Onofre
Guevara López
La personalidad del recién fallecido
presidente Hugo Chávez, no tiene el mismo perfil para todos. Eso es lógico. Para
sus adversarios es el caudillo tradicional latinoamericano, exagerando lo que en
verdad tenía de caudillo, pero negándoles rasgos positivos que lo distinguieron
hasta de la definición del caudillo que ofrece el diccionario. Sus partidarios,
le disocian de todo rasgo de caudillo, y solo aprecian sus rasgos positivos.
A Chávez se le ve, pues, según el color
del cristal político al uso. ¿Se puede justipreciar esta personalidad con esos criterios
y sacar de ellos un caudillo “término medio”? No sería objetivo; parece más
justo discriminar sus características y ver a quién ofrece mayores beneficios que
perjuicios: ¿a su pueblo, a su país, a la humanidad? Sin despojarme de mis
cristales, debo ver las características de su personalidad, hasta donde me es
posible:
Chávez era espontáneo en todo, vale
decir, sincero: de rostro, palabra, gestos y actitudes sin embozos, lo cual no dio
mucho espacio a las falsas posiciones. Tomaba con igual naturalidad una pelota o
un bate para jugar béisbol en cualquier lugar, que decirle diablo al presidente
del imperio más grande de la historia en la ONU, prácticamente, “en su cara”. Se
divertía como entre iguales junto a niños y jóvenes; cantaba y bailada –nada
bien por cierto— sin formalismos acartonados, comunes en estadistas que creen
ganar autoridad solo por la adustez del protocolo.
Se podía no compartir su creencia
religiosa ni sus demostraciones públicas de fe, pero demostraba sinceridad
cuando las profesaba; muy distinto a otros gobernantes, quienes por mucho que
se esfuerzan por parecer fieles creyentes, con sus acciones revelan lo
farisaico.
Un caudillo puede movilizar a las masas con
métodos coercitivos (buses a la salida de las oficinas públicas –con supervisor
incluido—; pasar lista de los empleados,
castigar las ausencias con la pérdida del empleo, etcétera). Pero, ¿qué poder coercitivo
empujó a millones de venezolanos a las calles y ante el féretro del presidente
Chávez durante días y noches? ¿Quién sería capaz de hacer reaccionar con esas
demostraciones de pesar, por la fuerza?
Gobiernos y pueblos del mundo, con disímiles sistemas, expresaron
muestras de pesar más allá del protocolo diplomático; ¿qué hizo posible eso, si
no por el reconocimiento a lo positivo de la gestión de Chávez?
Ningún gobierno de América Latina y del
Caribe, de las más diversas tendencias políticas-ideológicas y de clases –a
excepción del golpista paraguayo—, le
hizo caso omiso a la convocatoria del presidente Chávez a la formación del
Celac, para dotar de identidad propia al continente. Eso no lo había logrado
ninguna personalidad política en ninguna época. Chávez lo logró sin el
consentimiento del poder imperial que se cree dueño de América, sino omitiendo
su voluntad. Igual puede decirse del Alba, de su aporte a Unasur, su solidaridad
con otros países. Y no se descubriría el agua tibia si se dijere que lo hizo porque
le sobró el petróleo, porque tendría que explicarse, porqué los países que le critican
no hacen lo mismo, teniendo mayores riquezas acumuladas a costa de otros países.
Este breve repaso habla de hechos
trascendentes. En su paso por la vida Chávez deja huellas profundas en solo 21años,
que son segundos en la vida de la humanidad. Cayó como un meteorito. Algo ante
lo cual ni sus adversarios pueden ser indiferentes. Chávez captó la opinión
mayoritaria de su pueblo en una serie de elecciones de incuestionable limpieza,
y con porcentajes de votos y alta participación, que no los pueden conseguir los
jactanciosos demócratas de ningún país. Por una razón: comenzó a liberar al
pueblo venezolano de sus miserias heredadas.
Hay poco espacio para señalar todo lo
negativo de Chávez, pero lo resumiré: no limitó, sino estimuló, el culto a su
personalidad; su mesianismo opacó a sus colaboradores y les fanatizó; ejerció
el poder con autoritarismo y dirigió a su Partido como una empresa propia (una
culpa compartida por todos); personalizó las relaciones internacionales –con
Daniel Ortega las tuvo al margen de los cauces institucionales—; omitió la
corrupción derivada de la cooperación de su país; y se deificó junto a Bolívar.
Ahora, sus herederos
políticos violarán el artículo 244 constitucional de Venezuela en atención a su
voluntad: ante su falta definitiva, y mientras toma posesión el nuevo
presidente electo… “se encargará de la Presidencia de la República, el
Presidente o la Presidenta de la Asamblea Nacional”. Y ese, no es Maduro. Ilegalidad
innecesaria, porque las elecciones no las ganaría Capriles… ni que existieran
los milagros.
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