Onofre Guevara López
La Nicaragua de mediados de los años treinta,
había alcanzado la paz a
costa de la sangre de Sandino, pero no el progreso. Sus pueblos eran parecidos entre sí, pues eran
estándar: calles de tierra, electricidad cero, caminos carreteros, mínimas
formas sociales de diversión. Todos más cerca de la vida campestre que la de
una ciudad. Como colonatos de una gran hacienda llamada Nicaragua.
Las costumbres no excedían a su elemental desarrollo.
En uno de esos pueblos –que podía ser en todos—, reinaba una cantina con billares
y juegos de azar. Una victrola con su perrito grabado al pie del parlante “RCA
Víctor” hacía oír raspada la voz de Carlos Gardel, en los discos de 78
revoluciones por minuto. Se vendía guaro “de patente”, así se decía, para
diferenciarlo de la clandestina cususa.
Chualemán, contracción de Jesús Alemán, era
su feliz propietario. Otro juego adicional de su negocio era la rifa semanal de
una cadenita de oro, la cual, invariablemente, se la sacaba Sinforosito, su
hijo, quien, como toda la familia, tenía buena suerte. La clientela de Chualemán
era cautiva de sus rifas, porque nadie quería perder el derecho a practicar los
otros juegos, pese a que todos sabían cuál era la causa de la suerte de
Sinforosito: la técnica y la experiencia del comité de rifa que integraba el
resto de la familia.
Ningún cliente dejaba de apuntarse en la rifa
para no perder el derecho a jugar, y correr el riesgo de quedarse sin
alternativa de diversión. Pero creían desquitarse con las ganancias en el resto
de los juegos, una mera ilusión, pues eso era menos frecuente que las veces que
perdían. El único ganancioso, era Chualemán. Y, claro, su familia, el jefe de cuatro
guardias, el juez y el alcalde, quienes agarraban lo suyo.
La Nicaragua de hoy, apartando los aportes
del “modernismo”, obra y gracia de los tiempos transcurridos, es una versión en
grande del pueblo aquel. El Chualemán de ahora, tiene una familia de muchos Sinforositos
suerteros, pues se sacan la cadenita de oro todos los días. Tiene ampliado y
modernizado el negocio, y tiene sus propias autoridades al frente del comité de
rifa, identificado como CSE.
Los canales de televisión de la familia sustituyen
a la victrola “RCA Víctor”, y con muchos perritos al pie. La alta fidelidad de
los aparatos evita raspar las voces emanadas de los discos de 78 revoluciones
(ahora todo es emanado de una única revolución). La clientela ya no solo
imagina a Gardel, sino que puede mirar imágenes de todos los cantantes del
mundo, junto a Chualemán. Los medios del
consorcio “mediático” familiar, la hacen sentirse pueblo-presidente a la
clienteta, y Dos y la Virgen reparten milagros a domicilio. Existe diversidad melódica
que va desde la música clásica a la plástica sin música de rateros y reguetoneros.
Todo ha cambiado sin dejar de ser igual, en el fondo.
En tiempos del primer Chualemán todo era puro
tango, y en los tiempos del segundo… también. Sinforosito era el más suertero
de la familia; ahora hay muchos Sinforositos en la familia. Chualemán lleva más de veinte años rifándose con
la cadenita de oro, más tres premios mayores presidenciales. Entre su círculo
familiar ampliado, ya tiene centenares de alcaldes tapuntados para la rifa de noviembre
2012.
Lo más fiel que tiene es su comité de rifa. Y
pese a las denuncias e inconformidades expresadas por la clientela opositora contra
su práctica fraudulenta, algunos están con ganas de participar en la rifa, con
la sola esperanza de que le permitan ganar alguna cadenita de oro, lo cual no
es imposible, por la conveniencia de ostentar alguna legitimidad.
Similar a la clientela
de Chualemán original, a quien le admitía todo para no perder el derecho de
visitar su cantina, la clientela de Chualemán de ahora teme perder la personalidad
jurídica si no entra al juego. De pretexto pone un cambio cosmético en el
comité de rifa, sabiendo que la familia ya tiene los papelitos con los números
premiados dentro de la urna. Masoquismo y complicidad los están pareciendo sinónimos,
porque saben que solo serán invitados a reconocer en cada municipio... ¡la suerte
de un Sinforosito!
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