El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 12 de agosto de 2010

¡AH! LOS CAMBIOS QUE LLAMAMOS PROGRESO

Para los de mi generación, nacidos a principio de los 40 y que iniciamos nuestros estudios universitarios en los 60, no podemos más que admitir que, en solo unas cuantas décadas el mundo ha cambiado de forma vertiginosa, en algunos casos, de manera increíble. La aceleración de los acontecimientos y de los inventos, no todos ellos saludables, nos deja mareados, otros dirán, atónitos. No es para menos que en tan poco tiempo hayan pasado, y sigan pasando, demasiadas cosas.

Hacia atrás, la evolución había sido tan lenta, que Carl Sagan dice que nosotros los humanos, que estamos aquí no hace más de un millón de años, fuimos los últimos en aparecer en esa cadena evolutiva que lleva ya más de 4000 millones de años, que es el tiempo que le ha tomado a nuestro planeta para formarse hasta hoy. Se inició como una inmensa bola de fuego, que poco a poco empezó a enfriarse y permitió, millones de años después, que aparecieran los primeros signos de vida simple, hasta llegar al Homo Sapiens. Dice también, para ilustrarnos, que si esos 4000 millones de años se compactaran en el círculo de un reloj, que reflejara ese tiempo tan largo, nosotros estaríamos incursionando hasta en el último segundo, para redondear las 24 horas. Así de de sencillo. Somos el último milagro de esa evolución, que, para gracia o desgracia nuestra, nos hizo dueños de la tierra.

Volviendo a esos años mozos, en que empezamos a ser testigos y protagonistas de esa diminuta experiencia que son nuestras vidas, no podemos negar que lo que nos ha tocado ver y vivir es para quedarse estupefactos.

Yo, que nací en la meseta de los pueblos, lo he visto, y no lo creo. Basta recordar que cuando aprendí mis primeras letras iba a la escuela de salveque o bulto [porque hasta las palabras evolucionan]; los niños de hoy cargan vistosas mochilas. En ese bolso que se llevaba colgado del hombro, o en la espalda si era de cuero, se acomodaban pocas cosas, entre ellas, los cuadernos [que no eran rayados o ilustrados como ahora] que nosotros mismos hacíamos con papel de envolver que se vendía por pliegos. Usamos regla y con ayuda de un lápiz de grafito trazábamos las rayas, que, por razones que ignoro, nos salían casi siempre irregulares. Poco después conocimos el papel de oficio, tamaño carta, que era más elegante y podíamos ya, con ayuda del empatador [que era un manguito de madera rústica al que se le sujetaba una plumilla metálica] hacer nuestras tareas y composiciones. El problema era que esa bendita plumilla no funcionaba sin tinta y el manejo del tintero tenía sus dificultades. Casi siempre manchábamos, no sólo los cuadernos y la ropa, sino que las manos y en casos, cuando era mayor el estropicio, llegamos a vaciar el tintero entero en el pupitre, lo cual era ya, lindar con el desastre. Pocos después irrumpió el lapicero atómico, conocido como bolígrafo, que aunque vino a facilitar la escritura, también fallaba. Todavía usamos la pizarra y el pizarrín, y en el pizarrón que era de madera, escribimos con tiza, nuestras primeras lecciones.

Vino la secundaria y me aficioné a la radio, que sólo se transmitía en AM, y mi primera experiencia en FM fue con Radio Centauro, que después transmitió en estéreo, cosa que era de admirar. El experimento se hizo una plácida tarde de domingo del año 1958 en que se nos instruyó encender dos radios a la vez, en la misma sintonía, para observar como los sonidos se diferenciaban. Y nos quedamos con la boca abierta. La TV la conocí primero en blanco y negro, cuando estaba en tercero o cuarto año, gracias a la bondad del director del centro donde estudiaba, a quien se le ocurrió llevarnos en premio por ser buenos alumnos a los estudios de Estación X en Managua, y me sentí como cuando en la novela de GABO, al coronel Aureliano Buendía, su padre lo llevó un día a conocer el hielo. Y si es la telefonía, lo que conocimos a temprana edad fue el teléfono de magneto, todavía vimos los telegramas que se transmitían en Morse, aprendimos a escribir en máquinas de ruidosas teclas, escuchamos música en discos de acetato de 78, de 45 y de 33 revoluciones, y asistimos a sesiones de cine mudo, cuando no era tan popular el cine a colores y las pantallas gigantes.

