El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 10 de mayo de 2012

Un régimen teatral


Onofre Guevara López
Es de suponer que a Tomás Borge Martínez, cuyo deceso ha sido el más publicitado de cuantos políticos nicaragüenses han muerto  últimamente, le hubiera complacido la espectacularidad que le dieron a sus exequias. Es el estilo que a él le gustó en sus años de poder, y al gobierno que a todo lo suyo le da un montaje estilo Cecil B. De Mille.
No hablaré de Borge, porque ya está en una dimensión sin deudas que pagar ni cuentas por cobrar, y porque mis opiniones sobre algunas de sus conductas ya las expresé en estas mismas páginas, cuando él podía responderlas. Ahora, ningún juicio sobre su personalidad tendrá valor.
Quienes siguen expuestos ante la opinión púbica son los dueños del poder, que hicieron de sus exequias un espectáculo. Las fastuosidades y vanaglorias copiadas de la Corea de los líderes-dioses opacan, anulan, o al menos ponen en dudas los verdaderos  sentimientos de sus promotores hacia el ciudadano recién fallecido. Con tal de lucirse, el poder lo distorsiona todo, así sea a costa del más  infausto de los sucesos.
Evitaron que se valorara justamente los sentimientos de la gente humilde hacia el líder fallecido, porque el poder de los gobernantes interfirió en la voluntad de las personas bajo su influencia política-administrativa, de asistir o no asistir a las exequias. Con su método coercitivo, hacen imposible calibrar la dimensión del sentimiento y la sinceridad de las personas que se hicieron presentes.
Por la cantidad de autobuses que se pudo ver en las afueras de las instituciones oficiales, esperando la salida del personal, el hecho de asistir no pudo ser una libre decisión, pues, además de la presencia de los vehículos, estaban los jefes de distintas áreas esperando que los empleados los abordaran. Así, nadie puede asegurar qué cantidad de personas lo hizo por decisión propia, y tampoco se puede saber con exactitud si era mayor su deseo de irse a casa, o irse a efectuar alguna diligencia personal necesaria. En todas las concentraciones partidarias ha sido perceptible que la voluntad de la gente no vale ante la voluntad del poder.
También fuimos testigos de que la mitad de los autobuses de transporte público –unos 400— no circuló, y que hubo horas en las cuales no se vio circular ninguna unidad del transporte colectivo. Se obligó a miles de personas a esperar en vano que pasara un autobús haciendo su recorrido normal. La voluntad, las necesidades y los intereses de esas personas –un mayor número que las asistentes a las exequias— no cuentan para nada ante la gente del poder. El “pueblo” solo son ellos y quienes les obedecen.
Hay que ser parte de esa multitud abandonada a su suerte para sentir la desesperación por llegar a su destino ante la imposibilidad de abordar un táxi por la falta de dinero. El desasosiego que se siente tener que hacer un viaje de varios kilómetros a pie por la noche para llegar a casa, es mayor con los riesgos para la salud y la vida, porque se debe pasar por sitios y barrios infestados de delincuentes.
Quienes tienen poder, si alguna vez lo supieron, lo han querido olvidar. Es la eterna diferencia entre vivir las fastuosidades del poder y vivir las realidades de la pobreza. Y si algo de lo demostrado y dicho respecto al dolor y el amor por la personalidad desaparecida lo hubieran volcado hacia esas miles de personas en situación de abandono y riesgos, ¿no estarían más cercanos y acordes con el sentido que les querían dar a sus palabras vertidas en las exequias oficiales? ¿O es que solo fueron calculadamente dramáticas para impresionar al público del exterior?
¿No estarían pensando y diciendo sobre el fallecido todo lo que quisieran se dijere de ellos cuando les toque lo que a todos nos tocará sin falta? ¿Es justo que al llegar el día fatal de una persona, se exalte hiperbólicamente lo positivo de su vida y, al mismo tiempo, se menosprecien las necesidades, el bienestar y la seguridad de la mayoría de las personas vivas?
Si fueran tan justos, como dicen que fue el ser humano que se va, respetarían más a los seres humanos que se quedan. Pero no; más bien obligaron a contemplar sus lucimientos y a poner en dudas sus verdaderos sentimientos.
Quizá respondan la crítica con la manida frase de… “así es la vida”. Entonces, ¿por qué elogian al difunto por sus intentos de cambiar el lado injusto que la vida tiene?  

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