El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

sábado, 28 de agosto de 2010

Disparos de ficción: Juan Carlos Onetti, francotirador centenario

por Ana Gallego Cuiñas

Ínsula nº 750, Junio 2009


El 1 de julio celebramos el centenario del nacimiento de Onetti, uno de los mejores escritores que ha dado América Latina en el siglo pasado. La revista ÍNSULA ha querido sumarse a los homenajes que se prodigan a ambos lados del Atlántico con un monográfico dedicado a la vida y obra de este genio uruguayo. Porque Onetti sólo se parece a Onetti, y ha llegado a convertirse en una marca registrada. Marca de independencia, autonomía, intensidad, inconformismo, ludopatía, autoconciencia y fe obscena en el oficio literario. La narrativa que nos ha legado Onetti revela como ninguna el sinsentido vital, la incomunicación, marginalidad, frustración, sufrimiento y resignación humanos. Por eso Onetti no atrae a los lectores con anécdotas -la acción-, sino con los temas de su escritura. Así, su poética conmueve sobre todo a los que conocen la cara de la desgracia; a los que habitan en pozos o astilleros y saben que la vida es breve y está llena de adioses; a los que no temen a los infiernos ni a la realización de sus sueños; a los que son capaces de oír hablar al viento y pisar una tierra de nadie, poblada de tumbas sin nombre; a los que gustan vivir largas historias de una noche en las que se enamoran de novias robadas, tan tristes como ella, justo entonces, cuando ya no importa. En definitiva, los lectores de Onetti son siempre individuos osados, pasionales y adictos (crea una dependencia feroz de su letra) que devienen narradores ante relatos cimentados en silencios y vacíos plurales. O mejor: su ficción tiene la forma de una malla perforada por una miríada de disparos. Estos agujeros tienen un tamaño dispar -además de quemaduras y residuos de pólvora negra- y pueden ser cubiertos por el lector, que apretando el gatillo rellena orificios con su propia munición (preferiblemente Full Metal Jacket): «hay que disparar», sentenció Onetti en Tierra de nadie. Pero lo relevante no es tanto la interpretación (si algo nos enseña Onetti es que hay tantas realidades como subjetividades), sino la interrogación in perpetuum, la reflexión sobre las formas acribilladas de Onetti; sobre las figuraciones, y sentidos, que conforman esos huecos en asociación o separados. Pero también habría que poner atención a las características del arma que dispara -calibre, velocidad-, e intentar saber hacia dónde apunta y cómo lo hace.
La relación de Onetti con las armas es prolija. Jorge Ruffinelli, en una entrevista, menciona un truculento episodio en el que su particu - lar sombrero fue agujereado por una bala. Parece que el tiroteo ocurrió durante un viaje del uruguayo a Bolivia en 1956. Onetti explica: «De lo que me acuerdo es de eso: de tener a un indio con el rifle apoyado en mi barriga mientras me dice exaltado: «Te voy a matar, hijo de puta [...] Y la mujer atrás, llorando: «No lo matés, por favor, no lo matés». Yo tenía una indiferencia total, no de coraje, sino como un estado psicológico; ni sombra de miedo, como si estuviera soñando. Lo único que atinaba a decir era: «¡Pero cómo me vas a matar a mí, si soy uruguayo!»» (1976: 218). A continuación, le pregunta Ruffinelli: «¿Y el agujero en el sombrero?», y responde Onetti: «Debió ser un fragmento de la bala, que me tocó el sombrero. Luego, claro, la leyenda va creciendo, como el brazo de Valle Inclán» (1976: 218). Esta anécdota, además de dar buena cuenta del humor e ironía de nuestro autor centenario, refleja perfectamente los rasgos de su narrativa: la evasión hacia el sueño, la fragmentación, y la presencia de agujeros y puntos ciegos en sus textos, que paulatinamente van creciendo. Como señala Fernando Aínsa, se trata de «Una narrativa aposentada en un agujero cuya irresistible atracción gravitatoria nos empuja desde la oquedad de El pozoa la del húmedo nicho en «el cementerio marino» de la última página de Cuando ya no importe» (2002: 204).
Pero Onetti no es un disparador cualquiera, es un francotirador de élite que dispara con un fusil, desde un lugar oculto y distancia larga, al objetivo seleccionado. La presencia del francotirador tiene que pasar desapercibida, y sólo debe utilizar una bala por blanco. La posición, la perspectiva y el pulso son cruciales. Y de esta manera funciona el dispositivo literario de Juan Carlos Onetti. En sus disparos de ficción se evidencia la problemática de la resolución formal, de tal modo que todos los elementos que se trenzan en la narración dependen del desplazamiento y la arbitrariedad de los puntos de mira, que se subordinan al enfoque del sujeto de la enunciación. En su orbe literario las historias son relativas, parciales y arbitrarias, aunque la mayoría proceden de una imagen -objetivo- bien definida. Onetti apunta y dispara. Esto es, la imagen dispara la ficción y pone en marcha un mecanismo múltiple de infinitas conjeturas, adivinaciones, especulaciones, deducciones y reflexiones. Onetti continuamente da en el blanco. Sin embargo, aunque investiguemos la trayectoria de la bala, nunca estaremos seguros de la posición exacta del francotirador ni de la munición utilizada.

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