Roberto Fernández Retamar
¡Dios mío, Mariano, tan juvenil, ha cumplido cien
años! Y qué bien llega a su siglo. No se concibe la pintura cubana sin su obra
esencial; ni se concibe sin él la Casa
de las Américas, de la que fue uno de los forjadores. A partir de 1962 encabezó
su dirección de artes plásticas, fue luego vicepresidente primero, y, tras la
desaparición de su fundadora, la inolvidable Haydee Santamaría, llegó a
presidir la institución, hasta que, enfermo, se retiró en 1986. Haydee, quien
tanto lo admiró y quiso, solía decir que la labor de Mariano en la Casa era
parte de su creación artística. Nada más
lejos de esa creación que el laberinto
burocrático que ambos desdeñaron y
desdeñamos cuantos hemos participado de la aventura que es la Casa. Cuando
ingresó en ella, Mariano tenía amplia
experiencia en faenas políticas juveniles y en empresas culturales como las de
las revistas Espuela de Plata y Orígenes, junto a su fraterno José
Lezama Lima, quien le dedicó tantas páginas luminosas. Mariano era ya uno de los más altos
representantes de lo que, refiriéndose a la pintura, desde los años cuarenta del siglo pasado se
dio en llamar la Escuela de La Habana. Y puso el prestigio que poseía al
servicio de la Casa, atrayendo a ella a numerosísimos artistas plásticos de
primer orden, muchas de cuyas obras enriquecen hoy a la institución.
Precisamente entre los homenajes que la Casa rinde a su Mariano se encuentra la
muestra para la que escribo estas palabras: una muestra por necesidad parcial
de los cuadros que, gracias a él, donaron a la Casa dichos artistas, a lo que
se han sumado cartas que envió a lo largo de los fructíferos años en
que la Casa tuvo el lujo de contar con Mariano como uno de sus pilares, fotos
con sus colegas y varios simpáticos doodles: no sé cómo
se llaman en español esos afortunados dibujillos que prodigaba en las
reuniones del consejo de dirección y compañeros como Chiki Salsamendi y Roberto
Navarro han atesorado. El catálogo de esta exposición ostenta a su frente una imagen
suya de la Casa que nos fue donada por su hijo Alejandro, quien tan celosamente
cuida la obra de Mariano. Sin duda él sigue y seguirá con nosotros, los que
celebramos sus cien años con orgullo y
gratitud, ahora en esta galería que de manera elocuente perpetúa su nombre.
La Habana,
noviembre de 2012.
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