El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

lunes, 7 de marzo de 2011

El fantasma de Escobar recorre Nicaragua

Roberto Fonseca L.

Parafraseando a Karl Marx, un fantasma recorre Nicaragua, el fantasma de Pablo Escobar Gaviria, el más célebre narcotraficante colombiano en los años 80-90, líder del cartel de Medellín, sin lugar a dudas, la organización criminal colombiana más eficiente y brutal en esa época. Autor y protagonista de la más sanguinaria guerra contra el estado colombiano, en su lucha contra la no extradición.

El fantasma de Escobar, a quien sus subalternos llamaban “El Patrón”, recorre Nicaragua en formato DVD, en una producción documental de 94 minutos de duración, titulada “Los pecados de mi padre” (The sins of my father), dirigido por Nicolas Entel, cineasta de origen argentino, autor de esta pieza histórica, de una franqueza inusual. La cinta se oferta discretamente en algunos negocios de renta de películas. Yo me topé con ella el pasado 12 de febrero y me sorprendió.

En ese documental, el hijo del famoso criminal, Juan Pablo Escobar (hoy Sebastián Marroquín), se refiere a su estadía en Nicaragua, en 1984. Es la primera confesión pública, sobre su permanencia en nuestro país, durante la revolución sandinista.

Dice textualmente: “De ser protegido de (Manuel Antonio) Noriega, (mi padre) pasó a ser protegido por un gobierno sandinista… Nicaragua estaba desolada, era un país triste, agobiado por la guerra que estaba viviendo. Yo pasé los peores días de mi vida en Nicaragua”.

Juan Pablo –hoy Sebastián Marroquín—tenía apenas 7 años.

Huyendo tras cometer cobarde asesinato

La salida obligatoria de Pablo Escobar Gaviria de Colombia, junto a otros capos del cartel de Medellín, está íntimamente relacionada al cobarde asesinato del Ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara Bonilla, el 30 de abril de 1984.

Lara Bonila, enemigo acérrimo del cartel de Medellín y quien desenmascaró públicamente a Escobar Gaviria, como narcotraficante, viajaba esa noche por las calles de Bogotá, a bordo de un Mercedes Benz.

De pronto, una moto Yamaha, nueva, se colocó al lado derecho del vehículo. Lara Bonilla iba en el lado derecho del asiento trasero. Terminó de hablar y sólo oyó una explosión. Iván Darío Guizado, mejor conocido en el hampa colombiana como “Carlos Mario”, había disparado la MAC-10, ametralladora que descarga 25 balas calibre 45 milímetros en pocos segundos.

Siete proyectiles impactaron en el cuerpo de Lara Bonilla, tres en la cabeza. Cayó sobre el asiento, al lado del chaleco antibalas que le regaló días antes el embajador norteamericano en Colombia, Lewis Tambs, pero que nunca llegó a utilizar. El crimen conmovió al país sudamericano y obligó al presidente colombiano a aprobar la extradición a los Estados Unidos.

Uno de los sicarios, el conductor de la moto, de nombre Byron Arenas, murió segundos después que la escolta de Lara Bonilla disparara contra la Yamaha. El otro, “Carlos Mario” o Iván Darío Guizado, fue capturado vivo.

El asesinato —se supo después— fue encargado a un lugarteniente de Pablo Escobar, John Jairo Arias Tascón, conocido como “Pinina”. El Cartel invirtió alrededor de 50 millones de pesos colombianos, que se tradujeron en moto, armas, radio comunicadores y sicarios. Estos últimos salieron de la banda de “Los Quesitos” y se dividieron en tres grupos. Uno, los ejecutores, los de la moto. Los otros huyeron con Escobar al día siguiente. Primero a Panamá y luego a Nicaragua.

El testimonio del hijo

Volviendo al testimonio del hijo de Pablo Escobar, en el documental “Los pecados de mi padre”, Juan Pablo o Sebastián Marroquín, relata que salieron de Panamá, donde vivían en una mansión bajo la protección del caudillo militar Manuel Antonio Noriega, a quien sus opositores llamaban “Cara de piña”. Vivían junto a un campo de golf, al que tenían acceso ilimitado.

Salieron del país canalero porque Escobar desconfiaba de Noriega, temía que terminaría entregándolo a los Estados Unidos. Además, su padre le dijo que Noriega se le fue arriba con un avión y con la bicoca de tres millones de dólares. En ese momento oportuno, surgió la conexión sandinista.

De todos los testimonios que he leído y he visto a lo largo de todos estos años de labor periodística, puedo concluir que la estadía en Nicaragua no fue satisfactoria para ninguno de los miembros del clan Escobar.

Juan Pablo dice lo siguiente en el documental: “Yo pasé los peores días de mi vida en Nicaragua. Lo único que hacía era llorar, me llamaban para almorzar y lloraba; me llamaban a jugar y lloraba; me llamaban para salir al patio y lloraba porque salía a ver una pared más grande…Mi vida a los siete años, era la vida de un delincuente, como si yo hubiera dado la orden de matar a esa gente”.

Su madre y viuda de Escobar Gaviria, María Victoria Henao, tampoco disfrutó su estadía clandestina en Nicaragua. “Veníamos de la violencia, para estar en un país donde la violencia se sentía en el aire”, comentó en el mismo documental “Los pecados de mi padre”.

Para el mismo Escobar, según su amante Virginia Vallejo, la estadía en Nicaragua fue una pesadilla. Primero, porque los líderes sandinistas era extremadamente ambiciosos y cobraban más dinero de lo acordado por la protección recibida; y segundo, porque era un país sin vida nocturna, sin discotecas, sin diversión como Medellín. Y, tercero, porque las mujeres no le resultaban atractivas. Eso relató ella en su libro “Amando a Pablo, odiando a Escobar”.

La salida imprevista

De Nicaragua se vieron obligados a salir abruptamente, por un imprevisto. En la edición del 17 de julio de 1984, del derechista periódico norteamericano Washington Times, se publicó en exclusiva la historia de que el gobierno sandinista estaba protegiendo a los principales narcotraficantes colombianos y colaborando con ellos en el trasiego de cocaína hacia Estados Unidos.

La evidencia principal la constituían unas fotos hechas por una cámara oculta, colocada por la CIA dentro del avión C-123K, que piloteaba Barry Seal, empleado del Cartel de Medellín y a la vez informante de la DEA.

En las fotos, facilitadas por la Administración Reagan, aparecían oficiales nicaragüenses cooperando en el trasiego de 600 kilos de cocaína, junto a los más importantes capos colombianos de esa época, entre ellos, el propio Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha, “El mexicano”.

El lugar correspondía al aeropuerto Los Brasiles, cerca de Managua, bajo el control de las autoridades nicaragüenses. Tras la denuncia periodística, la Junta de Gobierno desmintió categóricamente las acusaciones, basándose en que era una campaña de descrédito por parte de la Administración Reagan. Mientras el Ministerio del Interior tildó de “montaje” fotográfico las evidencias.

Meses después, Seal fungió como “testigo estrella” en tres procesos judiciales contra los narcotraficantes colombianos. Seal terminó acribillado, en febrero de 1986, en Baton Rouge, Louisiana. Le dispararon a quemarropa, con la misma subametralladora MAC-10 con que asesinaron al Ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara Bonilla.

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