Nicolás Blanco
Cuando un adversario político muere, las diferencias
ideológicas o políticas no mueren, en la medida que subsista la necesidad de
aclarar o de combatir en el seno de las masas la influencia del programa, de la
visión o de la línea política defendida o impulsada por tal adversario.
Para quien tiene una militancia consecuente, las
relaciones personales y el juicio personal, es absolutamente secundario
respecto al juicio político, respecto al análisis de la posición ideológica y,
aún más importante, respecto al análisis del programa político y de la línea de
acción de masas que un adversario adelanta en el contexto de una situación
política concreta.
Gioconda Belli, en un artículo de opinión publicado en
la edición del 3 de mayo de El Nuevo Diario, demuestra que no tiene idea alguna
que se deba analizar las posiciones políticas, para juzgar la magnitud de los
cambios en las personas. Ella escribe:
“Lo que me queda de Tomás es un recuerdo de cariño”.
Si un hombre antes luchaba, aunque sea de manera
subjetiva, en contra de una dictadura militar, y luego sostiene y ayuda a la
consolidación de un régimen profundamente burocrático, de carácter absolutista,
para adelantar un programa económico neoliberal, el cambio es mucho. Y no se
puede tener cariño por alguien a quien, a la vez, se combate como dirigente
consciente de un sistema absolutista y corrupto.
Gioconda, por último, escribe algo que racionalmente
resulta enigmático:
“Yo entendía su necesidad de no quedarse solo, de
seguir siendo quien era en el FSLN, aun si eso representaba convertirse en una
figura para quien la historia debía suplir un presente insuficiente con los
méritos del pasado”.
¿Esto quiere decir que era un oportunista, capaz de
apoyar un gobierno absolutista y corrupto con tal de permanecer bajo los
reflectores que ofrece el poder? Es un juicio terrible, un comportamiento
vanidoso, que Gioconda, sin embargo, entiende, casi, como normal.
Concluye Gioconda con una reflexión cuasi religiosa:
“¿Quién puede, de quienes vivimos esa época, decir que
llegó a vivir y ser el ideal de persona que soñó?”. La participación política,
coherente, fundamentada en principios, Gioconda la reduce a sueños, a un ideal
de la propia persona. Esto, que se parece más a una concepción cristiana, de
perfeccionamiento personal de acuerdo a pautas morales, no tiene nada que ver
con cambios sociales, decididos en luchas insoslayables de parte de quienes
enfrentan las consecuencias marginales en sus condiciones de existencia, a
causa de un sistema de producción explotador que promueve la inequidad y los privilegios.
Las luchas sociales y políticas no tienen nada que ver con sueños e ideales
personales, sino, con principios políticos de conciencia colectiva.
Luego, Gioconda dice un despropósito mayúsculo:“Su
frase aquella “implacables en el combate y generosos en la victoria”, quedó
resonando en la memoria colectiva como una frase de alguien de la estatura del
Che”.
¡Qué disparate! La estatura del Che no consiste en
decir frases, sino en ser alguien extraordinariamente consecuente. Contrario al
comportamiento que recién ha descrito Gioconda; el Che fue alguien alejado de
los privilegios del poder y de la vanidad personal. Fue un luchador sencillo,
valiente, capaz de enfrentar sus propias limitaciones físicas -como el asma- en
condiciones penosas, en la manigua guerrillera, sin más reflector que la luna
bajo la cual fumaba su pipa después de una jornada de fatiga por la espesura de
la jungla boliviana.
Por lo demás, la lucha política y social no es
implacable ni es generosa. Debe ser valiente y consecuente, en cualquier
circunstancia. La victoria –para los trabajadores, no para los burócratas- no
indica más que el cambio cualitativo de una forma hacia otra forma de lucha.
Dice Gioconda:
“Tomás fue el gran orador silenciado de la Revolución
y se le negó la tribuna porque desde ella él podía hacerse amar y eso era
peligroso para quienes querían autoridad, pero no poseían el encanto para
forjársela”.
La autoridad en una revolución no se forja con
encanto, sino, con análisis preciso de la realidad, para forjar la táctica
correcta en cada circunstancia. Un orador se vuelve un retórico vacío si no
sabe más que apelar a la emoción. No hay una sola línea de Borge de análisis
económico, social o político de la realidad. No hay un solo llamado a la acción
de masas que se corresponda con una práctica consecuente para forjar una
conciencia social independiente. Hacerse amar es un fin burocrático, de alguien
que persigue la prevalencia en el poder personal.
* Sociólogo
No hay comentarios:
Publicar un comentario