Las mujeres saudíes tienen piernas. Y rostro. Acostumbrados a verlas cubiertas de la cabeza a los pies, con esos sayones negros que ocultan su feminidad y las hacen parecer todas iguales, las imágenes que acompañan este reportaje resultan sorprendentes. Muestran una normalidad intuida, aunque rara vez vista; una intimidad que casi parece robada y solo es posible gracias a la complicidad de las retratadas con la fotógrafa. Aunque sea a medias. Las chicas ocultan la cara; no quieren ser identificadas. En una sociedad donde la conformidad se valora por encima de todas las cosas, resulta difícil singularizarse. Pero algo se está moviendo.
Si hay un país en el que las mujeres se hayan convertido en símbolo tanto de la opresión como del cambio, es Arabia Saudí. El mayor productor y exportador de petróleo ocupa el puesto número 131, entre 135 países, en el último Informe sobre disparidad de género del Foro Económico Mundial, publicado el año pasado. Los derechos de la mujer son ignorados por una retrógrada interpretación del islam y usos culturales sin parangón en el resto del mundo. Sin embargo, la escolarización de las saudíes y su creciente acceso a la Universidad (al menos el 58% de los matriculados son chicas), así como las nuevas tecnologías de la comunicación, han abierto una brecha entre la realidad y sus expectativas.
Con el 64% de sus 19,4 millones de nacionales por debajo de los 30 años (y un 12% de ellos entre los 12 y los 16), Arabia Saudí afrontará en los años próximos la mayor explosión de juventud de su historia.
“Aunque solo sea por su número, los jóvenes saudíes van a cambiar de forma significativa el reino en las próximas dos décadas”, aseguraCaryle Murphy, que acaba de publicar A kingdom’s future: Saudi Arabia through the eyes of its twentysomethings (El futuro de un reino: Arabia Saudí vista por sus veinteañeros). Muchos chicos apoyan la mayor participación de las mujeres en la sociedad. No obstante, la periodista, que ha vivido tres años en ese país, expone en un e-mail que “las chicas tienen mayores aspiraciones que ellos a librarse de ataduras y alcanzar una mayor libertad personal”.
Tomemos el ejemplo de las jóvenes captadas por la cámara de Olivia Arthur. Se trata de un grupo de aficionadas a la fotografía a las que Arthur dio un cursillo en Yeddah en 2009. Desde el primer momento le sorprendió que “las chicas cogían cualquier cosa para cubrirse la cara o el pelo si un hombre se presentaba de repente” en el aula. Era el mismo “sentimiento de miedo” que había percibido cuando intentaba fotografiar a alguna mujer en la calle. “Hubo tantas ocasiones en las que la cámara estaba prohibida…”, lamenta enJeddah diary, el libro de fotos que publicó tras su paso por esa ciudad de la costa saudí del mar Rojo.
“Es una cuestión cultural”, le explicaron. La misma que impedía que las fotos que sus alumnas se tomaban entre ellas pudieran mostrarse fuera de la “burbuja femenina” en la que se movían. Poco a poco, Arthur se ganó su confianza y pudo captar algunos momentos de sus vidas cotidianas, su diversión o su descanso (aunque no una boda). Aprendió así que “todo sucede fuera del alcance de la vista, detrás de los muros”, como los que protegen las piscinas de las villas o de los trozos de playa de los clubes privados que retrató. Sin embargo, tuvo que comprometerse a no exponerlas, a preservar su anonimato. Por eso recurrió al truco de volver a fotografiar las copias originales bajo una luz brillante que ocultara sus rasgos.
Para entender lo inusitado de esas imágenes, basta constatar que el presente curso académico es el primero en el que los libros de texto saudíes incluyen fotos de mujeres. Ha sido en los manuales de inglés de secundaria y de forma experimental, a la espera de que al concluir el año escolar los responsables educativos den su visto bueno. Y a pesar del paso que significa que se las muestre en entornos escolares y laborales, todas salen con la cara cubierta. Hasta ahora, el sistema público de educación solo permitía representar a las mujeres con dibujos. Sí, estaba prohibido que aparecieran en las fotografías de los manuales.
¿El motivo? El mismo por el que se emborronan las siluetas femeninas en las revistas extranjeras o en los envases de productos importados, como el de la piscina hinchable que fotografió Arthur. O el que está detrás de la estricta segregación de sexos que, con la excusa del islam, impera en la sociedad saudí. A los ultraconservadores líderes religiosos, que son uno de los pilares de la monarquía absoluta que gobierna el país, les gustaría que las mujeres fueran invisibles. Pero si ocultar a la mitad de la población siempre ha resultado difícil, en estos tiempos de Internet, móviles y redes sociales constituye misión imposible.
