Influencia El desarrollo costarricense en diversas
áreas ha estado marcado por la influencia cubana
Armando Vargas Araya
La Academia
de la Historia de Cuba reconoció al costarricense Armando Vargas Araya por “sus
importantes contribuciones a los estudios historiográficos, particularmente en
cuanto al conocimiento de la historia de Cuba” y, en atención “al conjunto de
su obra y su ejecutoria intelectual”, lo nombró Miembro Correspondiente.
En su discurso, pronunciado en el Colegio
Universitario de San Gerónimo de La Habana el 16 de marzo pasado, Vargas repasó
el aporte de algunas personalidades cubanas al desarrollo costarricense en
diversas áreas. A continuación aparece un extracto de sus palabras.
* * *
El antillano
Pedro Morel de Santa Cruz encabezó la diócesis de León antes de ser obispo de
Cuba. Su Visita apostólica, topográfica, histórica y estadística de todos
los pueblos de Nicaragua y Costa Rica (1751) revela conocimiento
cuantitativo y cualitativo de la vida económica, social y espiritual del país,
como deja constancia de ciudades, villas, paisaje natural y características de
sus habitantes. Es recordado por el nombre de Santa Cruz, Guanacaste.
Un
gobernador oriundo de La Habana, Tomás de Acosta, introdujo el café en la
entonces provincia española de Costa Rica. De aquí nos llegó el primer manual
de caficultura, Consideraciones sobre el cultivo del café en esta isla,
reeditado en San José (1835). El café transformó a la más rezagada de las
colonias hispanas del Nuevo Mundo en una república viable.
El
periodista y educador Tomás M. Muñoz, quien emigró como consecuencia de la
primera expedición de Narciso López, fundó el semanario La Unión (1858)
y estableció colegios de enseñanza en Cartago y San José. Asimismo, dirigió el
Colegio de San Luis Gonzaga.
Más de un
centenar de familias cubanas se arraigaron en nuestro altiplano cafetalero, a
resultas del estallido de la Revolución Cespedista por la independencia. La
inmigración continúa. El general Manuel de Quesada y Loynaz, primer jefe
militar de la Guerra Grande –suegro de Magón, nuestro escritor costumbrista–
vivió allá varios años y murió en puerto Limón.
Una sola
familia originaria de Palma Soriano nos ha dado una poeta de la palabra exacta
(Eunice Odio), una acuarelista que hizo escuela (Margarita Bertheau Odio), un
presidente de la República (Rodrigo Carazo Odio), un presidente de la Corte
Suprema de Justicia (Ulises Odio Santos) y un arzobispo de San José (Rubén Odio
Herrera).
Tres
parientes y colaboradores de vuestro Padre de la Patria, Carlos Manuel de
Céspedes, introdujeron el positivismo de Comte y de Littré en Costa Rica,
verdadero marco ideológico del Orden Cafetalero conformado por la
Constitución Política de 1871 y las subsecuentes reformas fiscal, jurídica y
educativa. El filósofo José María Céspedes Orellano, el jurista Jorge Carlos
Milanés Céspedes y el pedagogo Ramón Céspedes Fornaris, fueron la vanguardia
bayamesa de un vigoroso foco seminal.
Es posible
inferir que el truncado proyecto de nación ideado por el presidente Céspedes
encontrara condiciones propicias para su cultivo y crecimiento en el humus
social costarricense.
El
revolucionario antiesclavista Antonio Zambrana fue, por tres décadas, nuestro maître
à penser. Mentor de la Generación del Olimpo, el ensayista Mario Sancho le
dijo: “Maestro, después del Sol, sois vos quien ha alumbrado más en Costa
Rica”. En el 2006 se publicó mi libro El doctor Zambrana y, la semana
pasada, como hijuelo de aquel, apareció Derecho Romano, con sus
lecciones de 1907 y 1908.
El héroe de
la emancipación, general Antonio Maceo, moró entre nosotros durante cuatro de
los últimos seis años de su vida magnánima, junto con un centenar de mambises.
Fundó La Mansión de Maceo, distrito segundo del cantón de Nicoya –única
población arraigada en territorio latinoamericano por los cubanos trasterrados
en las treguas de sus prolongadas luchas libertarias–. Cuando la Municipalidad
de San José develizó un busto suyo (1941), vuestro representante diplomático en
Centroamérica dijo: “Antonio Maceo será el punto de contacto imperecedero entre
las repúblicas de Costa Rica y Cuba”.
En el 2002
se publicó mi Idearium Maceísta y hoy se presenta aquí El Código de
Maceo: el general Antonio en América Latina, edición de esta docta Academia
y la casa editorial Imagen Contemporánea.
José Martí
nos definió como “industriosísima colmena” y, seducido por la pródiga
naturaleza, nos llamó “república esmeralda”. En la Conferencia Internacional
Americana (1890), escribió: “Costa Rica se levanta y dice: ‘Pequeño es mi país,
pero pequeño como es, hemos hecho más, si bien se mira, que los Estados
Unidos’”.
En el 2008
se publicó mi libro La huella imborrable: Las dos visitas de José Martí a
Costa Rica. Estos trabajos constituyen cuatro jalones señalados en el
empeño de comprensión y escritura que me ocupa y depara alegría de vivir.
Procuro cultivar una ilusión cada día; la persona es joven mientras abrigue más
esperanzas que pesares.
Nuestro
segundo himno nacional, la Patriótica costarricense, es el poema “A
Cuba”, de Pedro Santacilia. El Corrido a Pepe Figueres es la melodía de
una cántiga santiaguera al general Antonio. Ernesto Lecuona tiene una Suite
costarricense, surgida de sus composiciones para el filme musical Carnival
in Costa Rica (1947), representada alguna vez por un ballet
habanero.
Se acaba de
inaugurar en la sede Chorotega, campus Nicoya, de la Universidad Nacional, la
primera cátedra de altos estudios dedicada a escudriñar la impronta perdurable
del general Antonio, así como a profundizar en el legado maceísta y la
influencia continental de su pensamiento y obra.
En fin, esta
es una historia de nunca acabar...
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