El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

miércoles, 20 de marzo de 2013

La muerte del caudillo


Por Mario Vargas Llosa.

El comandante Hugo Chávez pertenecía a la robusta tradición de los caudillos, más presente en América Latina que en otras partes, no deja de asomar por doquier, aun en democracias avanzadas, como Francia. Ella revela ese miedo a la libertad que es una herencia del mundo primitivo, anterior a la democracia y al individuo, cuando el hombre era masa y prefería que un semidiós, al que cedía su capacidad de iniciativa y su libre albedrío, tomara las decisiones importantes sobre su vida.
Cruce de superhombre y bufón, el caudillo hace y deshace a su antojo, inspirado por Dios o una ideología en la que casi siempre se confunden el socialismo y fascismo (formas de estatismo y colectivismo) y se comunica directamente con su pueblo, a través de la demagogia, retórica y espectáculos multitudinarios y pasionales de entraña mágico-religiosa.
Su popularidad suele ser enorme, irracional, pero también efímera, y el balance de su gestión infaliblemente catastrófica. No hay que dejarse impresionar por las muchedumbres llorosas que velan los restos de Chávez; son las que se estremecían de dolor y desamparo por la muerte de Perón, Franco, Stalin, Trujillo, y las que acompañarán a Fidel Castro. Los caudillos no dejan herederos y lo que ocurrirá a partir de ahora es incierto. Nadie, entre la gente de su entorno, y en ningún caso Nicolás Maduro, el discreto apparatchik al que designó su sucesor, está en condiciones de aglutinar y mantener unida esa coalición de facciones, individuos e intereses que representan el chavismo, ni mantener el entusiasmo y fe del difunto comandante despertaba con su torrencial energía entre las masas. Una cosa sí es segura: ese híbrido ideológico que Hugo Chávez maquinó, llamado la revolución bolivariana o socialismo siglo XXI comenzó a descomponerse y desaparecerá más pronto que tarde, derrotado por la realidad concreta, de una Venezuela, país potencialmente más rico del mundo, al que las políticas del caudillo dejan empobrecido, fracturado y enconado, con la inflación, criminalidad y corrupción más altas del continente, un déficit fiscal que araña el 18% del PIB y las instituciones (empresas públicas, justicia, prensa, poder electoral, fuerzas armadas) semidestruidas por el autoritarismo, intimidación y obsecuencia.
La muerte de Chávez, pone un signo de interrogación sobre esa política de intervencionismo en el resto del continente al que, en un sueño megalómano característico de caudillos, el comandante difunto se proponía volver socialista y bolivariano a golpes de chequera. ¿Seguirá ese fantástico dispendio de los petrodólares que han hecho sobrevivir a Cuba con los cien mil barriles diarios que Chávez poco menos regalaba a su mentor e ídolo Fidel Castro?
¿Y los subsidios y/o compras de deuda a 19 países, incluidos sus vasallos ideológicos como Evo Morales, Daniel Ortega, FARC colombianas y a los innumerables partidos, grupos y grupúsculos que a lo largo y ancho de América Latina pugnan por imponer la revolución marxista?
El pueblo venezolano parecía aceptar este fantástico despilfarro contagiado por el optimismo de su caudillo; pero dudo que ni el más fanático de los chavistas crea ahora que Nicolás Maduro pueda llegar a ser el próximo Simón Bolívar. Ese sueño y sus subproductos, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), que integran Bolivia, Cuba, Ecuador, Dominica, Nicaragua, San Vicente, Granadinas, Antigua y Barbuda, bajo la dirección de Venezuela, son ya cadáveres insepultos.

En los catorce años que Chávez gobernó el barril de petróleo multiplicó siete veces su valor, hizo uno de los países más prósperos del globo. Sin embargo, la reducción de la pobreza ha sido menor a las de Chile y Perú en el mismo periodo. La expropiación y nacionalización de más de un millar de empresas privadas, 3.5M hectáreas haciendas agrícolas y ganaderas, no desapareció a los odiados ricos sino creó mediante el privilegio una legión de nuevos ricos improductivos, en vez de hacer progresar han contribuido a hundirlo en mercantilismo, rentismo y las demás formas degradadas del capitalismo de Estado.
Chávez no estatizó toda la economía, a la manera de Cuba, y nunca acabó de cerrar todos los espacios para la disidencia y la crítica, aunque su política represiva contra la prensa independiente y los opositores los redujo a su mínima expresión. Su prontuario respecto a los atropellos contra los derechos humanos es enorme, como lo ha recordado con motivo de su fallecimiento una organización tan objetiva y respetable como Human Rights Watch. Es verdad que celebró varias consultas electorales y alguna de ellas la ganó limpiamente, si la limpieza de una consulta se mide sólo por el respeto a los votos emitidos, y no se tiene en cuenta el contexto político y social en que se celebra, y en la desproporción de medios con que el gobierno cuenta que corre de entrada con ventaja descomunal.
En Venezuela una oposición al chavismo que en la elección del año pasado casi obtuvo 6.5 millones de votos es algo que se debe, más que a la tolerancia de Chávez, a la gallardía y convicción de tantos venezolanos, que nunca se dejaron intimidar por la coerción y las presiones del régimen, y en estos catorce años, mantuvieron viva la lucidez y vocación democrática, sin dejarse arrollar por la pasión gregaria y la abdicación del espíritu crítico que fomenta el caudillismo. No sin tropiezos, esa oposición, en la que se hallan representadas todas las variantes ideológicas de la derecha a la izquierda democrática de Venezuela, está unida. Y tiene ahora una oportunidad para convencer al pueblo venezolano que la verdadera salida a los enormes problemas que enfrenta no es perseverar en el error populista y revolucionario que encarnaba Chávez, sino en la opción democrática, es decir, en el único sistema que ha sido capaz de conciliar la libertad, legalidad y progreso, creando oportunidades para todos en un régimen de coexistencia y de paz.

Ni Chávez ni caudillo alguno son posibles sin un clima de escepticismo y disgusto con la democracia como el que llegó a vivir Venezuela cuando, el 4 febrero 1992, el comandante Chávez intentó el golpe de Estado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, golpe que fue derrotado por un Ejército constitucionalista y que envió a Chávez a la cárcel de donde, dos años después, en un gesto irresponsable costaría carísimo a su pueblo, el presidente Rafael Caldera lo sacó amnistiándolo.
Esa democracia imperfecta, derrochadora y bastante corrompida había frustrado profundamente a los venezolanos, que, por eso, abrieron su corazón a los cantos de sirena del militar golpista, algo que ha ocurrido, por desgracia, muchas veces en América Latina. Cuando el impacto emocional de su muerte se atenúe, la gran tarea de la alianza opositora que preside Henrique Capriles está en persuadir a ese pueblo de que la democracia futura de Venezuela se habrá sacudido de esas taras que la hundieron, y habrá aprovechado la lección para depurarse de los tráficos mercantilistas, el rentismo, los privilegios y los derroches que la debilitaron y volvieron tan impopular.
La democracia del futuro acabará con los abusos del poder, restableciendo la legalidad, restaurando la independencia del Poder Judicial que el chavismo aniquiló, acabando con esa burocracia política elefantiásica que ha llevado a la ruina las empresas públicas, creando clima estimulante para la creación de la riqueza en que empresarios y empresas puedan trabajar y los inversores invertir, de modo que regresen a Venezuela los capitales que huyeron y la libertad vuelva a ser el santo y seña de la vida política, social y cultural del país del que hace dos siglos salieron tantos miles de hombres a derramar su sangre por la independencia de América Latina.

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