Arabia Saudí ha dejado de ser una sociedad cerrada. Según el Informe sobre redes sociales de la Dubai School of Government, los saudíes encabezan la lista de usuarios de Twitter en el mundo árabe con 393.000 cuentas activas en 2012, el triple que el año anterior. En Facebook hay 5,8 millones registrados. Esas ventanas al exterior les están haciendo más curiosos y preguntones. Y muchos de ellos son mujeres que han encontrado en el ciberespacio un aliado inesperado para saltarse las restricciones sociales de esos clérigos ultramontanos que las quieren en casa y con la pata quebrada.
“Internet ha abierto muchas posibilidades para las jóvenes saudíes al permitirles ver cómo viven otras mujeres musulmanas. Ha agrandado su conocimiento de la realidad. Como resultado, sus aspiraciones profesionales y de participación en la vida púbica han aumentado exponencialmente”, señala Murphy. En su opinión, “esas aspiraciones van a seguir creciendo y sus exigencias de igualdad de oportunidades con los hombres en el trabajo, la familia y la esfera pública van a convertirse en importantes motores de cambio económico y social”.
De momento hay cuatro millones de mujeres saudíes preparadas y dispuestas a trabajar, según reveló Alfat Qabbani, una de las vicepresidentas de la Cámara de Comercio e Industria de Yeddah, durante el sexto Foro de Mujeres Empresarias reunido en Riad el pasado octubre. Las que trabajan no llegan al 10%. Esas cifras ponen en evidencia la disfuncionalidad de una sociedad que pone trabas al empleo de la mitad de su población mientras tiene que recurrir a ocho millones de trabajadores extranjeros para funcionar.
Además, las redes sociales se han convertido en una poderosa herramienta para el movimiento de emancipación femenina. “Han sido clave en mi trabajo a favor de los derechos de la mujer”, admite Manal al Sharif, la activista que en 2011 lanzó una campaña contra la prohibición de conducir y fue encarcelada durante nueve días por ponerse al volante. “Sin YouTube, Twitter y Facebook no hubiéramos llegado tan lejos. En Arabia Saudí no hay tribunas. No hay lugares desde los que difundir las ideas de cada uno. Así que resulta extraordinario disponer de esos medios”, reconocía durante la última reunión del foro social del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Como en el resto de las monarquías de la península Arábiga, la abaya, ese sayón negro con el que ocultan las formas de su cuerpo, es en igual medida una imposición social y un signo de distinción frente a las extranjeras. En cuanto a ponerse detrás de un volante, existen opiniones contrapuestas. Incluso entre las liberales que lo defienden como paso hacia una mayor independencia, las hay que temen que solo sirva para que sus maridos se desentiendan de las responsabilidades familiares y carguen sobre ellas todo el peso de llevar a los niños al médico, hacer las compras o visitar a los parientes.Al Sharif y el eco que esa campaña tuvo de una costa a otra de su país son un ejemplo de que sobre todo las jóvenes cada vez están más hartas de las sofocantes restricciones que les imponen sus familias y la sociedad. Sin embargo, sus principales quejas no son ni la obligación del velo ni la prohibición de conducir, que obsesionan a los occidentales.
Las saudíes se muestran más preocupadas por la ausencia de leyes, en especial de un estatuto civil, y la falta de igualdad de oportunidades en la educación y el trabajo. Pero sobre todo denuncian el sistema de tutela masculina que las hace depender de un mehram, guardián o custodio legal.
“He superado los 50, soy médica y han pasado por mis manos miles de pacientes, pero aun así necesito el permiso de un guardián para ir a una convención médica”, se queja en Twitter Samia al Amoudi, una doctora que ha liderado las campañas de concienciación contra el cáncer de mama en el mundo árabe y ha sido premiada internacionalmente por su labor.
Sus palabras reflejan la impotencia, agravada además porque al estar divorciada quien responde por ella es… su hijo. La tutela que primero corresponde al padre y luego al marido. También puede recaer, ante la ausencia de estos, en un hermano, un hijo u otro hombre de la familia con el que la relación familiar haga imposible el matrimonio. Una mujer saudí no puede tomar ninguna decisión en su vida –estudiar, trabajar, casarse, obtener un pasaporte o viajar– sin el permiso escrito de ese varón, lo que supone que se la trata como una menor de edad durante toda su vida.
“Para el estamento religioso, este sistema es como su castillo; si lo pierden, pierden su control sobre las mujeres”, interpreta Al Sharif. Ella insiste en la importancia de que “las mujeres conozcan sus derechos y ellas mismas actúen”. “Mi esperanza es que alcancemos la plena ciudadanía, lo que se traduce en igualdad en la educación y en las oportunidades de trabajo. Debemos tener voz en la vida política y en la toma de decisiones”, resume la activista.
