El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

lunes, 7 de marzo de 2011

Silencio y complicidad de las izquierdas

Joaquín Samayoa

El mundo árabe está convulsionado. Los pueblos en el oriente medio y el norte de África se hartaron de sus tiranos y encontraron en el fondo de su alma colectiva suficiente dignidad y coraje para sublevarse, animados unos por el éxito de los otros en lo que parece ser una irreversible reacción en cadena. Seguramente esas grandes masas de ciudadanos no tienen un criterio unánime sobre el tipo de sociedad que buscan, pero están muy claros y muy firmes en lo que ya no están dispuestos a tolerar.

No es mi propósito especular sobre los factores desencadenantes y facilitadores de estos movimientos insurreccionales en una región donde nadie los habría creído posibles hace solo unos meses; pero el hecho de que se hayan gestado con tanta rapidez y eficacia debe darles en qué pensar a los rancios dictadores de otras latitudes y a los que, en los albores del siglo XXI, creen que la fórmula de represión con maquillaje democrático les permitirá subyugar a sus pueblos.

Las dictaduras más notables de extrema derecha colapsaron hace varios años. Franco, Pinochet, Somoza, Trujillo y otros son ya historia. Las dictaduras del bloque socialista europeo también son historia; pero otras se sostienen y van surgiendo algunas nuevas. Mugabe y los Castro son más añejos que sus colegas árabes que recién han caído o están a punto de caer. Chávez y Ortega persisten en su propósito de perpetuarse en el poder por la vía de la manipulación de la institucionalidad democrática, la supresión de libertades y la represión de sus opositores. Al final, correrán la misma suerte de todos los dictadores, pero en el vano intento de sostenerse habrán provocado indescriptibles sufrimientos e irreversibles retrasos a esos pueblos que, en un momento de ingenuidad o desesperación, los aclamaron como redentores.

Mientras todo esto ocurre, ¿Qué dicen los gobiernos y las organizaciones políticas que se arropan con banderas de izquierda? ¿Alguien ha visto algún pronunciamiento de solidaridad con los pueblos árabes? ¿Alguna condena o censura a Gadafi por la violenta prepotencia que está exhibiendo? Nada. Solo una sospechosa prudencia y, en el caso de Hugo Chávez, respaldó al amigo que en Libia está masacrando a su gente. En estos momentos cruciales de la historia, observamos el mismo silencio condescendiente que ha prevalecido por varias décadas frente a las atroces violaciones de derechos humanos en Cuba. El mismo silencio cómplice cuando Ortega y su FSLN se robaron vulgarmente las recientes elecciones de alcaldes y diputados. La misma cobardía para denunciar la anulación de la libertad de prensa y la persecución e inhabilitación de opositores en Venezuela.

Es la doble moral en plena vigencia. Atrás quedaron los días cuando el FMLN apelaba a la solidaridad internacional en busca de apoyo a su lucha contra un régimen al que identificaban como una “tiranía militar fascistoide”. Pero, al parecer, esa solidaridad no era un valor genuino, solo tenía importancia como recurso para colectar fondos y como arma de lucha ideológica; una solidaridad que se pregona solo cuando el tirano es un adversario político. Es, por cierto, la misma doble moral que exhibieron los gobiernos y partidos de derecha cuando censuraban a Cuba pero apoyaban incondicionalmente a las dictaduras del Cono Sur en décadas pasadas; la misma mica con distinto rabo.

Los partidos políticos se definen no solo por lo que dicen sus idearios, sino principalmente por lo que hacen y también por lo que callan. El silencio cómplice puede justificarse de muchas maneras. Se puede alegar el respeto a la soberanía de otros Estados. Se puede argumentar que Ortega y Chávez tienen derecho a hacer pactos políticos con Gadafi, Ahmadineyad y otros personajes de la misma estirpe, pero la solvencia moral y las credenciales democráticas de un gobierno o de una agrupación política se van erosionando en la medida en que, para mantener la rentabilidad de esas turbias amistades, se sienten comprometidos a pasar por alto sus grotescas violaciones a los derechos humanos y todas las formas imaginables de abuso de poder.

Es la hora de la verdad. Ojalá nuestros dirigentes políticos tengan el coraje y la estatura moral para censurar a todos los regímenes dictatoriales, sin importar su orientación ideológica.

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