Onofre Guevara López
A la distancia de dos fraudes municipales, un
fraude regional y un fraude nacional ya resulta reiterativo, un poco parecido a
la necedad, insistir en que si la oposición no cambia de táctica y estrategia
desaparecería con tal identidad. Sobreviviría, claro, pero con otra identidad
más adecuada: la de una oposición mercenaria u oportunista, que para los efectos
prácticos sería igual.
Y desde el poder, el mismo señor fraudulento
continuaría pisoteando los derechos de todos los nicaragüenses. Pero ya no
estaría muy tranquilo, como él quisiera, sino con la inquietud de quien se sabrá
rechazado por la mayoría y visto en su entera ilegalidad por todo el mundo.
Tal situación, sin embargo –por muy mal visto
que sea el fraudulento y se lo merezca—, no sería nada beneficiosa para los
nicaragüenses, porque un pueblo no gana con que su opresor tenga mala imagen, sino
que deje de oprimirle, aunque mantenga intacta su mala imagen, pero fuera del
poder. Para una bien justificada aspiración como esta, hay suficientes argumentos
de dogmática, justa y pura estirpe jurídica. Hasta pareciera haberse escuchado ya
todos en las voces autorizadas de catedráticos del Derecho y abogados bien dotados
de conocimientos constitucionalistas.
A lo mejor, todavía nos haga falta escuchar
otras voces, pero es seguro que nos seguirían diciendo la misma verdad: que no
hay esfuerzos que no deban hacerse de forma común y unida para restablecer los
derechos constitucionales de los nicaragüenses. Este argumento –con toda su
importancia y su validez— no está dentro de las carencias cognitivas de los
políticos. Lo saben.
Pero, ¿dónde están esos esfuerzos?, ¿qué
significados tienen para ellos?, ¿cómo desplegarlos? Recuérdese que toda acción
tiene su reacción, pero –contrario a esa lógica— las acciones electorales
fraudulentas del orteguismo no han tenido de parte de la oposición una reacción
proporcional al daño causado a la institucionalidad. Esta es una verdad de
Perogrullo, pero de necesaria reiteración, porque la oposición no ha querido saldar
esa deuda con sus votantes y con el pueblo nicaragüense. Mezquinos intereses se
lo impiden.
Juraron que ahora sí, defenderían el voto,
que no admitirían una burla más, que estaban listos para esa defensa. ¿Y qué se ve y oye ahora? Los lamentos
reciclados después de los fraudes anteriores. Se sabe que es mucho pedir a esta oposición
–salvo las excepciones de siempre— una convocatoria a los votantes burlados a manifestar
su descontento y reclamar respeto a su voto, pero no tiene toda la disposición
ni la capacidad de lucha. Los candidatos burlados de varios municipios
reaccionaron auto convocados, andan con pruebas del fraude en manos, pero sus
líderes nacionales sólo salen en las fotos, no los acompañan en las calles,
donde se libran las luchas cuando la justicia es burlada.
Poe eso sobran razones para justificar el
surgimiento de una nueva forma de hacer oposición. Pero mientras se lleva a cabo
esa larga y compleja tarea, la que ahora sabotean intereses políticos y de
clases, se toparía con la nueva convocatoria para las elecciones de 2016, con
los mismos u otros magistrados en el Consejo Electoral, siempre controlados por
el mismo supremo Daniel.
En ese caso, no sería ocioso recordar los
aportes de los juristas para cimentar todavía más el criterio sobre la
ilegalidad electoral y la urgencia de revertirla. Tampoco se pueden desechar
las mismas u otras opciones de lucha –diálogos unitarios, protestas, denuncias,
exigencias— para tener elecciones aceptablemente limpias.
Pero ningún esfuerzo de esa clase garantizaría
el éxito ante un poder político autoritario, aun cuando cambiara “de dedo”
autoridades electorales o regalara magistraturas. Las dictaduras no son de fiar, y bien que lo
sabemos. Eso exige reclamar los cambios con mayor fuerza y decisión que la oposición no parece
muy apta para ello. No obstante, no podrían ampararse en ningún pretexto para dejar
de hacer algo firme, en lo cual solo aportarían voluntad:
No presentarse a ninguna elección sin nuevos
y creíbles jueces; una reestructuración del aparato electoral; una nueva ley
electoral; presencia de los observadores que quisieran observar. Sería una mínima
forma de resistencia pacífica. ¿Cómo responderían a eso el gobierno? Ese es
problema del orteguismo. El deber ciudadano es
enfrentarle, según fuere el carácter de su respuesta.
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