Nuestra gran novedad en ese tiempo, comparable a la sorpresa de los artefactos anteriores, fue la consola del tocadiscos, que fue humillada después por el compacto que conocemos hoy y los artilugios que le siguieron. Con qué facilidad se baja música como si fuese del cielo y hay unas memorias que guardan y reproducen miles de canciones que no son más grandes que nuestro dedo pulgar. La fotografía que nos gustaba, era también en blanco y negro, y en lo personal me siguió gustando, aun después de las maravillas del color y de los engañosos retoques de los estudios fotográficos. Antes de que llegara la imagen televisiva a meterse como intrusa en nuestros hogares, la que siempre tuvo permiso, porque nunca fue dañina, fueron las ondas hertzianas que nos hicieron disfrutar de las radionovelas en el seno familiar.

Mi primer vuelo lo hice a México en 1960 para ir a estudiar a la UNAM, y la compañía TACA sólo tenía aviones de hélice, que obligaban a los pasajeros a exponerse a turbulencias por lo que aconsejaban antes de abordar tomar alguna pastilla para el mareo. Las ciudades no habían crecido tanto y uno podía recorrerlas de cabo a rabo sin cansarse. Managua, donde pasé mi secundaria, tenía 250 mil habitantes a lo sumo, y no era difícil caminar de un extremo a otro. Todavía en la calle 15 de septiembre se podía disfrutar de sentarse en la acera en una poltrona, leer el periódico sin miedo, y disfrutar del aire fresco de una noche cualquiera.

La avalancha vino después, y dejamos de ser felices en ese mundo pequeño y sedentario. Fue una tromba acelerada de cosas como un derrumbe que de pronto se nos vino encima. Difícil de asimilar, que si en cierta forma ayudó a vivir mejor, en otra nos arrebató la privacidad y se desbocó una moda y unos estereotipos que cambiaron valores y costumbres. No siempre para bien, y en otros casos, se levantaron como hongos mensajes confusos que afectaron y afectan a la familia, en especial a la juventud.

No se trata de enumerar, pero sí referirnos a algunos de esos cambios, que como generación, nos pertenecen. Aparecieron las rotativas de alta velocidad, capaces de imprimir miles de ejemplares y revistas en minutos, y el desarrollo del transporte hizo posible llevar la noticia hasta el último pueblo, en cosa de horas, y viajar a velocidades inimaginables.

La electrificación llevó la energía hasta los caseríos más remotos en gran parte de la geografía nacional. Los combustibles fósiles no eran un peligro al medio ambiente como la amenaza del cambio climático que hoy empieza a manifestarse. Nos hemos convertido en consumidores de energía como una bestia insaciable. La televisión a colores y la pantalla panorámica llevó el cine a una nueva dimensión. Vino el sonido de alta fidelidad y después sus afinamientos que conocemos hoy, que han llegado a un grado muy sutil en que sólo los especialistas reconocen diferencias.

La telefonía se volvió digital, al igual que las cámaras fotográficas de alta resolución, las pantallas de TV son planas y de plasma, con sistemas integrados de sonido y de colores altamente sofisticados, la refrigeración evolucionó para hacer la vida más placentera en el hogar, cambiaron los diseños arquitectónicos haciendo las casas y los edificios más funcionales y económicos, la industria se robotizó, lo que multiplicó la producción en línea y aseguró un mejor acabado para cubrir la demanda alocada de los nuevos clientes; los aviones se movieron con turbinas, se rompió la barrera del sonido, y se acortó el tiempo de viaje de manera insospechada. Quizá el acmé de la aviación se alcanzó cuando en los cielos vimos volar el Concord con toda la majestuosidad de un águila. Las supercarreteras facilitaron ése sueño de llagar más rápido, la medicina avanzó de manera asombrosa y las vacunas han venido a prevenir enfermedades.

De repente aparece, como por arte de magia, el padre de los inventos de fines del siglo pasado: la computadora y el teléfono celular. Los dos han hecho posible que el hombre dé un viraje de 180 grados. No hay ámbito del conocimiento humano que no haya sido tocado por esta revolución tecnológica. Sólo comparable con la máquina de vapor, el ferrocarril y el telégrafo en su tiempo. Y si la comparación se hace más hacia atrás, la electrónica es hoy lo que fue la rueda y el fuego para nuestros ancestros de las cavernas. El sistema productivo moderno no es concebible sin este instrumento, así como el sistema financiero y otros servicios que apoyan negocios. Los viajes espaciales, la investigación científica, la enseñanza y capacitación, la rehabilitación y combate de enfermedades y sus tratamientos, la escritura, las comunicaciones, y el desarrollo de los medios, se han visto favorecidos con este milagro. Y como si eso no bastara nace del ingenio humano “el brujo de los brujos” que puso el mundo en la mano: la Internet.

