Ocho textos y dos comentarios de texto. Cuarenta y cinco minutos. La entrega del Premio Cervantes, una de las más breves que se recuerdan, tuvo ayer algo de clase práctica de crítica literaria. Eso sí, en laUniversidad de Alcalá de Henares fallaron el profesor —Nicanor Parra, galardonado de este año— y el alumno más esperado —el rey Juan Carlos, convaleciente de la operación a la que fue sometido tras romperse la cadera durante un safari en Botsuana, una polémica actividad extraescolar que a punto ha estado de convertirse en viaje de fin de carrera—. En el paraninfo, no obstante, no faltaron la estudiante aplicada —la cantante Patti Smith tomando notas— ni la displicente —Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, al lado de los Príncipes de Asturias y de Mariano Rajoy, consultando su móvil mientras hablaba el ministro de Educación—. En la calle, un grupo de funcionarios del Ayuntamiento de Alcalá protestaba ruidosamente contra los últimos recortes.
Nicanor Parra, de 97 años, estaba a 11.000 kilómetros, en su casa de Las Cruces, en la costa chilena, mientras era su nieto Cristóbal Ugarte, Tololo, de 19, el encargado de enfundarse el chaqué y pedir en nombre de su abuelo “prórroga de mínimo un año” para “poder perigueñar un discurso medianamente plausible”. A los pies del púlpito desde el que tradicionalmente intervienen los galardonados estaba la máquina de escribir a la que Parra llama máquina del tiempo. Su nieto no subió a ese púlpito sino que, a pie de auditorio, recordó que el creador de la antipoesía llegó hace años a una conclusión: “Hay que hablar por escrito. Yo demoro seis meses en armar un discurso que se lee en 45 minutos y que parece que estuviera improvisado”. También desveló que había dejado a su abuelo rodeado de libros sobre Cervantes y enciclopedias “con las páginas más importantes señalas con bolsitas de té en reciclaje”. De aquel caos surgió otro aviso: “Don Quijote no cabe en un fin de semana”.
En 2006 Nicanor Parra publicóDiscursos de sobremesa, un poemario que es todo un subgénero, la respuesta de la poesía al protocolo: el agradecimiento en verso. Aquel libro brotó del chaparrón de premios y doctorados honoris causa que se le habían venido encima —del Juan Rulfo al Reina Sofía; de Concepción a Oxford— y puede que un día —tal vez al final del año de prórroga— se sume a sus páginas el discurso que ayer no pronunció. En su lugar, el joven Ugarte leyó ocho poemas de su abuelo, empezando por el que arranca con una pregunta: “¿Esperaba este premio?”. Quince minutos después llegó el último: “¿Se considera Ud. acreedor al Premio Cervantes? / —Claro que sí / —Por qué / —Por un libro que estoy por escribir”. Risas y aplausos. Hasta ahí, la lección no presencial del doctor Parra, físico de formación y profesor durante años de Mecánica Racional, asignatura que abandonó para explicar a Shakespeare, a Nietzsche o impartir un seminario sobre las implicaciones poéticas de la visita del Papa a Chile. Leídos los textos, llegó el turno de los comentarios en forma de discurso. Los pronunciaron el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, y el príncipe Felipe.
“La seriedad de frac / es una seriedad de panteonero; / la verdadera seriedad es cómica”. Wert recurrió a estos versos para convocar al “equipo de fúbol sala —o de baby fútbol, como se dice en Chile—” que formarían Kafka, Chaplin, Chéjov, Quevedo y Cervantes y concluir que Parra encontró en los dos últimos “una literatura más ceñida a la realidad, de un tono más coloquial, más cotidiano y también una literatura que no plantea la comicidad como algo indigno, algo radicalmente ajeno a la poesía”. Ese sería, según el ministro, el árbol genealógico que, con Shakespeare, Eliot, Pound y William Carlos William, otro de ciencias, dieron lugar a Poemas y antipoemas, el libro que en 1954 revolucionó la poesía en lengua española, esa que hace 36 años inauguró con Jorge Guillén el palmarés del Premio Cervantes, actualmente dotado con 125.000 euros.
Al ascua cervantina arrimó también el príncipe Felipe la obra del último premiado, cuya falta de solemnidad no impidió que un solemne salón lleno de autoridades (civiles y militares) aplaudiera intervenciones trufadas de palabras como irreverencia o rebeldía. “¿Qué era elbaciyelmo cervantino más que un artefacto de Parra?”, se preguntó don Felipe aludiendo a los poemas visuales del autor chileno. El propio Príncipe anunció que la familia del poeta depositará hoy en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes la vieja máquina de escribir que ayer, a su modo, presidió la entrega del premio. Junto a ella, un poema inédito que solo podrá leerse dentro de 50 años. ¿El poema del discurso del Premio Cervantes? No sabemos. El sábado pasado el diario chileno La Tercera publicó la crónica de una visita a Nicanor Parra en la que este desvelaba dos versos de un supuesto discurso del que ayer no se tuvo noticia en Alcalá de Henares: “Libro más aburrido que el Quijote no lo hay / Para tonteras tengo con la Biblia”. Habrá que esperar un año —o medio siglo— para saber quién ríe el último, cómo termina el chiste.
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