Siempre me asombró Carlos Fuentes. Libre, inteligente, apasionado. Yendo de un lado a otro, acompañando hasta que para todos nombrarlo era un talismán y andar cerca contagiarse de su fervor por la literatura.
¿Cuántos personajes de los creados por la imaginación aventurera y despiadada de Carlos Fuentes se han vuelto parte de la imaginación colectiva?
Al cabo de leer uno de sus libros se aparecían en sueños sus mujeres desbordadas, sus hombres incandescentes.
Las mujeres y los hombres. El paisaje, las casas, los patios, los caminos, el polvo y los amores de cada una las historias que hacían sus libros, siempre se acomodan en nuestro ánimo y nuestra memoria.
Pero no sólo el polvo y el aire de México, no sólo muchos de sus hombres y mujeres, no sólo su idioma, sus palabras vertiginosas, son personajes inolvidables, sino Fuentes mismo, el narrador como testigo incansable, como el más ávido de los escuchas, como el más vehemente de los que hablan, terminó por convertirse en su mejor personaje.
Casi siempre, en el fondo mismo de la historia, igual en los detalles y en los guiños, aparecía tramado, con toda claridad, el escritor, el hombre Carlos Fuentes con su voz como una espada, como una alegoría, como un ruego: aquí estoy, éste soy yo, esto quiero decirles porque me duele y me arrebata, de estas urgencias estoy hecho y con estas historias quiero acercarme al mundo para tratar de comprenderlo y mejorarlo.
Para muchos fue una alegría y un privilegio convivir con Carlos Fuentes. Compartir, con él y Silvia, años de plenitud y valor.
Era fácil querer a Fuentes. Verlo ir por el mundo y por la literatura con su mejor audacia.
No puedo olvidar la tarde en que conversando en torno al tiempo, detuvo el gesto de avidez con que acostumbraba mirar el mundo y dijo como si hablara consigo mismo:
—Yo lo que temo del tiempo es que no me alcance para escribir todo lo que me falta.
—¿Pero cuánto te falta?— le pregunté.
—Muchísimo— contestó.
Para entonces él ya había escrito más de diez mil cuartillas y las había puesto en libros que contaban la vida de una manera de una manera ferviente, intrépida, inagotable.
—Ya no recuerdo lo que he escrito— dijo. Sólo pienso en lo que me falta escribir.
Casi siempre los libros de Fuentes invocan su obsesión por el tiempo, pero yo sólo hasta esa tarde me di cuenta de qué manera cargaba él un reloj sobre los hombros.
“El talento se mide en cuartillas” decía Jules Renard para torturarse porque no era prolijo. Fuentes no podía hacerse tal crítica ni de chiste, sin embargo, hasta el último día estuvo seguro de que le faltaba escribir mucho. No sólo no se le habían acabado los temas, sino que guardaba muchos apretando su corazón.
Sus libros, estuvieron siempre como escritos por un joven muy joven, por alguien urgido de contar el mundo todo, como si fuera la primera vez que lo contaba.
Carlos era dueño de un cuerpo que parecía tan incansable como el de un adolescente.
¿Cuál de sus personajes ha sido capaz de una fortaleza comparable? No Artemio Cruz y eso que fue de piedra, ni Aura que en su afán por asir el tiempo es capaz de matar lo que más ama, ni siquiera Ixca Cienfuegos que era eterno. Quizás, a ratos, Laura Díaz: incandescente, iluminada por la curiosidad, los amores, la urgencia de rendirle tributos a la vida.
Los personajes son seres reales o imaginarios que se graban en la esperanza y fecundan los recuerdos de otros. Nos dio muchos y, sin duda, se dio a sí mismo.
Para conseguir esto supo estar cerca, como están cerca de nosotros los hombres y mujeres que duermen o reviven en los libros.
Yo creo que Carlos Fuentes fue el más bravío de sus personajes, creo que su pasión por las palabras es la más intensa de todas las pasiones que ha sabido contarnos Fuentes, creo que ha recorrido con celo y avidez cada círculo de su tiempo, creo que ha logrado quedarse como un lujo en el ímpetu y la memoria de otros.
Fuentes era un hombre que no podía separar su trabajo literario de su intensa aventura personal. Leerlo arraigaba en nuestro ánimo la certeza de la ineludible alianza entre el Fuentes creador y el Fuentes ser humano. Por eso tantos, lo quisimos y admiramos tanto.
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