“Nada más frío que un cristiano que no salva a los demás. No tienes que poner como pretexto para ello tu pobreza. La viuda que dio dos óbolos te cerrará la boca; lo mismo Pedro cuando decía: “No tengo oro ni plata”. También Pablo era pobre hasta el punto de pasar hambre a menudo y no tener qué comer. Tampoco puedes objetar oscuridad de tu nacimiento. Los apóstoles eran gentes oscuras, nacidos de padres oscuros. Ni invoques tu falta de cultura: los apóstoles no sabían leer. Aunque fueras esclavo y estuvieras fuera de la ley, podrías hacer siempre algo que fuera lo mejor de ti mismo. Ese era el caso de Onésimo/…/ Todo el mundo puede ser útil a su prójimo, si desea hacer bien todo lo que depende de él/…/ Los que sólo se ocupan de sus intereses son inútiles/…/ Así eran aquellas vírgenes, puras, hermosas, virtuosas, pero inútiles para todo, por eso quedaron fuera. Así son los que no alimentan a Cristo. Compréndelo bien: no se les reprocha nada de su conducta personal, ni impureza, ni blasfemia, nada más que el no haber sido útiles a los demás. Así era el que ocultó su talento; su vida era irreprochable, pero era inútil a los demás”. [1]
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