Desaparece así, de un plumazo, el tiempo y el espacio, todo se vuelve en vivo y en línea. Podemos lo mismo escuchar música en directo, o ver la telerrealidad “el Reality Shows”, que asistir como si estuviésemos presentes a una conferencia a miles de kilómetros de distancia, chatear con el amigo que está en su casa en Australia, revisar el correo electrónico que ha acercado al mundo en una globalización total, que de alguna manera también tiende a separarlo. El peligro está cuando confiamos demasiado en la varita mágica y las relaciones las despersonalizamos y con grosería comprobamos, sobre todo en los negocios, que en vez de hablar con el jefe o subalterno estamos frente a una contestadota que sólo nos transmite instrucciones, pero que si tenemos duda, nadie nos las va a aclarar. Un mar donde navegar se vuelve ancho y sin fin, donde saber nadar no basta, y si no focalizamos el objetivo, de seguro nos espera el naufragio.

El teléfono celular ha logrado lo que no ha logrado la democracia como sistema político, acercar a la gente y darle una identidad, hacerle sentir que es único, que tiene una “existencia” y que es localizable en cualquier lugar donde se encuentre. Esa facilidad con que la gente se “encuentra” aunque sea de manera virtual, es de un valor inapreciable. Ésa psicología popular está revolucionando hasta el lenguaje, ya no digamos la conducta, hábitos y costumbres de las nuevas generaciones. Sea en la facilidad de hacer negocios, amistades, o la manera de divertirse. Todo ha cambiado y sus efectos no los terminamos de evaluar. Se está llegando a un punto en que el celular será tan importante como un órgano vital sin el cual la persona humana no puede funcionar. El futuro augura que, desde ésa pequeña ventana por primera vez en la evolución del hombre se puede observar con facilidad el mundo, como una nube que pasa, que podemos detenerla e interrogarla.

La Internet vino a destruir el concepto que teníamos de memoria, “un lugar donde se guardaban cosas que mañana deseamos recordar”. Ahora ya ésa memoria nuestra resulta pequeña e inútil, para qué esforzarnos si todo está en la computadora y si no está para que preocuparnos, sencillamente si no está ahí, no existe.

Al final nos quedaremos con el imaginario esencial como el diccionario esencial de la RAE y todo lo demás, aparte de la nostalgia, siempre estará en la pantalla, haciendo un simple ”clic”. El libro como objeto utilitario, que se puede tocar y ver seguirá siendo importante, y muy importante, pero en cierta forma irá perdiendo poder de referencia como fuente histórica, ya que la versatilidad, la agilidad, la perspectiva y la actualización de los conocimientos está y seguirá estando en ese almacén invisible que es la memoria de la computadora, fuera de ese lugar, lo demás es chatarra. La Internet es ése monstruo de una sola cabeza, no tiene miembros, sólo cerebro. No importa dónde el conocimiento esté, la mano invisible, el “chip”, esa célula mágica, lo alcanzará.

Si en los años de mi niñez me hubiesen preguntado cómo me podía imaginar el futuro, ni idea parecida de lo que realmente ha acontecido. Toda sea para bien de la humanidad, sin que se pierda la perspectiva de que los conocimientos básicos que nos enseñaron seguirán siendo útiles, y que lo nuevo sólo añade un acceso más rápido y una disponibilidad de datos y de hechos, pero que aislados y sin el tamiz de nuestra conciencia, de poco servirán. Hay que aprovechar la modernidad pero con los ojos bien abiertos y atentos, somos nosotros los que trazamos el rumbo dónde queremos ir y no dejarnos llevar por la mano ciega de la tecnología, que como torpe lazarillo, nos puede extraviar.

Manuel Obregón S.

Masatepe, 10-08-10

1 comentario:

  1. En verdad como ha cambiado la humanidad en ese pequeño pero basto tiempo, aunque apenas tenga 15 años de verlos, incluso en ese corto tiempo logre captar una pequeña pizca de ese nuevo mundo. Y ahora toma posesion de todos los que lo encuentran, auque tarde comparada con la demas juventud, tambien llego mi momento de caer prisionera de la internet en cierto modo. Un excelente articulo Abuelito. Tu nietecita.

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