Y
la pregunta es por la bochornosa y desvergonzada decisión que tomaron los
países que conforman La Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe
(CELAC) de otorgarle la presidencia de la misma al Presidente de Cuba, Raúl
castro Ruz, que es a la vez el dictador más antiguo, sanguinario y atrasado del
continente latinoamericano. La crónica dice que ese hecho se dio por la actitud
blandengue de las democracias de América Latina, incluidas la de Chile, país
anfitrión, Colombia, Brasil, Uruguay, Costa Rica, Honduras y otras más, que
aunque sean tildadas de corruptas, no tienen el mismo presidente por más de
cincuenta años, cincuenta y tres para ser exactos, ni se cierne sobre ellas la
miseria enfermiza que se cierne sobre el pueblo cubano.
¿Qué
es lo que demuestran todas las Repúblicas mencionadas, alcahueteando con el
vetusto dictador caribeño, responsable de incontables asesinatos sumarios
mientras se instalaba el reino del terror en la Isla?
Un
analista político hablando sobre la participación de Raúl Castro en la
instalación de la revolución comunista, decía que, así como no podía haber
habido catolicismo en Francia sin la noche de San Bartolomé, tampoco podía
haber habido revolución cubana sin la obra del sicario Raúl Castro. Sigue
diciendo el mismo analista, “Mientras Fidel Castro visitaba Estados Unidos y se
presentaba en las universidades gringas como el libertador del Caribe, hablando
sobre las maravillas que la revolución le iba a traer a los guajiros y demás
mayorías pobres de Cuba, Raúl Castro asolaba con sus pelotones de fusilamiento
la isla de norte a sur y de este a oeste. Con su modo apagado y silencioso, ha
sido el encargado de enlutar a la familia cubana con sus masacres amparadas en
juicios políticos sin opción a la defensa.
¿Qué
puede ofrecer la Cuba de Fidel y Raúl de edificante y digno de ser imitado a
estas alturas? Cuba es el sinónimo de la miseria más degradante de los pueblos
pobres de América Latina. Los Castro congelaron el tiempo y gracias al embargo
simbólico que les decretó Estados Unidos a raíz de la crisis de Octubre de
1962, Fidel Castro pudo justificar la pobreza del estado cubano. Sin embargo,
Cuba no hubiera podido comprar todo lo que la dictadura castrista le privó al
pueblo cubano debido a la inoperancia de su sistema que convirtió a la antigua
Cuba rica e independiente, en la pordiosera del continente americano. La Unión
Soviética se encargó de la sobrevivencia de la isla, mientras el gobierno de
Fidel Castro soñaba con la deseada zafra de diez millones de toneladas de
azúcar, cifra que se quedó en sueño, como se le quedó en sueño las maravillas
del estado comunista, que a la hora de la hora fueron las miserias del estado
comunista.
Si
Cuba sobrevivía gracias a la donación soviética, que perdieron con la entrada
de la perestroika, ahora sobrevive gracias a la ayuda de Hugo Chávez, a quien
guardan bajo siete llaves para ocultar su incapacidad para gobernar, con el
solo propósito de seguir recibiendo de regalo los millones de galones de
petróleo que el castrismo nunca tuvo la capacidad de comprar.
Ese
es el hombre que hoy ostenta la banda presidencial del CELA, para vergüenza de
la democracia latinoamericana y con la complicidad de los satélites de Chávez:
Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, más la blandenguería del resto de
países, entre ellos insólitamente, Chile, Brasil, Colombia y Costa Rica, dueños
de una democracia probada y antigua.
Si
el CELA representaba alguna dignidad que tenga que ver con los valores
demócratas, ahora ya no existe por haberse manchado de vergüenza al elegir al
menos elegible para presidente.
Me
gustaría que los grandes analistas políticos, que los reconocidos demócratas
del continente, que los señores presidentes constitucionales de los países
progresistas de la región comprendida entre el Rio Bravo y la Patagonia, me
explicaran el por qué de esa nefasta decisión; que le ven al gobierno de Cuba
de ejemplificante; que confianza les merece el mayor tirano de América y el
Caribe. Tal vez así pueda llegar a comprender semejante desatino, semejante
barbarie.
Jorge
J Cuadra V
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