Onofre Guevara López
Con la última farsa electoral, el orteguismo está
matando su “gallina de los huevos de oro”, y no porque dejó de quererla, sino
porque hay que declararse abiertamente oportunista para seguir haciendo el
ridículo de ir a otras elecciones donde esperaría
el verdugo con su hacha bien afilada. Es
difícil que siga funcionando el argumento de que concurrir a un proceso electoral
en condiciones deplorables de ilegalidad, porque se trata de un derecho
conquistado, y no de una regalía.
Racionalmente, ya no cabe insistir en ese
sacrificio inútil por la razón y el derecho que nos asiste a votar. ¿En dónde
queda la razón y el derecho de luchar por cambiar esta ilegalidad e imponer el
respeto al derecho de votar libremente, sin abusos ni condicionado por nada que
no sean las normas legales? Es posible que esas condiciones electorales no se
puedan lograr ahora ni mañana; sin embargo, por el hecho de negarse a
participar en elecciones con autoridades ilegales y deshonestas, el derecho de
elegir no pierde ni un ápice. Primero, porque con no votar no se renuncia a ese
derecho; y segundo, porque prestándose a ser víctima consciente de una farsa electoral,
no se garantiza en lo mínimo ningún derecho ciudadano.
Con no votar nada se pierde, solo se pospone
el ejercicio de hacerlo hasta tanto no se conquiste el derecho de ejercerlo con
libertad y respeto. Lo contrario es exactamente
lo que pasó con las últimas elecciones, lo cual ya es suficiente para darse
cuenta de que un solo ser humano herido o muerto por reclamar que su voto no le
sea robado, es inconmensurablemente caro. Son razones válidas para convencerse
de que, efectivamente, las ilegalidades y los abusos electorales, tres veces
repetidos por el clan Ortega-Murillo, lo está llevando a darle “cristiana,
socialista y solidaria” sepultura al fraude como recurso electoral válido.
Ese entierro sería posible, y tal vez sin
falta, siempre que los sectores de oposición –sin particularizar— pudieran ver en
este último fracaso electoral, una oportunidad que el mismo clan ofrece sin
querer para, en vez de alistarse a ser burlados por cuarta vez consecutiva, se
prepararían a luchar unidos para rescatar las normas electores
constitucionales. No hacerlo, no sería
por ingenuidad ni por buena educación cívica –si es que alguien cree que eso
existe en política—, sino por oportunismo descarado.
La solución existe. Es de sobra conocida: la
lucha organizada, unida y sin mezquinos sectarismos para obligar al clan a enterrar
su sistema electoral. Si no fuera posible, entonces ¿para qué ir a otra farsa
electoral bajo el sello autoritario e ilegal del orteguismo?
Y aunque no es momento para hablar de
candidatos ni de otras cosas menores, es necesario no olvidar el perjuicio que han
causado las improvisaciones, los arribismos y los oportunismos de individuos
sin trayectorias, sin convicciones ni vocaciones de lucha. De tipos así, han quedado
lecciones negativas: apenas habían transcurridos 24 horas de las enormes
irregularidades electorales; se estaban enterrando las víctimas mortales de la
represión; ni siquiera sus partidos habían terminado de digerir los sucesos del
4 de noviembre, y los flamantes candidatos del PLC y del PLI en Managua, ya
estaban aceptando los resultados fraudulentos.
Hicieron algo aún más deleznable: dieron por
terminada su “acción política”, porque habían “valorado” que, “a pesar de las
irregularidades… ¡”los datos, lamentablemente, no están alejados de la
realidad”! Toda esa infamia, después que
decían “luchar” contra la ilegalidad y la corrupción del árbitro electoral. Ese
es el resultado de sacar candidatos de ocasión, por no decir oportunistas.
Como si todas las triquiñuelas parecieran
poca cosa –el “ratón loco”, los candidatos y votantes muertos, padrones
diseñados para robar votos, candidatos que nunca fueron consultados si querían
serlo y otros abusos ya “históricos”—, ahora hay que sumar la desvergüenza de ese
tipo de candidatos, que iban a “liberar” a Managua de los tentáculos
orteguistas. Las lecciones de porqué no se debe participar más en este tipo de elecciones,
y de cómo no deben escogerse candidatos, los da la realidad. Objetivo es también
el hecho de que el orteguismo está matando su “gallinita de los huevos de oro”.
El R.I.P. merecido lo tiene.
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