RIGOBERTA MENCHÚ TUM
Desde nuestro origen, los pueblos indígenas hemos considerado a la tierra algo sagrado. Ella nos da la vida y es el eje de nuestra cosmovisión, por lo que la respetamos y la veneramos. Hemos heredado de nuestros abuelos una convivencia armoniosa con la naturaleza, lejos de pretender someterla como si fuéramos sus dueños.
Para nosotros, la madre tierra no es sólo una fuente de riqueza que nos da el maíz, es decir, la vida. La tierra es también raíz de nuestra cultura. Ella contiene nuestra
memoria, acoge a nuestros antepasados y requiere que nosotros la honremos y le devolvamos con ternura y respeto los bienes que nos brinda. Hay que cuidar la madre
tierra para que nuestros hijos sigan recibiendo sus beneficios.
Es importante recordarlo ahora, cuando se inicia el Decenio Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo, decretado el 10 de diciembre pasado [1995] por las Naciones Unidas. En el marco de 10 años tenemos la oportunidad de reconsiderar nuestra relación con la naturaleza; de restablecer el equilibrio perdido por más de cinco siglos, y de volver a considerarnos parte integral de la tierra. Porque se han vulnerado todos los valores que originalmente poseían nuestros pueblos. Se ha hecho a un lado a la sociedad colectiva ante una sociedad individualizada y materializada, que todo lo convierte en mercancía.
Esta visión ha provocado irreparables daños al establecerse una producción que arrasa con la naturaleza y que arranca a los pueblos indígenas de sus lugares de
origen.
Es sistemática la destrucción de bosques, ríos, lagos y mares. Son sistemáticos los atentados a la vida y nuestra tierra los ha sufrido como nunca en los últimos años.
Es urgente que todos los países del mundo impulsen políticas de desarrollo en armonía con la naturaleza. La sabiduría de los pueblos indígenas tiene mucho ,que aportar a través de tecnologías que respeten el medio ambiente.
La comunidad no es un mito o un vestigio del pasado. Está llena de vi talidad y tiene proyección, pues no es incongruente con el desarrollo. La sabiduría y la riqueza que emanan de la comunidad podrían contribuir a restaurar una verdadera esperanza de futuro.
A pesar de que la intolerancia cobra fuerza, es insostenible una sociedad que siga negando la diversidad étnica y cultural. Es inevitable que nuestras culturas milenarias participen en la toma de decisiones sobre el medio ambiente y sobre el desarrollo justo e igualitario, basado en el respeto de la naturaleza, a los pueblos y a los hijos de la tierra. Quien entiende esta relación de armonía exalta la lucha que se hace por la dignidad humana.
Nota: "La América que queremos" es una nueva sección sabatina de EL CORREO. Los ensayos "en defensa de la vida" -de autores de primera línea- son tomados del libro con igual título, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1998, en el contexto del Programa de las Naciones Unidad para el Medio Ambiente.
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