En una monarquía absoluta, donde no hay elecciones, ni partidos, ni sindicatos, pedir participación política resulta un objetivo mucho más ambicioso que la mera emancipación. De ahí el temor de los conservadores y que los ulemas equiparen cualquier relajo de las estrictas normas sociales imperantes con una afrenta a la identidad cultural islámica del país. Eso explica que los mismos clérigos que prohibieron las protestas contra el régimen en los albores de la primavera árabe se hayan manifestado recientemente ante el palacio del rey Abdalá para protestar por su decisión de nombrar a 30 mujeres entre los 150 miembros del Consejo Consultivo (Shura), una cámara sin poderes legislativos.
De ahí también la actitud ambivalente de los gobernantes cuyos mensajes son interesadamente contradictorios. Se educa a las mujeres, pero se dificulta su acceso al trabajo. Tienen prohibido conducir, pero el Ejército contempla crear una unidad de mujeres soldados. El rey las incluye en la Shura, pero el debate sobre cómo mantener la segregación dentro de la cámara eclipsa en gran medida el anuncio.
Más allá de las palabras, los responsables saudíes evitan convertir los derechos de la mujer en una prioridad, sobre todo cuando ponen en peligro sus alianzas y lealtades. El caso de su participación en los últimos Juegos Olímpicos es un buen ejemplo. Desde la convocatoria de Pekín, en 2008, el Comité Olímpico Internacional había presionado a Arabia Saudí para que incluyera a mujeres atletas en su equipo, algo a lo que se oponían los ulemas con la excusa de que fomenta la interacción entre personas de distinto sexo. Finalmente, el Gobiernoaceptó que asistieran una corredora y una yudoca, pero las excluyó de la delegación oficial. Así, cuando algún periodista extranjero plantea el asunto, sus portavoces contestan que no se oponen a su presencia en eventos deportivos. Sin embargo, dentro del reino subrayan que asistieron por su cuenta. De esa manera se quitan la presión de encima sin hacer mucho en realidad para resolver el asunto.
Esa falta de determinación resulta especialmente perniciosa para las más vulnerables, las hijas de familias pobres. Persiste la costumbre decasar a las niñas con hombres acomodados y, en general, mayores, y las autoridades se muestran incapaces de fijar una edad legal mínima para el matrimonio, algo a lo que, por supuesto, se oponen los clérigos más reaccionarios. A pesar del avance en la educación de las mujeres, en las zonas rurales muchas abandonan la escuela al llegar a la pubertad. De enero a noviembre del año pasado se registraron 5.622 bodas de niñas menores de 14 años, según un estudioso de los servicios sociales citado por el diario saudí Al Hayat. La práctica, asociada con países subdesarrollados como Yemen o Afganistán, es sin duda más grave en un país con los recursos de Arabia Saudí.
“La cuestión de los derechos de las mujeres se ha convertido en un asunto político”, afirma la columnista Badria al Bishr. Una forma de decir que esos derechos se sacrifican para ganar apoyo de los extremistas religiosos con los que la monarquía se ha alineado en busca de legitimidad desde la fundación del reino a principios del siglo XX. Las activistas saudíes aseguran que los extremistas no representan a toda la sociedad. Arabia Saudí, el único país del mundo que lleva el nombre de la familia real (algo así como si España se llamara Borbonia), es mucho más diverso, pero los ultraconservadores han logrado convertirse en las figuras más influyentes en la toma de decisiones; al menos, un grupo de presión al que los gobernantes evitan contrariar.
Surgen así las sucursales bancarias solo para mujeres, la segregación en restaurantes y cafeterías, las entradas separadas en los ministerios, las clases por videoconferencia a las universitarias cuando los profesores son varones, y otras excentricidades que en buena medida solo son posibles por la riqueza fácil que ha generado el petróleo y que tienen poco que ver con la realidad anterior en la península Arábiga.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta que se acabe el petróleo? ¿O hasta que los vientos de la primavera árabe alcancen el Reino del Desierto? Tal vez solo hasta que se produzca el relevo generacional que anuncia Murphy. Las decenas de entrevistas a jóvenes que la autora llevó a cabo para su libro reflejan que la mayoría prefiere el cambio gradual, la evolución antes que la revolución, en especial tras haber visto el caos, el derramamiento de sangre y los problemas económicos que se han desatado en Egipto, Bahréin, Yemen o Siria. En cualquier caso, como asegura a El País Semanal, “las exigencias de las mujeres van a ser uno de los principales motores de cambio social y cultural en el futuro; incluso las mujeres conservadoras quieren más oportunidades”.
Entre tanto, ocultas bajo el negro de sus velos, muchas saudíes siguen sintiéndose como piedras preciosas “a las que hay que guardar lejos de la vista para mantenerlas seguras”. Es lo que le dijeron a Arthur, la fotógrafa. Sin embargo, al mismo tiempo le permitieron retratarlas en un acto de reafirmación de su identidad. Otras, como Al Sharif o Al Bishr, ya están reclamando su autonomía y luchando para dejar de ser ciudadanas de segunda.
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