“En
Nicaragua se acabó la dominación imperialista norteamericana el 19 de Julio de
1979,” dijo Daniel Ortega en una de sus intervenciones populistas desde su
tarima enflorada. Pero la verdad es que el 20 de Julio de 1979, en Nicaragua
comenzó el más vergonzoso período de intervencionismo que registra nuestra
historia patria.
Salieron
los yankes por una puerta y entraron los soviéticos por otra. La influencia del
Presidente Carter, tan calumniado por la historia contemporánea por terminar
con regímenes dictatoriales, perdía fuerza y se fortalecía la del Secretario
General del Partido Comunista y Presidente de la Unión Soviética, Leonid Ilitch
Brejnev, a la par de la del procónsul soviético de Cuba, Fidel Castro Ruz.
Si
el poderío de los gringos durante la dictadura somocista fue muy grande, el de
los soviéticos durante la década de los sandinistas, lo fue aun más. Para 1980
en Nicaragua había más cubanos que gringos en 1930. Era el reino de la
intervención del proletariado soviético con todas sus comparsas de alemanes
orientales, de checos, de polacos, de rumanos y por supuesto de cubanos,
quienes decían que venían a Nicaragua en misión social, cuando en realidad
venían a descansar de la miseria en la que vivían en Cuba.
La
CIA era el diablo en persona, ya que se dedicaba a fraguar conspiraciones y a
asesinar anti somocistas. Se fue la CIA y vino la KGB, el engendro represor
fundado en la era de Stalin, a matar anti sandinistas; la Stasi, órgano de
inteligencia y represión de Alemania Oriental, a perseguirlos; la StB
checoslovaca, a torturarlos y el tenebroso G2 de Fidel Castro, a hacer todo lo
mencionado.
El
ministerio de educación estaba a cargo de Armando Hart y sus maestros del
sistema de educación de Cuba. La cancillería era un departamento del Canciller
Andrei Gromyko y el sistema de salud lo co-manejaban los soviéticos y los
cubanos.
Fidel
Castro dirigía la política expansionista revolucionaria y mentor de la novena
gobernante. Todavía recuerdo la regañada que les dio a los nueve comandantes en
el discurso que pronunció con motivo del primer aniversario de la revolución,
en especial a Jaime Wheelock, por el desastre del ingenio Victoria de Julio,
uno de los errores más costosos del gobierno colegiado de los ochentas.
Años
más tarde, el Presidente Ortega abjuró de la mística revolucionaria, para
abrazar la filosofía empresarial. Cambió
la pobreza proletaria, por la riqueza oligárquica. Después de abrirse camino a
balazos para implantar la libertad con justicia, traicionó a los que cayeron en
batalla y no saborearon la victoria, para implantar una “democracia de baja
intensidad” en donde la libertad y la justicia caen ante el chantaje. Me
pregunto qué sentirá el ex prisionero de conciencia cuando se dirige a los
pobres proclamándose su defensor y usando palabras preñadas de hipocresía,
porque ni es su protector, ni es pobre. Por el contrario, defiende los intereses del gran capital y su
fortuna se cuenta en cientos de millones de dólares.
Las
vacas, los cerdos, las gallinas, las láminas de zinc, el bono solidario, no son
más que medidas populistas para engañar a los desposeídos y apoderarse de la
ayuda venezolana para crear su mega fortuna familiar.
Daniel
Ortega ha sido un mentiroso desde el inicio de su carrera política y no hay
razón para pensar que deje de serlo. Por eso los políticos de la llamada
oposición se merecen el cognomento de ZANCUDOS y el desprecio del pueblo. La
lucha por la democracia tiene dos enemigos: la dictadura orteguista y la colaboración
de los partidos políticos de oposición. Contra ambos debe de estar enfocada la
rebelión cívica y de ambos es la responsabilidad de todo lo que pueda ocurrir
en Nicaragua.
Jorge
J Cuadra V
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