Alfonso Dávila Barboza
A don Luis Rocha
En verdad, y lo confieso, que el libro “Me quema la palabra”, cuyo autor es mi
destacado y reconocido intelectual –poeta y escritor- Luis Rocha, refleja y
sintetiza un absoluto dominio de los varios caminos transitados por Luis, en
los que se definen logros propios muy vividos y sentidos de situaciones de
nuestro entorno sociopolítico- y cultural.
Descubro en este libro que comento, y recientemente presentado en
Masaya, mi amada ciudad, en presencia de un público que estuvo bien atento a lo
expuesto por Rocha como la lectura de algunos capítulos de hechos vinculados
con personajes relacionados a la vida política de Nicaragua. De entrada
encontramos –decía- que en lo propio del género de la fábula revela un manejo
mágico, bien hilvanado, que lleva al entusiasmo.
Y agrego que las Pláticas de caminantes son un convite para caminar y
también escuchar las pláticas maliciosas y bien sostenidas de los canes
Sherlock y Watson, que alimentan al texto con consideraciones de mucho aplauso.
Al libro “Me quema la palabra”, que tengo en mi poder con fina
dedicatoria de Luis, lo clasifico como una publicación de mucho mérito y un
reputado triunfo de mi fraterno Luis Rocha. Y es oportuno en este comentario en
EL NUEVO DIARIO entrar y anotar brevemente detalles de lo que es la palabra en
sus alcances dentro del enfoque que generan con sapiencia ilustres estudiosos
de la gramática, en procura de marginar los vicios del lenguaje, y usar en su
momento la inteligencia para no caer en palabras y frases vagas, imprecisas y
muy lejos de su contenido esencial.
Es importante conocer a fondo la sintaxis y desinencias verbales para
garantizar escritos bien pulidos, con galanura. Ahora, desfilen sus impresiones
del valer y del honor de la palabra bien conceptuada y, son ellos, don Pablo
Neruda y S.S. Benedicto XVI. Y dijo Pablo:
“Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los
conquistadores torvos”; y dijo más: “Por donde pasaban quedaba arrasada la
tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las barbas, de las herraduras,
como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí
resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se
llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron
todo... Nos dejaron las palabras”.
Finalmente, en una sola frase, pasé lo
escrito por el Papa Benedicto en su libro “La palabra de Dios y la Iglesia”. La
palabra de Dios confiesa que “tal palabra es verbo, y carne con un
representante exclusivo, Dios nuestro Señor”.
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