El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 1 de noviembre de 2012

La tinta perdida


Introducción del libro “Bienvenidos al desierto de lo Real” de Slavoj Zizek.
En un viejo chiste de la ya extinta República Democrática Alemana, un trabajador alemán consigue un empleo en Siberia; consciente de que su correo será leído por los censores, les dice a sus amigos: “Establezcamos un código: si la carta que os envíe está escrita en tinta azul, lo que en ella os diga será verdad; si está escrita con tinta roja, será falso”. Un mes más tarde, sus amigos reciben la primera carta, escrita con tinta azul: “Aquí todo es maravilloso: las tiendas están llenas, la comida es abundante, los apartamentos son amplios y tienen buena calefacción, en los cines ponen películas occidentales, hay un montón de chicas dispuestas a tener una aventura… Lo único que no se puede conseguir es tinta roja”.
La estructura del chiste es más refinada de lo que podría parecer: aunque el trabajador no puede indicar que lo que está diciendo es falso de la forma preestablecida, aún así consigue transmitir el mensaje. ¿Cómo? Incluyendo una referencia al propio código, como uno de sus elementos.
Por su puesto, nos encontramos ante el clásico problema de la autorefencialidad: puesto que la carta está escrita con tinta azul, ¿no puede considerarse verdadero todo su contenido? La respuesta es que el hecho de que se mencione la falta de tinta roja, indica que debería haber estado escrita con tinta roja. Lo interesante es que la mención a la falta de tinta roja produce el efecto de verdad independientemente de su propia verdad literal: incluso en el caso de que se pudiera conseguir tinta roja, la mentira de que es imposible hacerlo sería la única forma de conseguir que el auténtico mensaje pasara la censura.
¿Acaso no es ésta la matriz de una crítica eficaz de la ideología, no sólo bajo una citación “totalitaria” de censura, sino, tal vez, incluso de un modo más adecuado, bajo la condición más refinada de la censura liberal?
Se comienza por afirmar que uno tiene toda la libertad que quiere para a continuación limitarse a añadir que lo único que falta es la “tinta roja”: nos “sentimos libres” porque nos falta el lenguaje para articular nuestra falta de libertad. Lo que esta falta de tinta roja quiere decir es que hoy en día los principales términos que utilizamos para designar el conflicto actual –“guerra contra el terrorismo”, “democracia y libertad”, “derechos humanos”, etc.- son términos falsos, que desmitifican nuestra percepción de la situación en lugar de permitirnos pensarla. En este preciso sentido, nuestra propia “libertad” sirve para enmascarar y sostener nuestra más profunda falta de libertad.
Hace un siglo, al subrayar la necesidad de aceptar algún dogma determinado como condición previa para cualquier (demanda de) libertad real, Gilbert Keith Chesterton detectaba de forma perspicaz el potencial antidemocrático del principio de libertad de pensamiento:

“Podríamos decir en términos generales que el pensamiento libre es la mejor de todas las salvaguardas contra la libertad. En su estilo moderno, la emancipación de la mente del esclavo es la mejor forma de evitar la emancipación del esclavo. Enséñale a preocuparse de si quiere ser libre y nunca se liberará”
–Gilbert Keith Chesterton, Ortodoxia, Barcelona, Alta Fulla Editorial, 2000-.

¿No es esto particularmente cierto en nuestro mundo “posmoderno”, con su libertad para reconstruir, dudar y distanciarse de uno mismo?
No deberíamos olvidar que Chesterton hace exactamente la misma afirmación que Kant realiza en “¿Qué es la Ilustración?”: “Piensa tanto como quieras y tan libremente como quieras, pero ¡obedece!”.
La única diferencia entre ambos es que Chesterton es más específico, y señala la paradoja implícita tras el razonamiento kantiano: no se trata sólo de que la libertad de pensamiento no mine la servidumbre social real, sino de que además la sustenta de forma activa. El viejo mandato “¡No pienses y obedece!” contra el que Kant actúa es contraproducente: alimenta la rebelión; la única forma de asegurar la servidumbre social es a través de la libertad de pensamiento. Chesterton es también bastante lógico como para realizar una afirmación contraria a la de Kant: la lucha por la libertad necesita una referencia a algún dogma incuestionable.
En un diálogo famoso de una comedia de Hollywood, la chica le pregunta a su novio:
“¿Quieres casarte conmigo?”
“¡No!”
“¡Deja de evitar el tema! ¡Dame una respuesta directa!”
En cierto sentido, la lógica subyacente es correcta: la única respuesta directa aceptable es “¡Sí!”, de modo que cualquier otra, incluido un “¡No!” rotundo, constituye una evasión. La lógica subyacente es de nuevo la de la elección forzosa: eres libre de elegir siempre y cuando elijas lo correcto.
¿No caería en la misma paradoja un sacerdote que discutiera con un escéptico?
“¿Crees en Dios?”
“¡No!”
“¡Deja de evitar el tema! ¡Dame una respuesta directa!”
De nuevo, en opinión del sacerdote, la única forma de respuesta directa es la afirmación de la existencia de Dios: lejos de ser equidistantes, la negación atea de la fe es un intento de evitar el tema del encuentro divino. Y ¿no sucede lo mismo con la elección actual “democracia o fundamentalismo”?
¿Acaso no es cierto que, en los términos en los que la elección se plantea, es sencillamente imposible elegir “fundamentalismo”? Lo que resulta problemático en la manera en la que la ideología dominante nos impone esta elección no es el “fundamentalismo”, sino la misma democracia: como si la única alternativa al “fundamentalismo” fuese el sistema político de la democracia liberal parlamentaria.

Slavoj Zizek

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