Foto tomada del diario La Prensa
Sergio Simpson
¡Indigna! ver la imagen de un ex combatiente sangrando de la cabeza, conducido del cuello por un policía, como si fuese un delincuente, ayer cerca del aeropuerto, sólo por reclamar sus derechos ganados arriesgando la vida y dejando a su familia para defender la Revolución Popular Sandinista.
La lucha de los años ochenta, en Nicaragua, enfrentando al imperialismo yanqui, fue dura, llena de sacrificios en las montañas, caminando bajo sol, lluvia, viento, y balas, mal comidos y mal dormidos, con la esperanza de construir un futuro mejor para la sociedad.
¿Pero cuál es el presente, futuro de ayer? Soldados heroicos viviendo en pobreza, sin posibilidades de bienestar para ellos y su familia, ahora con nietos, enfermos por las secuelas de sus sacrificios.
Y los que están en el gobierno, llamándose sandinistas, deprecian las hazañas de quienes batallaron para que en la actualidad unos cuantos sean millonarios consumidores de un modelo clasista y por tanto excluyente y facineroso.
Varias veces he escuchado argumentar, a quienes ocupan cargos en el partido FSLN y gobierno, que los sacrificios del pasado “ya pasaron, son historias” y también afirman “que no hay para resolverle a tanta gente”, y “que esos viejitos ya cumplieron su papel”, pues “el partido se está nutriendo de la juventud”.
Son descabelladas esas declaraciones, máxime cuando las brindan quienes jamás asumieron su militancia en el frente de combate y ahora ostentan lujos adquiridos con prácticas deshonestas, oportunistas.
¿Cómo no va a tener dinero el FSLN y su gobierno para resolverle la vida a compañeros y compañeras? Son millones de dólares los que administran y otros tantos los gastan en banalidades del consumo: latifundios, mansiones, empresas, francachelas y viajes costosos.
Los combatientes demandan una digna pensión del seguro social (pues cotizaron, estaban en planilla estatal), veinte manzanas de tierra y dos mil dólares para invertir. Reclaman poco en comparación con lo que merecen y lo que otros acumulan debido a su vínculo con el poder partidario y estatal.
Es demasiado riesgo no reconocer esos derechos de “los viejitos”, mucho más agredirlos. Los combatientes unidos están en capacidad operativa de paralizar el país, y con justa razón. Han tenido paciencia, desde 1990 esperando la reivindicación de sus derechos y gestas, con la promesa de Daniel Ortega de reconocerles cuando volviera a “gobernar desde arriba”.
Pero ha transcurrido seis años y muy poco, o casi nada, han recibido quienes con sudor y sangre simbolizaron la epopeya liberadora para derrocar a la dictadura somocista y defender en los años ochenta los principios revolucionarios basados en la justicia social.
Los gobernantes deben tener presente que estas personas no han perdido los principios por los cuales llevaron al máximo su proeza, no los pueden minimizar ni comprar, mucho menos corromper como si fuesen siervos.
Una de las cualidades del sandinismo de Carlos Fonseca fue instruir a la militancia, enseñarle a reflexionar sobre las injusticias y actuar para erradicarlas aún con los sacrificios que soportara. Estos militantes, agredidos por la policía, por el sistema de gobierno, están viviendo limitaciones económicas, desprecio partidario y social, y perfectamente analizan su situación.
Algunos defensores y vividores del sistema me han dicho que esas limitaciones económicas y físicas, por sus dolencias, no les permitirá, a los combatientes, organizarse y emprender acciones de presión más fuerte.
A esos voceros justificadores de la barbarie, les respondo y les advierto siempre, y ahora: ¡Cuidado, con la dignidad del combatiente sandinista no se juega! No son borregos, lucharon para mejorar.
También les recuerdo la célebre frase de Bernardino Díaz Ochoa, uno de los máximos dirigentes campesinos, asesinado por la Guardia Nacional: No somos aves para vivir del aire, no somos peces para vivir del agua, somos hombres para vivir de la tierra.
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