Onofre Guevara López
La
proximidad de la farsa electoral municipal actualiza los reclamos de unidad a
la oposición, pero casi nunca se escucha un reclamo por la transparencia y la
ética en las actividades políticas de los partidos. Al parecer, no se le
concede importancia a la ética ni a la transparencia en los partidos, pero sin
ellas de nada sirve la unidad.
Tener fundamentos políticos-ideológicos no
es contrario a la ética, no se excluyen si no se complementan con la actividad
de los partidos y las personas. Sin ética en la conducta, el mejor ideólogo
solo es, por lo menos, un charlatán oportunista.
El partido en el poder
atropella Constitución y leyes con su unidad, porque no practica transparencia
ni ética, ni le son necesarias para imponer su esquema electoral fraudulento. A
los mini- partidos “unidos” al orteguismo, la ética y la transparencia les
importan menos, pues solo buscan prebendas por su colaboración en la farsa.
Para ciertos líderes opositores, la ética y la transparencia les están
estorbando para olvidar la corrupción del sistema electoral, porque quieren
entrar en la farsa. Argumentan que es para “no perder espacios”, y que el
pueblo no pelea ni por su comida, menos por cuestiones jurídicas.
Además de unidad, les falta
transparencia y ética, mienten a sus partidarios y se complican con las trampas
del poder. Está claro: la ausencia de ética y trasparencia partidista causa
traiciones a los intereses del pueblo, al cual, en el colmo del cinismo, le
culpan de pasividad y tolerancia ante la situación.
No es el pueblo el que ha
renunciado a la lucha, son los líderes quienes no desean acompañarlo ni tienen
capacidad para conducirlo. Los pocos cambios habidos en nuestra historia, son
resultados de la participación popular en las acciones políticas y
revolucionarias, de cuyos resultados terminan viviendo los líderes.
La responsabilidad de lo que
ocurre es de los líderes, quienes sin transparencia ni ética ejecutan sus
políticas y la administración de los bienes partidarios y públicos. Solo las
bases, cuando logran liberarse de los engaños de los políticos, pueden hacerlos
cumplir con la transparencia en la relación dirigencia-bases y cobrarles sus
faltas de ética.
La conducta ética de los
dirigentes y su transparencia en el cumplimiento de las leyes nacionales y las
propias –programas, estatutos y acuerdos—, son iguales de importantes en la
vida de los partidos como la buena orientación política-ideológica. Practicar
estos tres factores hace la garantía de que los líderes sabrán actuar con
honradez a lo interno y de cara a la sociedad. Sobre todo, de que no quedarán
impunes las actitudes indebidas ni las cosas mal habidas.
El problema nace de ignorar la
relación entre ética, política y transparencia, y por ello, se piensa que a un
partido le basta blandir fundamentos ideológicos científicos para ser
revolucionario. Y para otros, basta que un partido se identifique con la
cultura “occidental y cristiana” para adquirir fundamentos democráticos. Ver
las cosas de esta forma, es mero espejismo político.
Al mismo tiempo, debemos
admitir que no puede existir absoluta transparencia en ningún partido político,
sino solo relativa. ¿Por qué? Porque la lucha por el poder, que es su razón
vital, no es un juego entre inocentes, sino una lucha sin tregua entre
intereses individuales y colectivos. Eso les hace necesario reservar
información sobre decisiones tácticas, porque de ser conocidas por sus
adversarios les dejaría expuestos a sus maniobras. Pero eso no excluye sus
deberes y obligaciones con su militancia y con el pueblo, las que siempre
debería manejar con un máximo de transparencia.
Pero en esas situaciones donde,
por seguridad, no puede funcionar la transparencia cabalmente, es donde nacen
peligros: pueden incubar traición, oportunismo y desviaciones. Y solo con
transparencia y ética esos peligros pueden evadirse y conjurarse.
No todos los partidos son
susceptibles de transformación democrática, porque sus dirigentes no son
electos por las bases, sino desde y por cúpulas con poder social, económico y
político. A esos, la transparencia le es ajena por una cuestión básica: no les
conviene transparentar sus verdaderos objetivos ante sus bases ni ante el
pueblo, para no perder su confianza. Eso partidos son clubes de propiedad
privada (FSLN, PLC y Vamos con Eduardo, son los más notorios).
Los partidos opositores tienen
un dilema: no participar en la farsa electoral y trabajar para fortalecerse, o
participar en ella como fuere. La primera decisión implica reorganizarse a
largo plazo; la segunda, sería fácil, pues solo es ir por las prebendas. Pero
irían sin unidad, sin transparencia ni ética. Y sin merecer acompañamiento popular.
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