Onofre Guevara López
Por una coincidencia muy significativa,
el dictador venezolano Hugo Chávez el mismo día que murió José Stalin, el
dictador de la desaparecida Unión Soviética. Chávez murió un 5 de marzo de
2013, Stalin, el 5 de marzo de 1953, hace 60 años. (Realmente,
una feliz coincidencia para el objetivo del editorialista).
Al lado del gran dictador comunista del
siglo XX que fue Stalin, Chávez era pequeño dictador del socialismo del siglo
XXI. Pero todos los dictadores son iguales, por su naturaleza y sus acciones,
cualquiera que sea el ámbito nacional e internacional en el que ejerzan sus
funciones dictatoriales. E iguales son endiosados independientemente de que
sean grandes o pequeños. (El vocablo “comunista” no
está puesto aquí por casualidad; su intención es aprovechar la imagen terrorífica
creado del comunismo en la conciencia de la gente por una casi centenaria
campaña anticomunista; los dictadores no pueden ser iguales, ni “en cualquier
ámbito”, pues aceptar eso es negar la influencia del medio histórico, el tipo de
sociedad en que vive, el carácter de clase de su dictadura y los propósitos personales
de sus acciones, la cultura y la historia nacionales, sobre los individuos. Y
si todos son “iguales” todos tendrían que ser asesinos, como lo veremos más
adelante).
Cuando murió, a los 70 años de edad,
Stalin concentraba en sus manos todo el poder de la inmensa Unión Soviética.
Era secretario general del todopoderoso Partido Comunista, único que se
permitía, y además era presidente del Consejo de Ministros y ministro de
Defensa de la Unión Soviética. Solo la presidencia del Estado no la
desempeñaba, porque era una función meramente protocolaria. (Cierto; la concentración del poder y el partido único
fue una aberrante degeneración de medidas históricas necesarias en el momento
original de la revolución rusa, sola en el mundo y como una isla en medio de un
océano capitalista lleno de tiburones; lo falso del argumento del
editorialista, es que explota esa concentración de poder, ocultando sus causas;
y que no separa una etapa en que eso fue necesario, de la otra en que se
convirtió en aberración).
Stalin falleció oficialmente por un
derrame cerebral que habría sufrido a medianoche, mientras dormía. Pero siempre
se sospechó que su muerte había sido provocada. Alrededor de Stalin había
muchas personas, incluyen su hija Svetlana y su hijo Vasili, que (quien) tenía sobras razones para desear su
muerte. Svetlana –cuya madre y primera esposa de Stalin, Nadezhda Alelulleva,
se suicidó porque ya no soportaba los maltratos y humillaciones de su brutal
marido— se refugió en 1967 en Estados Unidos, donde en declaraciones a la
prensa y en un libro autobiográfico titulado Veinte cartas a un amigo, reveló las brutalidades criminales de su
p adre. (Todo es verdad, y es algo que sigue siendo
útil a su objetivo de hacer caer sobre Chávez vicios parecidos o iguales; pero
hay un detalle que no debe pasar por alto: en este mismo diario cuna del
editorial, se han burlado de las declaraciones de Maduro, acerca de que harán
una investigación sobre la causa, que considera externa, de la enfermedad que
le causó su muerte; entonces, cabe la pregunta: ¿por qué reconocer la sospecha
de que la muerte de Stalin pudo haber sido provocada, pero burlarse de la
sospecha de Maduro, si Chávez interna e internacionalmente también estuvo
rodeado de quienes tenían “sobradas razones para desear su muerte”?
También deseaban la muerte de Stalin sus
principales colaboradores, que lo odiaban aunque le decían que lo amaban como a
un padre y que lo adoraban como a un Dios. Entre ellos estaban Viacheslav
Molotov, quien era el primer vicepresidente del Consejo de Ministros; Nikita
Jruschov, que (quien) soportaba las
humillantes bromas de Stalin cuando estaba borracho y fue quien lo (le) sucedió en la jefatura del Partido Comunista;
y Lavrenti Beria, el archicriminal jefe de la policía de Seguridad del Estado
quien se creía con más derecho que los demás para relevar a Stalin en el poder.
(Otra verdad que no viene al caso repetirla, pero
que, en ocasión de la muerte de Chávez, le es necesaria para crear una
atmósfera mental en los lectores para que le den cabida a la insinuación de que
en torno a Chávez existe algo parecido).
Cuando murió Stalin los gobernantes
soviéticos y las masas estalinistas lo endiosaron y proclamaron que viviría
eternamente. Millones de personas desfilaron lloriqueando ante su féretro,
momificaron su cadáver y lo colocaron en el mausoleo de la Plaza Roja de Moscú,
donde estaba y se encuentra hasta ahora la momia de Lenin. Pero solo tres años
después, los mismos dirigentes del Estado comunista, encabezado por Jruschov
denunciaron los monstruosos crímenes de Stalin, sacaron su momia del mausoleo y
la enterraron al pie de las murallas del Kremlin. (De
nuevo lo “comunista” cumpliendo su función; en cuanto a lo “lloriqueando”, es
un irrespeto para el sentimiento de sus partidarios, en especial de los
venezolanos. Pero la crítica a la momificación, es algo que los herederos de
Chávez se la pusieron en bandeja, debido a que no hay justificación –desde el
punto de vista revolucionario—, para cometer esta aberrante práctica de
momificar a los dirigentes; eso es una copia de los fanáticos religiosos
católicos con sus adorados ídolos, a los cuales veneran; es una práctica
fetichista, que es hacer el muñeco y después postrarse ante él como si fuera
una divinidad. Eso es irracional, anti científico y nada revolucionario).
Por lo menos diez millones de personas
se estima que fueron asesinadas por órdenes de Stalin, quien impuso en su país
un régimen de terror solo comparado con el de Adolfo Hitler en Alemania. Pero
porque el ser humano es así (pues el
hombre es el mayor de todos los misterios, según lo advirtió Sófocles), 60 años
después de la muerte de gran dictador Stalin todavía muchas personas idolatran
su memoria y su imagen como si fuera un dios. Y hasta el mismo jefe de Estado
de la nueva Rusia “democrática” rehabilitado
como un gran héroe nacional. (La reiteración de los
aspectos negativos es un recurso para no quitar el dedo sobre la llaga, donde
supone el editorialista debe pulsar para conseguir el objetivo de asociar a
esos dos personajes, lo suficientemente repudiados ya por la mayoría de la
humanidad, con lo que sucede actualmente en Venezuela. La alusión al filósofo
Sófocles, tiene la finalidad de adosar de sabiduría su escrito sobre el
hombre-misterio; pero no imagina don Luis Sánchez Sancho, el editorialista de
marras, cómo su recurso me hizo recordar su propio “misterio”: cuando él decía
ser “comunista” creía serlo mejor copiando de los soviéticos hasta su modo de
referirse a su Partido, recitando de pronto, en cualquier lugar y sin ningún
motivo, más o menos, en ruso: “¡Nasha Comunistíchisque Partia Soviétskava
Sayusa”! Aunque no sea la forma fonética exacta, la traducción sería: “¡Nuestro
Partido Comunista de la Unión Soviética!” En cuanto a la supuesta o real actitud de
Putin respecto a Stalin, lo notorio son sus comillas en la Rusia “democrática”,
con lo que está sugiriendo que a ese señor le falta imitar en todo a los
políticos del capitalismo para que merezca la digna condición de demócrata).
*Diario La Prensa sábado 9 de marzo de 2013.
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