Chicha (teta). Ilustración de Valeria Zelaya Lacayo (Nicaragua, 1973). ©
Por Mildred Largaespada
Ilustración de Valeria Zelaya Lacayo
Conozco madres que desean en secreto una barra de labios Chanel como regalo para el día de las madres pero que se quedan calladas y resignadas cuando sus hijos les obsequian un aparato electrodoméstico. Conozco otras madres que se regalan ese día una joya, otras regalan sus ahorros a sus hijas que son madres.
Conozco a una madre que lava y plancha ropa ajena y con lo que gana ha pagado la universidad de sus hijos e hijas. Hay otra que está ansiosa porque termine una reunión de altos ejecutivos para salir corriendo a ver el show escolar de su hija que ese día sale disfrazada de manzanita. Hay madres que, como saben que no las van a comprender, se inventan accidentes, fugas de agua en la casa, e incluso incendios para poder asistir a los eventos colegiales de sus hijos. Conozco una madre periodista que perdió una entrevista exclusiva con David Beckamn porque prefirió quedarse acompañando a su hijo que tenía décimas de fiebre.
Conozco a una madre que consiguió dar de mamar a su hija adoptada. Hay otra que sintió un ardor en sus pechos y hasta le salió una gota de leche el día que atropellaron a su hijo adolescente. Conozco madres que han dado de mamar un año entero con horarios establecidos para las tomas y otras que lo han hecho a demanda, es decir, a cada rato. Conozco una madre que durante el embarazo le habló a sus células rogándoles para que no traspasaran a su bebé la herencia familiar de una enfermedad maligna, y las células la escucharon.
Hay una madre que mató al hombre que violó a su hijito y otra que ha prometido no irse de este mundo sin antes saldar una cuenta pendiente con el que agredió a su hijita. Hay una que se enfrentó al barrio entero en defensa de su hijo gay. Hay otra que se enfrentó a toda la familia en defensa de la profesión que decidió su hija. Hay madres que están removiendo cielo y tierra, sin descanso, buscando a sus hijas probablemente secuestradas por los delincuentes de trata de personas.
Hay madres que han planificado sus vidas y contado sus centavos para saber cuántos hijos son capaces de parir y sacar adelante. Otra madre decidió embarazarse con cada hombre del que se enamoraba y ha sido bien enamoradiza. Y hay madres que han parido hijos sin saber quiénes son los respectivos padres. Hay madres que cuando han anunciado su embarazo al padre y este lo ha rechazado les han dicho ¡a pues tu madre!
Hay madres que han parido una hija y rezan para que el siguiente sea un niño pensando que así los hombres se van a quedar con ellas. Hay madres que decidieron no parir más para que no se llevaran a sus hijos a las guerras. Madres, también hay, que desde el embarazo ya decidieron qué van a hacer sus hijos, qué estudiarán, qué vestirán, con quién se casarán y dónde vivirán. Hay otras que viven descubriendo asombradas cada día el camino que sus hijas e hijos van construyendo.
Conozco una madre que escribe una carta diaria a su hija que está en la cárcel, por un delito grave que la obligaron a cometer a cambio de no matar a su madre. Hay otra que muere de tristeza porque su hijo desapareció un día mientras cruzaba la frontera. Conozco una madre que aguantó años de maltrato pero que no aguantó un segundo cuando quisieron maltratar a su hijita. Hay madres que presienten, otras que han desarrollado telepatía para comunicarse con sus hijos. Hay madres que cuando la hija o el hijo entran por la puerta ya saben qué está pasando.
Hay madres que desde el primer día hacen dormir a sus bebés en las cunas y otras que practican el co-lecho durante un año o hasta que el hijo se quiera ir a dormir solo a su cama. Conozco madres que no tienen cunas y hacen dormir a sus hijos en hamacas artesanales o en petates a ras del suelo. Hay madres que son incomprendidas por sus hijos, otras que ya no están esperando que les comprendan.
Hay madres que han sido heridas antes de ser madres y que después pegan a sus hijos, les insultan y agreden sicológicamente. Hay las que dedican horas largas a la conversación para desarrollar el apego. Hay madres que tienen suficiente fuerza como para ser madres de hijos que no son suyos.
Conozco madres con tanto gozo por ser madres que dan ganas de ser hijas suyas. Conozco madres que han robado para alimentar a sus hijos y otras que se han prostituido para alimentar a sus hijas y a sus hermanitos menores. Conozco madres que tienen una sola hija pero se quedaron con el deseo de tener ocho.
Hay madres que no han tenido madre y se inventan cada día su propio modelo de madre. Hay madres a las que no les importan que los pechos se les hayan “caído”, y otras a las que sí les preocupa. Conozco madres a las que el modelo publicitario de ser madres les parece un gran engaño. Conozco madres a las que el modelo tradicional de ser madres les parece una estafa. ¡Hay que dejar que cada madre desarrolle su maternidad como le venga en gana!
Conozco madres que se ríen cuando leen que la maternidad es la que aleja a las mujeres de la vida laboral o estanca su desarrollo profesional, porque qué no harían ellas con unas cuantas guarderías, una ley de conciliación de la vida laboral y familiar y un salario justo al que tienen derecho.
Y conozco madres que les han dicho a sus hijas e hijos que durante su vida van a tener la fortuna de conocer a muchas mujeres que les van a tratar como mentoras y como madres.
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