Onofre Guevara López
Las dictaduras crueles desaparecen dejando
sus queresas en el mismo sistema político-social que las engendra. Luego, las
queresas se transforman en regímenes opresivos, corruptos y siempre en déficit
con las libertades y los derechos democráticos. No puede ser diferente, pues ningún
dictador es autónomo de las estructuras económicas y sociales dominadas por las
oligarquías de raíces coloniales. Y éstas, llevan casi dos siglos reproduciéndose,
con breves interrupciones causadas por las luchas de sus pueblos.
La historia de Paraguay es similar a la de los
países latinoamericanos, aunque sus aspectos formales forman un mosaico de
regímenes caricaturescamente democráticos. En ese proceso, el relevo
norteamericano del colonialismo español no ha sido ajeno a la reproducción de condiciones
para la continuidad de las oligarquías en el poder.
Una de esas oligarquías, la paraguaya, ha
dado fin a cuatro años de interrupción de su dominio, cuando el pueblo eligió presidente
a Fernando Lugo, en 2008, después de 61 años del control estatal del Partido
Colorado, y más de siglo y medio de dominación oligárquico y militar. Esa
sucesión de gobiernos oligárquicos-militares, ha sido por la fuerza de los golpes
de Estado o por medio de engañosas elecciones.
En 1954 asumió su turno Alfredo Stroessner,
derrocando a Federico Chávez, con el pretexto de “mantener el orden”. Y se
recetó 35 años en el poder con ese golpe de Estado y siete reelecciones. Para
la quinta reelección (1977) Stroessner hizo algo ya conocido en Nicaragua:
reformó la Constitución para permitirse la reelección consecutiva. En 1989 le recetaron la fórmula del golpe de
Estado, y vino una sucesión de gobernantes militares y civiles, hasta la
elección de Lugo.
Una de las causas propiciatorias de este golpe
de Estado parlamentario contra Lugo, es la debilidad de la alianza política que
llevó a la presidencia, no al poder. Esa debilidad radica en la falta de
afinidades y cohesión política e ideológica entre sus integrantes, la cual
comenzó a hacer crisis a raíz del triunfo sobre las fuerzas políticas
tradicionales. Y se debilitó el factor político que había logrado unirlos. El
vicepresidente Federico Franco, hoy impuesto como presidente, ni siquiera tuvo
luna de miel con Lugo. Hasta una guerrilla supuestamente radical de izquierda, aportó
su cuota contra la estabilidad del gobierno de Lugo.
Ha comenzado otro conflicto continental como
el habido por el golpe de Estado en Honduras, y otra vez, somos testigos de reacciones
de los gobiernos respecto a sí reconocen o no al gobierno de Franco. Los del
Alba y similares, ya se han definido por no reconocerlo. El resto de gobiernos condenan
el golpe por “demasiado rápido”, y el Nuncio ya celebra con Franco.
De nuevo afloran inconsecuencias. Unos, de
forma activa, están por la defensa del orden constitucional y por el respeto a un
gobierno nacido de una elección popular. Otros, rebuscan razonamientos triviales
para condenar, señal de que terminarán condescendiendo con los golpistas, como
ocurrió con los de Honduras.
También sale a luz la doble moral en la política
exterior de los gobiernos: claman por la democracia y el respeto a la voluntad
de los pueblos, pero, entre esas voces, están las del gobierno de los Estados
Unidos, cuyo país lleva diez años aplastando la voluntad de los pueblos iraquí
y afgano. Suenan justas las declaraciones de gobiernos en el caso paraguayo, como
sonaron –aunque tímidas e inocuas—, cuando el informe de la OEA sobre el fraude
que le propinó el gobernante actual al pueblo nicaragüense.
Y ahí murió todo. Ahora, el autor de ese
fraude, Daniel Ortega, ya está librando su cubo en el caso paraguayo. Pura hipocresía
y conveniencias políticas, a la sombra
de la defensa de los derechos del pueblo guaraní.
Cada gobierno actúa con su disfraz, sea de
demócrata o de revolucionario. Como en el caso de los nicaragüenses, nadie del
exterior puede asumir la responsabilidad de los paraguayos. Pero con Nicaragua,
los gobiernos tienen su responsabilidad, por cuanto en sus relaciones con el gobierno
orteguista, no les importa que exista al margen de las leyes y la Constitución.
Es un reconocimiento a su golpe de Estado. Vamos a ver cuánto les dura su
refunfuñar antes de reconocer al
gobierno golpista de Paraguay.
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